Se estima que aproximadamente 3000 personas acaban con su vida diariamente1. Sin embargo, es posible que sea una subestimación como consecuencia a la falta de información debido a múltiples causas como, estigmatización, actitudes y creencias culturales y religiosas, diferencias en el registro de muertes o ausencia de un sistema de registro de muertes por suicidio2. La prevalencia de las tasas de suicidio en países con bajos recursos económicos, debido a la ausencia de atención médica adecuada, es preocupante. Se estima que, el 79 % de los casos de suicidios ocurren en países de bajos recursos económicos1. De igual manera, los intentos de suicidios son más frecuentes en estos países3,4. En el 2019, 1,3 % de las muertes a nivel mundial fueron por suicidio. La Figura 1 permite observar la cantidad de suicidios como parte del total de muertes en países de todo el mundo. Por ejemplo, en el extremo más alto, el 4,5 % de las muertes en Corea del Sur en 2019 fueron por suicidio; 3,0 % en Catar; y 3,3 % en Sri Lanka; mientras que, en Grecia, esta proporción es diez veces menor, del 0,4 % y en Indonesia es del 0,5 %5.
A pesar de esta alta tasa de suicidios, los estudios acerca de su prevención se centran, en su mayoría, en países de altos ingresos económicos; mientras que solamente el 10 % de las investigaciones se circunscriben en países de bajos recursos1. En el Perú, se estima la ocurrencia de 548 intentos de suicidios al año6. Además, cerca del 25 % de la población peruana presenta síntomas de depresión, y de este grupo, el 15 % está en riesgo de suicidio7. Un estudio reciente realizado en Perú6, se reportó que, el 69,5 % de los casos de suicidios se presentaron en hombres, el 79,5 % en solteros y 26,6 % en personas con educación secundaria completa. Además, las mayores tasas de suicidio se presentaron en Lima (20,3 %), Arequipa (19,2 %), Cusco (9,5 %) y Junín (7,8 %). Las personas se suicidaron principalmente por ahorcamiento (56,6 %), envenenamiento (29,2 %), arma de fuego (4,0 %), precipitación (3,1 %) y arma blanca (1,7 %). Otro estudio reciente7, indicó que la tasa de suicidio presentó un aumento de 2017 (1,44 muertes/100.000 hab.) a 2019 (1,95) en el Perú.
Estos porcentajes, llevan a preguntarse ¿cuáles son las actitudes de los profesionales de la salud frente al comportamiento suicida? Un estudio realizado en profesionales de salud mental reportó que, los participantes indicaron deficiencias en la capacitación, conocimiento y habilidades en la evaluación y el manejo del suicidio. Asimismo, se identificó que la percepción de que el suicidio es ilegal fue la barrera más frecuencia, junto con la participación de la familia, crianza deficiente; mientras que, las creencias religiosas fue un factor protector8. Otro estudio con enfermeras, reportó que los participantes indicaron no tener experiencia o capacitación en salud mental o suicidio, presentaron más sentimientos negativos hacia el paciente y una menor percepción de competencia profesional respecto a las conductas suicidas9.
En este marco, se inserta el estudio titulado “Creencias actitudinales sobre el comportamiento suicida en profesionales de salud del área de emergencias en un hospital público de Lima, Perú”. Esta investigación reportó que los profesionales de salud participantes en el estudio presentaron actitudes de rechazo al comportamiento suicida de legitimización y el propio suicidio; mientras que, evidenciaron actitudes a favor del suicidio en enfermos terminales y moral del suicidio. Además, el 51,6 % presentó actitudes y creencias indiferentes para el suicidio y el 34,7 % actitudes y creencias a favor de este. Este hallazgo es similar a lo reportado anteriormente en una investigación donde se señaló que, gran parte de un grupo de trabajadores de la salud, presentaron actitudes negativas, como irritación frente al comportamiento suicida, y creencias acerca d los intentos de suicidio como una forma de hacer que los demás se arrepintieran. Esto, era contrario a lo presentado por trabajadores psiquiátricos, los cuales eran menos propensos a presentar actitudes críticas y creer que los intentos de suicidio eran egoístas o una forma de obtener la simpatía de los demás10.
Debido a lo breve del espacio en esta editorial, pasaré a mencionar algunas recomendaciones en base a los resultados del estudio en mención, que pueden ser útiles para el contexto peruano o de países con características similares. Específicamente, se debe recibir conocimientos sobre el riesgo de suicidio11 y distinción entre los mitos y los hechos sobre el suicidio10. Por ejemplo, es importante saber que más del 50 % de las personas que se suicidan han buscado, un mes antes, servicios de atención médica12 y el intento previo de suicidio es el predictor más fuerte del suicidio consumado13. Respecto al área afectiva, se debe brindar apoyo emocional a los trabajadores de la salud, donde afectos negativos como, la irritación o la impotencia sean reconocidas y puedan explorarse a través de discusiones grupales apoyadas por profesionales14. En estos espacios, los trabajadores podrían reconocer la fuente de sus sentimientos negativos y cómo podrían afectar su labor profesional con los pacientes suicidas15. Finalmente, se requiere una capacitación basada en habilidades para la implementación de herramientas de detección o manejo de crisis de suicidio16. Para esto, es necesario la implementación de programas de educación médica continua, que discutan los casos de suicidio y donde la colaboración con los departamentos de salud mental y psiquiatría faciliten el intercambio y la mejora de estas habilidades17. En conclusión, la capacitación que los profesionales de la salud reciben enfatizar en las áreas de conocimiento, afectividad y habilidades en la prevención y el manejo del suicidio