Introducción
El presente trabajo1 tiene como objetivo analizar el pensamiento de Rafael Barrett en torno a dos de sus principales obras: Lo que son los yerbales (1910) y El dolor paraguayo (1911). En estos dos tomos, reunidos en un compendio titulado Obras completas, Barrett introduce la cuestión social y anticolonial en la literatura paraguaya, denunciando las atávicas injusticias por las que atravesaban los trabajadores rurales y, por extensión, visibilizando problemáticas sociales arraigadas en la historia del continente.
En Lo que son los yerbales, Barrett denunció las condiciones inhumanas y de explotación que sufrían los trabajadores de la yerba mate, conocidos como mensúes. Desde su labor como escritor comprometido, dio a conocer el abuso de poder de los patrones y la dureza de la vida en las plantaciones, reflejando la brutalidad y la deshumanización impuestas por el sistema de modernización capitalista. Por su parte, El dolor paraguayo expande esta crítica hacia una reflexión más amplia sobre el sufrimiento del pueblo paraguayo, abordando las consecuencias devastadoras de la Guerra de la Triple Alianza o Guerra Guasú (1864-1870) y la perpetuación de la miseria y la opresión por parte de las élites económicas y políticas. Barrett no solo narra las penurias cotidianas, sino que también reivindica la dignidad y resistencia de los oprimidos, proponiendo una visión humanista, esperanzadora y de cambio social. Ambos textos son fundamentales para entender la literatura social y anticolonial en Paraguay, y constituyen un reclamo de justicia y solidaridad hacia los más vulnerables. Según expresa la prosa barrettiana, en cualquier parte de América era posible encontrar al mensú, al patrón y el yugo de la selva (Barrett,1988:119).
En cuanto a su producción literaria, revisaremos dos cuestiones que funcionarán como hipótesis de trabajo. En primer lugar, se examinará como Barrett, ya devenido en escritor comprometido y representante de una literatura menor, intenta disputarle un lugar a la narrativa dominante, encarnada por los escritores de la Generación del Novecientos, quienes, en Paraguay, se ocupaban de construir una historiografía para la nación de posguerra. En tal sentido, se observa que Barrett supo desarrollar una narrativa alternativa, hallando en los márgenes de la sociedad paraguaya su entrelugar, es decir, el espacio de inscripción donde se articulan y resisten las tensiones de su contexto social y cultural. En estos intersticios, entre obediencia y rebelión, asimilación y expresión, encontró la estrategia narrativa para exponer sus reclamos (Santiago, 1971: 76).
Por otro lado, es ampliamente conocida la expulsión de Barrett de todos los círculos periodísticos, sociales y culturales como resultado directo de su compromiso como escritor, situación que le valió persecución y exilio. En relación a esto, se explorarán las tensiones subyacentes en torno a “quién puede decir a América”, reavivando la discusión acerca de si el pensamiento latinoamericano tiene (o debería tener) alguna especificidad respecto de las prácticas que se desarrollan en los centros metropolitanos, y si estas responden a “terrenos de disputa” entre los representantes de la vida intelectual latinoamericana. Barrett conoció el centro, pero eligió escribir desde la periferia, identificando en los márgenes de la sociedad paraguaya-que a su vez se encuentra en los márgenes del continente-una forma original y alternativa de “pensar críticamente América”.
A partir de lo expuesto, el trabajo busca reflexionar sobre los siguientes interrogantes: ¿Cómo contribuyen las obras Lo que son los yerbales y El dolor paraguayo a la configuración de una literatura social y anticolonial en Paraguay, y como se posicionan frente a las narrativas dominantes de la Generación del Novecientos, las élites políticas y sus representaciones modernizantes y nacionalistas? Asimismo, ¿hay en los textos de Barrett algunas de las marcas y tensiones del proceso de profesionalización del escritor, y de construcción de un “yo” comprometido? ¿Cuáles son las estrategias de intervención pública que usó el escritor para acercarse o interactuar con los círculos intelectuales y políticos? ¿Con quienes habla, a quienes les escribe? Y, por último, ¿cómo se configuran y negocian las dinámicas de legitimidad y representación en el pensamiento latinoamericano, especialmente cuando se escribe desde la/s periferia/s y márgenes sociales y culturales? Estas prácticas, ¿emergen como una respuesta original, crítica y alternativa a las ideas desprendidas desde los centros metropolitanos, o más bien reflejan un conflicto entre los intelectuales locales respecto de quién tiene el derecho y la voz para definir y representar la identidad latinoamericana?
El trabajo se divide en tres partes. En primer lugar, revisaremos la trayectoria de Barrett para explicar su transformación de escritor bohemio a escritor comprometido. Analizaremos su acercamiento a la Generación del 98, su labor en la prensa profesional de Buenos Aires y su corresponsalía en Paraguay. En relación con esto último, buscaremos iluminar cómo funcionaron las redes transnacionales de circulación y recepción de ideas. Luego, se presentarán los lineamientos de la literatura barretiana, concebida como una literatura alternativa y reactiva frente a la narrativa dominante, representada por los pensadores del novecentismo paraguayo. En este contexto, se analizará el contrapunto entre Barrett y Domínguez. Por último, nos detendremos en sus dos obras principales: Lo que son los yerbales y El dolor paraguayo, que contienen la mayor parte de sus escritos sobre la realidad paraguaya y latinoamericana, así como el ambiente político e intelectual de la época. Se enfatizarán temas como la cuestión social, el anarquismo y el anticolonialismo, para luego analizar cómo se configuran y negocian las dinámicas de legitimidad y representación en el pensamiento latinoamericano.
Rafael Barrett, del dandy europeo al escritor comprometido
Este estudio no pretende constituirse en una biografía no autorizada ni busca proporcionar detalles adicionales sobre la vida de Rafael Barrett, un tema que ha sido ampliamente tratado en obras de relevancia como las de Augusto Roa Bastos (1988), Francisco Corral (1996; 1988), los novelistas Alcibíades González Delvalle (2019) y Virginia Martínez (2018) y los trabajos autobiográficos de sus nietos Alberto (2017) y Rafael (2021). No obstante, la trayectoria vital de Rafael Barrett resulta fundamental para comprender la naturaleza de las ideas que se reflejan en su producción literaria.
Proveniente de una familia acomodada, Rafael Ángel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo (1876-1910) fue un pensador español cuya obra, aunque breve y de circulación subterránea, resultó ser profundamente fecunda e innovadora. De su juventud madrileña, puede decirse que llevaba una vida de dandy aristócrata, encarnando el prototipo “del rebelde” y “del señorito” desarraigado de su clase social.
Su pensamiento e interés intelectual se ubica en la crisis de ideas de fin de siglo, marcada por una fuerte reacción antipositivista, romántica y de tinte existencialista. Esta crisis se manifestó como una respuesta al naufragio del sueño imperial de la monarquía española tras la derrota de 1898. Pesimistas y angustiados, los jóvenes de la Generación del 98 formularon oscuros diagnósticos sobre la enfermedad española. Metafísicos y soñadores, buscaban salvarle el alma. En este proceso, Unamuno reflexionó que aquella generación había descubierto el corazón de lo hispano: “Nuestro Ulises es el Quijote”. (Martínez, 2018: 22-23).
Aunque no se cuenta con registros de obras escritas por Barrett en España, es justo afirmar que compartió con Valle Inclán, Maeztú, Baroja, Bueno y Fuente su desencanto por el curso de los acontecimientos, con las dos Españas, el caso Dreyfus, la cultura francesa como tema del momento, así como sus ideales heroico-románticos y sus anhelos de renovación social, ética, estética y política (Corral, 1994: 76).
El lenguaje de sus primeros escritos está compuesto por metáforas médicas. En la concepción barrettiana, la enfermedad ha deteriorado a los países y la degradación afecta a una nación sin solución. Este estilo se reflejará luego en sus publicaciones sobre América.
El pensamiento de Barrett puede situarse dentro del amplio espectro de la reacción modernista contra el positivismo, destacándose por una orientación deliberadamente espiritualista, vitalista e irracionalista. En sus formulaciones, se dirigía a los hombres de su tiempo y los impulsaba desde un pasado común a la tierra común de los nuevos hombres (Roa Bastos, 1988).
Su idea de cambio y bienestar se basó en categorías de movilidad y futuro, mientras que el mal lo abordó desde el atraso, lo estático y el pasado:
Poner pie en la playa virgen, agitar lo maravilloso que duerme, sentir el soplo de lo desconocido, el estremecimiento de una forma nueva: he aquí lo necesario. Más vale lo horrible que lo viejo, Mas vale deformar que repetir (…) el mal es lo que vamos dejando a nuestras espaldas. La belleza es el misterio que nace. Y ese hecho sublime, el advenimiento de lo que jamás existió, debe verificarse en las profundidades de nuestro ser. (Barrett, 1988: 19).
Fuera de su vida galante, de buen mozo con apellido inglés, y de algunos escándalos en las tertulias de la alta sociedad, no se encuentran registros significativos de Barrett aparte de algunos artículos científicos, cartas publicadas en la prensa y su correspondencia personal. En cuanto a su perfil intelectual, y en sintonía con su época, se identifica una fuerte influencia nietzscheana que, al compás de su descubrimiento de la realidad social de América Latina, evolucionaría gradualmente hacia un altruismo de corte tolstoiano.
En 1903, decidió abandonar Europa debido a una serie de circunstancias personales y profesionales. La pérdida de sus padres lo dejó casi sin familia, y su reputación se vio afectada por las calumnias resultantes de una amarga disputa con el Duque de Arión. Esta controversia no solo dañó su buen nombre, sino que también contribuyó a su decisión de buscar nuevas oportunidades en América. En sus palabras: “Yo sé que huiré al confín de la tierra (…) ¿para qué mi juventud, lo que me queda de juventud, envenenada por mis hermanos?” (Barrett, 1988). En su viaje hacia Sudamérica, que comenzó en Buenos Aires (1903), se consagró en Asunción (1904) y culminó en su exilio en Montevideo (1910), se produjo un proceso de resignificación de su escritura. Durante este periodo, su obra se volvió más crítica de la desigualdad social, de raigambre libertaria y comprometida, desarrollando así una literatura propia y alternativa. José Enrique Rodó, exponente del modernismo con su ensayo Ariel (1900), refirió a Barrett en unos de sus intercambios de correspondencia:
Su crítica es implacable y certera, su escepticismo es eficaz, llega a lo hondo; y, sin embargo, la lectura de sus páginas de negación y de ironías hace bien, ennoblece. Y es que hay en el espíritu de su ironía un fondo afirmativo, una lontananza de idealidad nostálgica, un anhelante sueño de amor, de justicia y de piedad (…) aún aquellos que no somos socialistas, ni anarquistas, ni nada de eso, llevamos dentro del alma un fondo, más o menos consciente, de protesta, de descontento, de inadaptación contra tanta injusticia brutal (…) como tiene tejidas en su urdimbre este orden social transmitido al siglo que comienza por el siglo del advenimiento burgués y de la democracia utilitaria (Cit en Barrett, 1988: 696-697).
En el sentido que le imprime Rodó, para Barrett lo ético se vuelve parte de lo estético, lo que explica la similitud de su pensamiento: “el que ha aprendido a distinguir lo delicado de lo vulgar, lo feo de lo hermoso, lleva hecha media jornada para distinguir lo malo de lo bueno” (Cit en Mellado, 2017). Como bien expresó Roa Bastos, la doble vertiente literaria y sociológica de sus textos no se habría podido condensar sin su contacto con Buenos Aires y Paraguay, siendo particularmente este último el entrelugar desde el cual se permitió pensar y decir “América”.
Redes transnacionales de circulación y recepción de ideas. Barrett en la prensa de Buenos Aires. Corresponsalía en Paraguay
Barrett llegó a Buenos Aires en 1903, en un contexto de modernización cultural y política que había comenzado en el último cuarto del siglo XIX y que era característico de toda América Latina. Este proceso estuvo estrechamente vinculado con las preocupaciones de las élites intelectuales, que buscaban establecer mecanismos de legitimación para construir una idea hegemónica de nación. La expansión del progreso coincidió con la creciente integración de Argentina en el mercado mundial, tanto como exportadora de materias primas como receptora de capital privado. En este contexto, surgieron renovaciones estético-culturales, como la cultura científica, el modernismo y el anarquismo, que introdujeron nuevos cánones interpretativos relacionados, por un lado, con la idea de progreso y, por otro, con la crítica al crecimiento material ilimitado. Buenos Aires competía con las metrópolis europeas en términos de arquitectura, destacándose por sus imponentes edificios, amplias avenidas, zonas comerciales y espacios culturales.
No obstante, algunas voces cautelosas del ámbito literario, como bien expresa Terán en “El Lamento de Cané” (2000), advirtieron sobre los efectos indeseables de la aceleración económica y la secularización del Estado. Estas tensiones llevaron a las élites a redefinirse en respuesta a los cambios sociales y políticos, como la incorporación de grandes grupos migrantes y la movilidad social ascendente, que desafiaron el linaje como principal forma de ascenso social. En su lucha por preservar su posición frente al poder del dinero, las élites facilitaron la apertura de nuevos caminos de movilidad social para aquellos que, sin apellido ni riqueza, pero con un buen manejo de la cultura y los modales de los privilegiados, lograron ascender (McEvoy Carreras, 1999: 265). En este contexto, el sector que abogaba por la modernización y el progreso desplegó una serie de discursos complejos y contradictorios, que pretendían cumplir el papel de una lanza mítica capaz de curar las heridas que ella misma producía (Terán, 2000: 20). Así, surge la figura del intelectual, quien, mediante el análisis de la realidad social y la utilización de los medios periodísticos, logra crear estados de opinión, aunque circunscritos a una población notablemente reducida. A través de la prensa, la ideología profesional del intelectual puede conectarse con la vida cotidiana, el hogar y la familia, adquiriendo un reconocimiento que anteriormente le era negado (McEvoy Carreras, 1999). Este contexto facilitó la profesionalización de los escritores, el auge de la prensa, la renovación tecnológica y el surgimiento de consumidores alfabetizados. En particular, en Buenos Aires, estos cambios ejemplifican cómo el mercado de consumidores permitió a los escritores modernos alcanzar una mayor autonomía económica y prestigio social, alejándose del patronazgo estatal y de las élites tradicionales (Laera, 2006).
En el momento de la llegada de Barrett, Buenos Aires era conocida como la “Atenas del Plata”. Su labor periodística se desarrolló en los diarios El Tiempo, por invitación de Vega Belgrano, y El Correo Español, bajo el patronazgo de Justo López Gómara. Además, participó en las revistas Ideas y Caras y Caretas. Este escenario facilitó el proceso de profesionalización de Barrett como escritor; desde entonces, su trabajo como periodista se convirtió en su principal medio de subsistencia. Al igual que Rubén Darío, Leopoldo Lugones y José Martí, Barrett también intentó ganarse la vida con la pluma. Como sugiere Battilana (2006), esta suerte de autogestión de su escritura y la autonomía de sus producciones, entrarían en tensión con su condición de periodista y escritor subalterno, cuya retribución económica aún dependía del patronazgo de los propietarios de los diarios. En Moralidades Actuales (1910), se evidencian estas tensiones, especialmente en la transición y el conflicto entre ser un escritor profesional y un escritor comprometido. Mientras que algunos autores se dedicaban a exaltar las virtudes de Buenos Aires, Barrett optó por abordar otros temas. En “Buenos Aires”, sentenció:
Chiquillos extenuados, descalzos, medio desnudos, con el hambre y la ciencia de la vida retratados en sus rostros graves, corren sin aliento cargados de prensas, corren, débiles bestias espoleadas, a distribuir por la ciudad del egoísmo la palabra hipócrita de la democracia y el progreso (…), los mendigos espantan las ratas y hozan en los montones de inmundicia. (…) una población harapienta surge del abismo. También América [el énfasis es mío] (Barrett, 1988:21).
En sintonía con lo anterior, Barrett escribió “Psicología del Periodismo”, donde se establece una fuerte crítica al mercado editorial y la preferencia de consumo, equiparando las tiradas de los diarios y sus suscriptores con los votos y la dinámica de los partidos políticos. Señala que, cuanto mayor es la tendencia intelectual o moral, menor es el tiraje.
Por otro lado, en “La máquina de matar”, expresa una crítica y preocupación por el avance del mundo moderno, caracterizado por un crecimiento desmesurado, un mercantilismo exacerbado, fatigado por el cálculo y el armamentismo. En este contexto, el autor busca desmantelar la figura ética y estética de “lo norteamericano”, al que considera un continuador "funesto del armamentismo inglés" (Barrett, 1988: 65). Aunque Barrett mantiene un reconocimiento por “lo científico”, observa un alejamiento de lo distintivo, la delicadeza y el tacto exquisito (Terán, 2000: 38). Esta perspectiva coincide con la de autores como José Martí en Escenas Norteamericanas y Nuestra América y Rubén Darío en A Roosevelt, quienes también denunciaron la expansión imperialista de Estados Unidos. En estos textos, se perciben las marcas del poeta comprometido, que interpela y advierte sobre la chatura cultural norteamericana, representada en nombres propios de peso histórico, distinguibles por su barbarie y comportamiento deleznable “Nemrod, Alejandro I, Nabucodonosor y el mismo Roosevelt” en oposición a figuras identitarias indígenas que pueden asociarse a valores positivos, como la valentía y lo autóctono “Netzahualcóyotl, Moctezuma y el Inca” (Darío, 1905), asimismo se visualizan en la figura del Mamut, el coloso y el tigre (Martí, 1891) y en las máquinas de matar (Barrett, 1922). Estas impresiones son transversales en la obra de estos escritores, quienes contrastaron la fuerza bruta y materialista del imperialismo estadounidense con la rica herencia cultural e histórica de América Latina. De este modo, reafirmaron la importancia de preservar las tradiciones y valores propios frente a la influencia homogeneizadora del imperialismo: “No admiremos demasiado las portentosas máquinas que matan; símbolo de nuestra potencia física, son también un símbolo de nuestra debilidad moral”. (Barrett, 1988: 66).
En el primer semestre de 1903, Barrett llevó a cabo un análisis exhaustivo de los problemas sociales que aquejaban a Buenos Aires, lo que constituyó una primera aproximación al estudio de “los males del continente”. En sus textos se evidencian las marcas de la profesionalización del escritor, manifestadas en un claro alejamiento del desorden bohemio que caracterizó sus primeros años y, principalmente, en la obtención de un trabajo como periodista. Gran parte de sus escritos sobre Buenos Aires están teñidos de una crítica contundente a los problemas de clase y la desigualdad social. Estos textos se recopilan en artículos como “La lucha”, “La huelga”, “Buenos Aires”, “Deudas”, “Las máquinas de matar”, “La ciencia”, “El anarquismo en Argentina”, “Psicología del periodismo”, “El derecho a la huelga” y “Suicidas anónimos”. Todos ellos fueron elaborados durante su estancia en Buenos Aires y están agrupados en Moralidades Actuales, continuando posteriormente en El Terror argentino, ambos publicados de manera póstuma en Montevideo en 1910. A través de estas publicaciones, que anticipan una producción cuyos alcances se observarán décadas más tarde, comienza a configurarse su trayectoria intelectual, caracterizada por un marcado cientificismo, realismo crítico y un incipiente anarco-socialismo.
Antes de continuar con la deriva profesional e intelectual de Barrett, es importante detenernos nuevamente en la coyuntura histórico-política. Eventos como la Guerra del Pacífico (1879-1884), la Guerra de la Triple Alianza o Guerra Guasú (1864-1870) y la Guerra de Independencia de Cuba (1898) dieron lugar a la aparición de voces antiimperialistas de diversas vertientes. Como se comentaba líneas arriba, esto reavivó tensiones derivadas de la modernización cultural y política, reflejadas en la necesidad de las élites locales de reinstalar un orden conservador "desde arriba". El tratamiento modernista de las cuestiones sociales y políticas estuvo impregnado de connotaciones biologicistas, médicas y racistas, en la mirada de Terán: reacias a las mezclas. Cabe agregar que, las redes de circulación de bienes culturales eran aún muy poco densas; predominaba la vinculación unilateral de regiones específicas, como Buenos Aires, Asunción o Lima con el centro europeo. Los intercambios culturales entre los países latinoamericanos eran altamente reducidos.2
Para entender este proceso de manera más cabal, observaremos el campo literario argentino, paraguayo y peruano. En los casos mencionados, se identifican diferencias sustanciales en lo que concierne al fenómeno del mercado editorial y el surgimiento de la actividad cultural e intelectual como profesión. En Buenos Aires, se observa la preocupación de las élites por fomentar un público lector para frenar el torrente modernizador, establecer bibliotecas estatales y promover la educación de las minorías como difusoras de la cultura. Se recuerda que Buenos Aires representó el mercado cultural más amplio de América Latina, con el público lector más numeroso y heterogéneo. La educación operó como una palanca civilizatoria para adoctrinar y cerrar el paso a las masas, a “los malones o las masas movilizadas por las emociones” (Op. Cit, Terán, 2000).
En el caso paraguayo, la literatura mayor o dominante se centró en construir una historiografía nacionalista y modernizante en respuesta a las consecuencias de la guerra del 70. Además, se enfocó en difundir, dentro de los círculos intelectuales, una cultura de alto nivel en un intento por lograr una "utópica actualización con Europa" (Roa Bastos, 1988), completamente volcada a resolver tratados limítrofes ligados a los desmembramientos territoriales y la defensa de los títulos de posesión sobre el Chaco paraguayo. Cabe agregar la situación devastadora de posguerra, caracterizada por la drástica reducción de la población masculina y altas tasas de analfabetismo. La “modernización desde arriba” buscó restringir la lengua y los usos culturales del guaraní, así como prohibir costumbres nativas tales como el uso del poncho o del puro. Asimismo, implicó el cierre de espacios culturales como el Mercado Guasú, reflejando un particular desprecio y desconexión con la realidad vital de las clases populares (Makaran, 2020: 12).
De manera similar, en el caso peruano se visualiza una marcada segmentación de su sociedad, disgregada en afianzados estamentos, que separa cultural y socialmente a quienes habitan el área pujante de la costa limeña, “la ciudad literaria” en palabras de Mc Evoy Carreras (1999), de la región de la sierra. Esta polarización apunta a excluir y criminalizar la figura nativa, indígena. Además de las tensiones del mundo costeño y serrano se observa una construcción ficticia que mira hacia Europa y exalta los valores de la población blanca y aristocrática (De Negri, 1996, 161). Sin embargo, a diferencia de lo que se vive en Buenos Aires, desde tiempo más temprano, se observan intervenciones, espacios de inscripción que intentan representar la sensibilidad indigenista, como puede observarse en las producciones literarias de Clorinda Matto de Turner, quien supo incorporar la cultura quechua, representando un corrimiento de los límites hasta entonces impuestos por la literatura dominante limeña. Matto, desde su condición de mestiza y mujer, lo que implicaba un “doble provincialismo”, impulsó desde abajo la incorporación de la identidad indigenista al acervo cultural y la visibilización y asimilación de esa cultura en la sociedad del progreso.
La diferencia sustancial entre los casos estudiados radica en la capacidad de consumo de la población y el número de personas alfabetizadas. En comparación con la pujante Buenos Aires, en los contextos paraguayo y peruano, estos factores eran considerablemente limitados.
Como corresponsal del diario El Tiempo y bajo el patronazgo del Dr. Vega Belgrano, Barrett llegó a Paraguay en 1904 para cubrir la revolución liberal que se estaba gestando en el país: «Acepto por ver si encuentro la bala que me mate», exclamó. Aunque incipientes, comenzaron a establecerse las primeras redes internacionales de intercambio de noticias regionales, lo que resultó en una proliferación de corresponsalías y enviados especiales hacia los pujantes centros capitalinos. Desembarcó en Villeta con el propósito de informar sobre la revolución paraguaya liderada por el General Benigno Ferreira (1845-1922), hecho que quedó plasmado en su artículo “La Revolución de 1904”.
Desde entonces, no solo inició su colaboración con la prensa local, sino que también se unió al levantamiento revolucionario. De aquí florece su amistad con intelectuales paraguayos como Manuel Gondra, Modesto Guggiari, Herib Campos Cervera y otros. Barrett participó activamente en diversos periódicos de Asunción. Colaboró con Los Sucesos, dirigido por Eugenio Garay (1904-1907), también tuvo presencia en El Cívico, bajo la dirección de José Olleros (1905). Su participación se extendió a El Paraguay en el mismo año y en La Tarde (1907). Además, Barrett contribuyó en Rojo y Azul, que comenzó a circular en 1907 y continuó posteriormente. Su involucramiento en estos periódicos refleja su papel como periodista comprometido y le permite proyectarse como escritor independiente: “Sabes, menuda, que no soy hecho para depender de otro: ¿qué dices si me dedico a escribir y vivimos de lo que pueda ganar?” (Barrett, 1988:10). Un año después, fundó Germinal (en alusión a la célebre novela de Émile Zola), un periódico que se distinguió por su enfoque crítico y progresista en torno a cuestiones sociales y políticas. A través de este medio, Barrett expuso las injusticias y problemáticas de la sociedad paraguaya, demostrando su firme compromiso con la reforma social y su habilidad para utilizar la prensa como herramienta de denuncia.
En su estancia en Paraguay, donde según sus propias palabras “se volvió un hombre bueno”, Barrett trabajó como “auxiliar en la Dirección General de Estadística” (1905), con sede en Asunción y luego fue nombrado jefe de esa institución. Asimismo, fue elegido como “secretario del Centro Español”, el más importante de los espacios culturales de la región. Siendo jefe de Departamento de Ingenieros, fue invitado por Smith a integrar el “FCCP (Fuerzas de Comunicación y Control del Paraguay)”. Las funciones que desempeñó en el Estado paraguayo consolidaron su posición como escritor profesional. En el sentido que le imprime Laera (2006), las estrategias de intervención pública del escritor, estuvieron profundamente interpeladas por el problema propio de la profesionalización, el dilema de la subsistencia a través del arte y los riesgos de perder autonomía frente a “las funciones oficiales”. Al respecto, se observa que esta posición le otorgó a Barrett la posibilidad de una mayor difusión de sus obras y facilitó su acceso a los círculos intelectuales y políticos.
Barrett y el novecentismo paraguayo
El ambiente intelectual que Barrett encuentra a su llegada al Paraguay aparece fuertemente definido por el movimiento cultural, filosófico y literario llamado Generación del Novecientos. En palabras de Roa Bastos, “este pequeño pero brillante grupo de intelectuales” estuvo integrado por Manuel Domínguez, Ignacio A. Pane, Fulgencio R. Moreno, Juan E. O'Leary, Emilio Hassler y Manuel Gondra. Dentro de sus preocupaciones, ubicamos objetivos claros. Por un lado, aspiraban a desarrollar una historiografía nacional o una literatura dominante que compensara el vacío y el desajuste espiritual en el que había quedado la colectividad nacional, afectada por las secuelas de la guerra y en preparación para nuevos conflictos territoriales. En este contexto, se buscaba "fabricar mitos, erigir héroes, acreditar próceres" (Corral, 1996: 470), con el propósito de establecer, desde las letras, las bases para una historia nacional, legitimada en el discurso del progreso y la modernización. Por otro lado, abogaron por la apertura del país a capitales extranjeros y defendieron una cultura modernizante y liberal, sustentada en medidas antipopulares y en la promoción del biologicismo y el darwinismo social. Los intelectuales asuncenos promovieron visiones romantizadas y costumbristas del Paraguay con las cuales buscaron naturalizar y “embellecer” su pobreza (Makaran, 2020: 24). En este esquema puede ubicarse el escrito de Domínguez titulado Causas del heroísmo paraguayo (1903), en el cual se elogia a la raza paraguaya, destacando que su espíritu supera al del porteño, al criollo y al español. Domínguez subraya: "¿Quién sabe si la raza paraguaya no estaba o no está llamada a alcanzar las cumbres que solo llegan las razas superiores"? (Cit por Acevedo, 2021: 178).
Se abordó con criterio científico el problema del bilingüismo en Paraguay, así como la ruralidad y las costumbres nativas guaraníes, que fueron interpretadas como signos de atraso. En su lógica, la civilización humana, blanca, modernizadora y europea, se oponía a la barbarie sintetizada en la cultura guaraní, el mestizaje y la rusticidad de los campos. Siguiendo el análisis de Adsuar Fernández (2004) para el caso argentino, la dicotomía irreconciliable de “civilización y barbarie” puede servirnos para explicar el drama histórico del pueblo paraguayo.
Cuando Barrett se involucró en la cuestión social paraguaya, comenzó a entender la realidad de otra manera, desarrollando una literatura alternativa respecto al paradigma dominante. Su obra no se relacionaba con la construcción de un pasado idílico, con héroes estereotipados, ni se centraba en la discusión sobre el lugar que debía asignarse al Mariscal López o a la herencia de los jesuitas. Como señala Raúl Acevedo (2021), “lo minoritario” adquiere gran importancia en la prosa barrettiana: los niños, las prostitutas, la huelga, el suicidio, los locos, los campesinos, los yerbales, los obreros, la selva, las plantas, los porás y el pombero, entre otras minorías que fueron recurso literario para denunciar la explotación, el caudillismo y la corrupción política. Será justamente la “cuestión social” el punto de desencuentro entre Barrett y los representantes del novecentismo. Sus escritos, profundamente antinacionalistas y antielitistas, deterioraron gravemente su relación con los círculos intelectuales asuncenos, al punto de cerrarle las puertas del Instituto Paraguayo y del Teatro Nacional.
Su incomodidad con la injusticia social, comenzó mucho antes de la inclinación concreta hacia el anarquismo. En esta etapa, su pensamiento adoptó un realismo crítico que desmantelaba la antigua y obsoleta tradición de un realismo ingenuo y superficial, tan característico del novecentismo (Corral, 1996: 474). Sin embargo, fueron sus críticas a la casta política y la revelación de la situación social de los más desfavorecidos las que provocaron un rechazo progresivo de gran parte de la intelectualidad local, los cuales, además, ocupaban altos cargos públicos. Denunciar las circunstancias endémicas de la sociedad paraguaya le significó una confrontación directa con Manuel Domínguez, y sus críticas a la dictadura de Albino Jara (1878-1912) resultaron en su arresto y posterior exilio.
Contrapunto de Barrett-Dominguez: “Lo visto y lo no visto”
Después de publicar el manifiesto Bajo el terror (1908), Barrett realizó una nueva denuncia sobre las condiciones de vida en el campo bajo el título “Lo que he visto” (1910), que posteriormente fue incorporada en El dolor paraguayo. En esta ocasión, centró su atención en problemáticas sociales como la miseria de los campesinos, la mortalidad infantil, la desnutrición y la falta de atención médica. Su crítica no solo se dirige a los responsables políticos, sino también a la clase letrada, que, frente a la injusticia, opta por el silencio, consciente e incluso colabora (Corral, 1996: 476).
En un año de campaña paraguaya, he visto muchas cosas tristes…He visto la tierra con su fertilidad incoercible y salvaje, sofocar al hombre, que arroja una semilla y obtiene cien plantas diferentes, y no sabe cuál es la suya. He visto los viejos caminos que abrió la tiranía, devorados por la vegetación, desleídos por las inundaciones, borrados por el abandono. Cada paraguayo, libre dentro de una hoja de papel constitucional, es hoy un miserable prisionero de un palmo de tierra (…) he visto que no se puede trabajar, porque los cuerpos están enfermos (…) y he visto en la capital la cosa mas triste. No he hallado médicos del alma y del cuerpo de la nación; he visto políticos y negociantes. He visto manipuladores de emisiones y de empréstitos (…) (Barrett, 1988: 169-170).
En esta ocasión le salió al cruce el Dr. Manuel Domínguez, bajo el seudónimo Juvenal, en un artículo titulado “Lo que Barrett no ha visto (1910)”, donde afirmaba que Barrett veía la realidad con ojos de enfermo. Esta nota recibió el apoyo de las principales figuras del novecentismo. La respuesta de Barrett fue contundente: “Mientras el dolor no os abrace las entrañas, mientras un día de hambre y abandono, -siquiera un día-, no os haya devuelto a la vasta humanidad, no la comprenderéis (…) callaos, pues, única manera de que no mintáis” (Íd., 1996: 476).
Mientras los jóvenes del novecientos buscaban construir una identidad nacional uniforme y reacia al mestizaje, Barrett se enfocó en desarrollar un dispositivo de enunciación colectiva para explicar las carencias que sufría el pueblo paraguayo. Mientras los primeros se centraban en elaborar una concepción de nación desde un enfoque biologicista, positivista y colonizador, Barrett respondió con una línea de fuga que logró visibilizar las conflictividades y desigualdad galopante por la que atravesaba el país. Poco después, entregó a la prensa los capítulos de su destacado estudio sobre La cuestión social, escrito como una refutación al trabajo del Dr. Rodolfo Ritter, quien, en su ferviente defensa de la modernización cultural y educativa, minimizaba la existencia de problemas sociales en Paraguay. El enfrentamiento con los grupos de poder condujo a Barrett a un notable aislamiento, ya que no logró encontrar un público lo suficientemente amplio como para contrarrestar la influencia de sus detractores.
Lo que son los yerbales (1910) y El dolor paraguayo (1911): Hacia la configuración de una literatura social latinoamericana
El distanciamiento de Barrett con respecto a los intelectuales del novecentismo comenzó mucho antes de su conversión al anarquismo. Sin embargo, es cierto afirmar que, aunque débil y marginal, la inmigración española introdujo desde muy temprano ideas de revolución social e internacionalismo, sobre las cuales se asentaron las bases de un movimiento sindical local. A raíz de las conferencias de Enrico Malatesta en Buenos Aires y Pietro Gori en Asunción, se fundó en 1906 la Federación Obrera Regional Paraguaya y su periódico El Despertar, de fuerte impronta anarquista (Martínez, 2019:41). Esto no es anecdótico, ya que Barrett mantuvo una estrecha relación con los residentes anarquistas españoles. Como resultado de la persecución política por parte de la dictadura de Albino Jara, Barrett se vio obligado a refugiarse en Yabebyry, un pequeño pueblo del interior del Paraguay. Esta experiencia le permitió encontrarse con la realidad social paraguaya, caracterizada por la miseria de la población y la injusticia de las autoridades locales.
Después de conocer la vida en los yerbales, Barrett escribió una serie de artículos que marcaron un quiebre en su escritura, volviéndola más combativa y moral, con matices de denuncia y una clara orientación libertaria. Los artículos, titulados “La esclavitud y el estado”, “El arreo”, “El yugo de la selva”, “Degeneración”, “Tormento y asesinato” y “Botín”, reflejan una crítica aguda hacia la explotación y las condiciones inhumanas de la población rural. La suma de estos escritos se condensó en El dolor paraguayo, donde Barrett visibiliza la extrema explotación y las duras condiciones de vida que sufrían los trabajadores en los yerbales. De manera precisa, describió la situación social de las clases explotadas, representada en la figura del mensú, trabajador de las plantaciones de yerba mate. Además, hizo referencia a la alianza entre las élites políticas e intelectuales en contubernio con el capital privado, concentrados en la empresa Matte Larangeira y la Industrial Paraguaya. Para ilustrar el alcance de esta connivencia, basta mencionar que el presidente de la Industrial, Juan Bautista Gaona, a quien Barrett llamó “el hombre de las tres presidencias”, también había sido presidente del Banco Mercantil y de la República.
Barrett pinta un retrato sombrío de la vida del mensú, destacando la dureza y la miseria de su existencia. Los trabajadores, en su mayoría de origen humilde, eran sometidos a jornadas laborales agotadoras en un entorno adverso, sin acceso adecuado a alimentos (casi siempre era el yopará3), atención médica o condiciones mínimas de higiene. Como cuenta Martínez (2019), la esclavitud en que vivían más de veinte mil paraguayos, un sistema cuyo funcionamiento garantizaba el estado, se iniciaba con la firma de un contrato donde el trabajador era atrapado en un ciclo de endeudamiento y dependencia de los patrones, quienes controlaban todos los aspectos de su vida laboral y personal. Un decreto del presidente de la República prohibía a los peones abandonar el obraje si tenían deudas, y es bien conocido que las cuentas nunca se ajustaban en favor del trabajador (Martínez, 2019: 42). La jornada del mensú comenzaba temprano y se extendía hasta el anochecer, bajo un sol implacable y en condiciones de trabajo extenuantes. Las viviendas en las que habitaban eran precarias y carecían de las mínimas condiciones de habitabilidad. Además de las duras condiciones físicas, Barrett denunció el trato brutal y despectivo que recibieron por parte de los capataces y propietarios de las plantaciones. Era muy difícil que el peón pudiera escapar, pero si por azar lo intentaba, salía una partida armada con la orden de capturarlo y devolverlo al obraje. Grillos, cepos y estaqueadas esperaban a los rebeldes (Op cit, 2019: 44). Esta explotación sistemática estaba respaldada por una estructura de poder corrupta que permitía y perpetuaba las injusticias. Cuando Barrett se refiere a la miseria, no lo hace en un sentido negativo, sino que se posiciona desde la dignidad de los anónimos, de los “nadies”. La miseria, entendida como falta de porvenir, se transforma en su obra en un espacio intersticial donde la resistencia permite encontrar multiplicidad de heterogeneidades y mixturas. La figura del mensú se convierte en una estrategia narrativa mediante la cual Barrett buscó representar no solo la opresión y explotación de las clases trabajadoras en Paraguay, sino también una realidad social que era común en todo el continente. Desde su llegada, su interés se volcó hacia un realismo crítico con el que buscó dar voz a los anónimos de la historia. "Los de abajo revientan", expresó en El dolor paraguayo. Para ese entonces, el sufrimiento de aquel desdichado país también era el suyo (Galeano, 1986).
Como es sabido, sus escritos sobre los yerbales y las condiciones adversas del país le valieron el rechazo y la censura por parte de las élites intelectuales y políticas, mientras que, al mismo tiempo, recibió el abrazo de los humildes y el respaldo de las organizaciones sindicalistas. Todo el espectro político de la época era consciente de las duras condiciones en las plantaciones, pero no tenían interés en abordarlas. Tras la denuncia, dos diputados se comprometieron a llevar el caso al parlamento, pero el asunto quedó encajonado. Nadie alzó la voz en apoyo, y quienes se sintieron afectados por la denuncia se acercaron al escritor para ofrecerle dinero a cambio de su silencio. Cabe destacar el ferviente rechazo a esta ofensiva propuesta, que puede sintetizarse en la frase de su amigo José Guillermo Bertotto: "¡Nada de miserias afectadas! ¡Pobreza grande, continua y honesta!" (Martínez, 2019: 45).
Este trabajo busca situar en el quiebre de la escritura de Barrett la configuración de una literatura social que, aunque siempre ha circulado de manera subterránea, nunca ha sido completamente invisible. Aunque tal vez incomprendida en su tiempo, esta literatura tuvo que esperar la llegada de los novelistas del boom, el último grupo intelectual surgido en el ámbito hispanoamericano que intentó expresar un espíritu similar al de Barrett. La cuestión social abordada en sus textos, comúnmente asociada a su pensamiento anarquista, adquiere aquí matices locales y autóctonos, situándose en una posición liminal dentro de la cultura paraguaya. Esta literatura social, aunque luego se terminará por fundir con las proclamas libertarias, en el contexto de su creación presentó elementos específicos de una realidad endémica y doliente, propia de la paraguayidad. Barrett exploró este espacio conceptual sin limitarse a una posición fija ni operar bajo clasificaciones rígidas, pero con un enfoque claro: los yerbales reflejaban la verdadera cara del capitalismo latinoamericano, una forma de dominación que se disputaba entre el progreso y las formas semiesclavas de explotación heredadas de la Colonia. En este ámbito intersticial, las identidades y experiencias se construyen y deconstruyen en respuesta a las condiciones de explotación y resistencia. Por ende, la figura del mensú puede servir como un punto de intersección para analizar este problema desde múltiples escalas y dimensiones. En constante flujo, es posible rastrearlo en figuras similares al jibarito, el jornalero, los trabajadores de los cafetales, los gomaleros o los cañeros. Sobre ellos escribe Barrett, algo inimaginable si observamos al señorito de los primeros años. En respuesta a una de las preguntas que motivaron este trabajo-¿a quién le habla Barrett? -se puede decir que encontró en los peones rurales el objetivo de su acción y los destinatarios de su pensamiento. Quizá sea por ello que se dirigió a sus detractores con las siguientes palabras: “Graves doctores [de la élite intelectual], no escribo para vosotros, sino para aquellos de mis dolientes hermanos que no han aprendido a leer” (Barrett, 1988).
Su incomodidad con la injusticia social y las desigualdades del sistema capitalista llevaron a Barrett a encontrar en la utopía y el anarquismo (un anarquismo más humanista y moralizador) una forma de expresión y denuncia. Estas acciones no se limitaron al ámbito literario, sino que también incluyeron una participación activa en los movimientos sindicales y las revueltas de los trabajadores. El viraje en su escritura se refleja claramente en las obras que se analizan en este estudio.
¿Quién puede decir a América?
Es ampliamente conocido que las naciones latinoamericanas comparten una historia común, forjada por un pasado autóctono y una administración colonial que perduró durante cuatro siglos, regida por leyes, ordenanzas, lengua, religión, cultura e instituciones comunes. Tras las independencias, cada territorio del antiguo imperio español buscó diferenciarse de sus regiones vecinas en la construcción de una identidad nacional propia, inspirada en el modelo europeo dominante. Como bien señala Volpi (2008), los contactos entre los distintos países de Latinoamérica se volvieron cada vez más esporádicos e incidentales. Aunque se preservaron la lengua y ciertas costumbres compartidas, los intercambios culturales se redujeron considerablemente, lo que facilitó la aparición de dos corrientes antagónicas: por un lado, aquella que pretendía exaltar los aspectos locales para consolidar una identidad nacional sólida; y por otro, quienes emulaban modelos extranjeros adaptándolos al proceso de formación de los Estados nacionales (op. Cit, 2008). Desde entonces, la dicotomía entre lo nacional y lo universal ha prevalecido con fuerza en la crítica y en el pensamiento latinoamericano. El rompimiento de las antiguas colonias con España significó la marginación de la literatura latinoamericana del canon occidental (Volpi, 2008: 101). Por lo tanto, las batallas libradas entre los defensores de lo nacional frente a lo universal adquirieron potencia en las producciones de la región. Nacionalistas y cosmopolitas se esforzaron por construir una literatura con identidad nacional, siendo las élites letradas las encargadas de representar los intereses del capital y sus respectivos proyectos políticos. Es precisamente contra este sistema que se rebela Barrett.
Su pertenencia a una clase social acomodada, su conocimiento del centro metropolitano y su integración en círculos de escritores profesionales le otorgaron la oportunidad de interactuar con figuras de renombre y formar parte de los más importantes círculos culturales y periodísticos de la época. Sin embargo, su acercamiento a la realidad social paraguaya le permitió descubrir su verdadero rol como escritor comprometido y determinar quiénes debían ser sus destinatarios. La injusticia social que sufría el pueblo paraguayo se convirtió en el punto de fuga desde el cual Barrett cuestionó a las voces autorizadas, desafiando los consensos establecidos sobre la forma de hacer literatura y reconfigurando las prioridades en cuanto a los temas urgentes que debían abordarse. La narrativa de Barrett se inscribió y encontró sus canales de recepción y difusión en las mutuales, los gremios y las organizaciones sindicales, con un enfoque particular en la figura del peón. Este se convirtió en su interlocutor, en la base desde la cual pudo elaborar un espacio creativo y particular que, finalmente, se fusionaría con sus ideas anarquistas. Su prosa libertaria, inicialmente marcada por un enfoque internacionalista, incorporó rasgos identitarios locales, evolucionando hacia una forma distintiva que se alejó del pensamiento del centro y se aproximó a la realidad endémica del continente.
En el contexto latinoamericano, las dinámicas de legitimidad y representación se configuran y negocian de manera particular cuando se escribe desde las periferias o los márgenes sociales y culturales. Ubicarse en esos intersticios alejó a Barrett de las discusiones en boga y condicionó su acercamiento a los espacios de escucha habilitados, inclusive puso en jaque la interacción márgenes-periferia dentro de una lógica ya dicotómica de “centro-periferia”. La voz de Barrett, entendida como emergente de la periferia, aportó una visión alternativa que llegó a tensar, cuestionar y renegociar los paradigmas establecidos por la narrativa dominante, aportando una perspectiva única. En el examen de su obra, puede observarse cómo el autor negocia permanentemente su posición frente a los escritores del novecentismo y los representantes de las élites políticas, tanto en términos de contenido como de estilo literario. Asimismo, es notable su preocupación por reflejar y representar fielmente la realidad social y cultural de su contexto específico. En este sentido, la literatura barrettiana no solo ofrece una alternativa a los cánones del centro, sino que también contribuye a la construcción de una identidad cultural que al mismo tiempo es local y global. La interacción entre las producciones literarias del centro, los grupos dominantes de la periferia y su narrativa desde los márgenes resalta cómo las regiones postergadas del continente pueden influir en las prácticas literarias establecidas y en la formación de una narrativa más inclusiva. Esto resulta clave, dado que la representación de las comunidades marginalizadas, como las comunidades indígenas o campesinas, se convierte en un aspecto crucial en la negociación de legitimidad y representación. Estas identidades, frecuentemente ignoradas o distorsionadas por las narrativas dominantes-que se escudan detrás del costumbrismo o en categorías como "civilización y barbarie"-, encuentran en la literatura alternativa de Barrett un espacio para visibilizar sus experiencias y reivindicaciones. Esta visibilización fue crucial para desafiar las imposiciones de las representaciones hegemónicas y promover una comprensión más integral y matizada de la identidad nacional y regional.
En igual sentido, las redes de difusión de bienes culturales, de diarios y revistas favorecieron el acceso de Barrett a un público más amplio, obteniendo un lugar que antes le era vedado y que le sirvió de abono para desarrollar una literatura alternativa. Su obra no pasó desapercibida ni quedó del todo en lo subterráneo; su valor radica en su capacidad creativa y en su originalidad, al apartarse de todo tipo de encorsetamientos. Este es, quizás, su mayor legado en la literatura latinoamericana: la lucha contra los prejuicios nacionales, su firme oposición al capitalismo de mercado, sus genuinas convicciones de izquierda, su voluntad libertaria, la evasión de los clichés impuestos por los medios nacionales, su vitalidad estilística, y una cuota de realismo que hemos de rastrear décadas más tarde en los novelistas del boom latinoamericano de los años 60 y 70.
La configuración y negociación de las dinámicas de legitimidad y representación en el pensamiento latinoamericano, especialmente desde las periferias y los márgenes sociales y culturales, revelan un proceso complejo que trasciende las simples dicotomías entre centro y periferia. Estas prácticas no solo emergieron como respuestas originales, críticas y alternativas a las ideas predominantes en los centros metropolitanos, sino que también reflejaron un conflicto interno entre los intelectuales locales, sobre quién tiene la autoridad y el derecho para definir y representar la identidad latinoamericana. Por un lado, las voces rescatadas en Lo que son los yerbales y El Dolor Paraguayo ofrecen perspectivas distintivas que cuestionan y enriquecen a las narrativas dominantes. Este enfoque alternativo permite una reconfiguración de las normas establecidas y facilita la emergencia de nuevas formas de legitimación y representación cultural. La literatura y el pensamiento desde las periferias no solo desafiaron las concepciones hegemónicas, sino que también propusieron una visión más integral de la identidad latinoamericana, basada en las experiencias y realidades locales. Por otro, este proceso de desafiar y reconfigurar las normas establecidas no estuvo exento de tensiones internas. La disputa entre intelectuales locales sobre quién debe tener la voz y el derecho para definir la identidad de la región reflejó un conflicto más profundo sobre el poder y la representación. Este conflicto pone de relieve las rivalidades entre diferentes grupos y corrientes dentro de los contextos locales, revelando cómo las dinámicas de legitimidad y representación también están marcadas por las tensiones y negociaciones entre los actores culturales y sociales de la región. Al escribir desde las periferias, se genera un campo de interacción rico y complejo, que combina la crítica y la innovación frente a las ideas metropolitanas con las tensiones y debates internos entre los actores locales. Este proceso multifacético no solo contribuye a una comprensión más amplia y diversa de la identidad latinoamericana, sino que también refleja las complejidades y desafíos inherentes a la representación cultural y literaria.
Consideraciones finales
Como dijo Roa Bastos (1988), un hombre de este temple resultaba un testigo insobornable y peligroso que la oligarquía nativa no podía tolerar. Barrett partiría a un nuevo exilio, esta vez en Montevideo (1910). Para los poderosos, era un riesgo de contagio que podía extenderse. La presencia de lo americano se manifestó en cada una de sus palabras y acciones, y posteriormente se expandiría a través de discursos igualmente intransigentes. Pocos años después de su fallecimiento en 1910, el escritor peruano José Carlos Mariátegui expresaría su célebre frase: "ni calco ni copia, sino creación heroica,"4 que evoca el "más vale deformar que repetir, antes destruir que copiar" de Barrett. Esto refleja la profunda deuda que la literatura latinoamericana tiene con el escritor español.
Queda por abordar la última cuestión relacionada con las tensiones subyacentes a la originalidad o la falta de originalidad de las ideas americanas en relación con las corrientes de pensamiento que surgen en los centros metropolitanos y, dentro de este cuadro de situación, si el pensamiento de Barrett puede considerarse como parte de esas tensiones y negociaciones-es decir, como un terreno de disputa-entre los representantes de la vida intelectual latinoamericana. En relación con lo primero, vale aclarar que el trabajo no buscó desentrañar si existen ideas originales o si estas obedecen a un carácter estrictamente derivativo como resultado de su periferia. Tampoco se pretendió entrar en el debate de si las ideas latinoamericanas contribuyeron o no a una historia de ideas en general. Lo que se buscó rastrear de sus aportaciones son sus yerros, sus intersticios, sus entre lugares (Santiago, 2012) los espacios por los cuales pudieron o intentaron colarse los que resisten, es decir el tipo de refracciones que se producen cuando las ideas son transplantadas y ubicadas en otros contextos específicos (Palti, 2023: 24). En definitiva, no hay obra de pensamiento latinoamericano que escape a las mezclas, a las significaciones imaginarias y a la sensibilidad. Con este principio se buscó cuestionar la premisa que enfrenta modelos y desviaciones, y en su lugar, se eligió hablar de invención y creación (íd., 2023: 53-54). Desde esta perspectiva se abordó la obra de Barrett.
En el escenario desgarrador del Paraguay de posguerra que buscaba modernizarse a toda costa, donde las elites intelectuales apuntaron a subordinar el arte de escribir al arte de las urgencias políticas, donde las elites políticas y económicas se definían por construir un orden que ejerciera dominación efectiva y duradera (Altamirano, 2008: 21-23), Barrett se preguntó por nuestra identidad, por el “quienes somos”, “por nuestra América” a contramano de lo establecido y tolerado por el establishment de la época. El contrapunto entre Barrett y los representantes del novecentismo paraguayo dejó en evidencia, que permitirse pensar y "decir" sobre América era motivo sobrado de tensiones y negociaciones constantes entre las élites y aquellos que se aventuraban a entrar sin pedir permiso. El escritor encontró en los márgenes de la sociedad paraguaya, que a su vez representaba los márgenes del continente, su entrelugar y su espacio de inscripción. En estos márgenes buscó colarse para poder inscribir sus reclamos, hacerse oír e interactuar con los representantes de la literatura mayor o dominante. Barrett logró desarrollar un dispositivo de enunciación colectivo con el que pudo abordar de manera crítica los problemas sociales del Paraguay, convirtiéndolos en temas de agenda. Desarrolló una narrativa alternativa, que sigue emergiendo cada vez que lo identitario se impone, ya sea como ciclo, boom o moda entre los escritores latinoamericanos (Devés Valdés, 2000).
Barrett supo condensar, dentro de su auténtica fiebre creativa, lo mejor de dos tradiciones distintas (a las que conocía tanto por venir del centro como por haber vivido en los yerbales), mejorando así su capacidad de integración. En el sentido que le imprime Volpi (2006), Barrett pudo apropiarse de los mejores elementos de la tradición occidental, sin por ello renunciar a su condición excéntrica. Quizá esta sea su mayor herencia, superando incluso su papel como precursor de la cuestión social, ¿acaso esta mixtura no puede encontrarse en los representantes del boom latinoamericano de los años 60?, inclusive, en tiempo anterior, en los escritores de Boedo, en Castelnuovo, Stoll, Yunque, Barletta, los hermanos Gonzalez Tuñon, Gustavo Ricio, Roberto Mariani, que registran este encuentro de “contemporáneos a destiempo” con la obra de Barrett (Roa Bastos, 1988). Y por qué no en el mismísimo Jorge Luis Borges (1956), quien expresó: “Rafael Barrett fue uno de los grandes escritores de la lengua española. Su obra es breve, pero esa brevedad es una virtud y no un defecto. Todo lo que Barrett escribió tiene una autenticidad y una profundidad que rara vez se encuentran. Es un escritor al que, como a Lugones, todos debemos algo”.5
En esto último radica su fuerza y originalidad: en el corrimiento, en el yerro, en la búsqueda de un camino propio, completamente ajeno a clasificaciones académicas, mandatos y corrientes de pensamiento (tanto de allá como de acá). Es por ello que aún sigue siendo valorado, además de su capacidad para narrar, reflexionar y conmover.