INTRODUCCIÓN
Desde el advenimiento de la categoría representaciones sociales en los trabajos clásicos de autores como Moscovici y Jodelet, hasta el presente, las investigaciones orientadas a interpretar los significados que emergen cotidianamente para dar cuenta del reino de las subjetividades humanas, espacio simbólico en el que se construyen y reconstruyen las identidades culturales y los modos de vida que aglutinan a personas y grupos, adquiere una plasticidad y capacidad heurística inusitada. Por esta razón, existe una amplia literatura científica que explora las representaciones sociales en las distintas dimensiones de la realidad latinoamericana.
En este orden de ideas, se aprecian trabajos en campos tan diversos como: las representaciones sociales del movimiento estudiantil chileno, el conflicto mapuche o la relación drogas y delito mediante el análisis de textos periodísticos (Segovia, et al., 2018). El estudio de las representaciones sociales ha madurado a tal punto que hay una cartografía sobre el tema que vincula dialécticamente a diversas metodologías, perspectivas y autores, lo que le permite a Dittus, et al. (2017) señalar que el estudio de los imaginarios y representación sociales se ha transversalizado, al tiempo que se constituye en una herramienta útil para comprender la realidad intersubjetiva cotidiana en el pasado y presente, con el uso de fuentes variadas. De hecho, al decir de Marchisotti, et al. (2017) hasta los escenarios virtuales en los que desarrollar las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), son espacios propicios para desarrollar palabras, símbolos y signos que configuran una forma virtual de representación social con énfasis especial en los profesionales.
Incluso ámbitos de formación académica como la escuela también se ven favorecidos por el estudio de las representaciones sociales de modos diferentes. Así lo evidencia el trabajo de Cardona & Montoya (2018), que tuvo por objetivo la comprensión de las representaciones sociales sobre conflicto en docentes, directivos y estudiantes de la media académica en las instituciones educativas Joaquín Vallejo Arbeláez y El Salvador de la ciudad de Medellín. Ellos concluyen que, en buena medida, los conflictos no solo son el resultado de interés disímiles, sino, además, de cogniciones, sentimientos, ideas y comportamientos que vienen dados por las tradiciones y el grupo del que se es parte. De ahí que, la propuesta de Lobato-Junior (2013), encaminada a formular un diálogo de saberes entre representaciones sociales y la didáctica es pertinente cuando lo que se trata es de profundizar en los usos aplicados de la teoría de representaciones sociales en escenarios educativos para entender los mundos de vida en general. Del mismo modo, Da Silva, et al. (2018), analizan las representaciones sociales que tienen los adolescentes que participan en las Escuelitas de Deportes de Vitória, Espírito Santo. Resalta esta investigación la descripción profunda que se hace de las representaciones de los juegos deportivos, en tanto, lugar que se relaciona con la amistad, el aprender las modalidades deportivas, la estética/salud, la ascensión social y nuevas perspectivas de vida, entre otros aspectos.
Coincidimos con Serrano (2013), en cuanto que la teoría de las representaciones sociales, aunque originada en los dominios de la psicología social y la sociología adquiere en su decurso un marcado carácter interdisciplinario que se constituye por derecho propio en un modelo interpretativo de la realidad social, que sirve de punto de encuentro a saberes, disciplinas y teorías a veces divergentes, especialmente útil para el contexto europeo y latinoamericano.
En el caso latinoamericano, escenario del que formamos parte, la teoría de las representaciones sociales sirve de pretexto para desarrollar, de igual modo, investigaciones en clave de pensamiento crítico, con el propósito superior de exponer las diversas formas de dominación social que, en lo material y simbólico, entorpecen u obstruyen el desarrollo pleno de grupos y minorías excluidas, subordinadas y/o discriminadas por la cultura hegemónica y sus poderes estructurantes. Una muestra de estas investigaciones está en el sugestivo trabajo de Aránzazu Cejudo-Cortés, et al. (2018), cuyo objetivo fue comprender, la medida en la que el conocimiento y las representaciones sociales sobre el vih/sida determinan las actitudes hacia el vih/sida en una población de educadores/as en formación, que aunque se supone educada o bien informada, manifiestas sutiles formas de discriminación ante esas personas que sufren por su enfermedad y por la percepción distorsionada que la misma genera en la realidad social.
En lo concreto, los saberes cotidianos se objetivan en las representaciones sociales, cuyos contenidos conceptualizan elementos culturales y simbólicos con los que interactúa el hombre, son parte de los imaginarios colectivos, que se expresan en las actitudes y los comportamientos de los grupos humanos en su devenir histórico.
Según Rubira-García y Puebla-Martínez (2018) la categoría representaciones sociales posee un gran valor epistemológico ganado a la comprensión profunda: “De los procesos de interacción, en específico los de comunicación” (p. 147). Sin embargo, como toda teoría no está exenta de limitaciones y paradojas susceptibles a críticas. A juicio de Wolter (2018), en líneas generales las principales críticas a este paradigma apuntan a la incongruencia entre los aspectos teóricos que guían el abordaje de casos concretos y, las características particulares de los diferentes métodos utilizados que terminar por configurar un mar de opciones, posibilidades teóricas y metodológicas difícilmente estandarizados.
Las características de los pueblos que se reproducen en la cultura y que expresan un contenido representativo, permite comprender las relaciones cognitivas que establecen los individuos en la construcción de su identidad personal y social. “La cultura como un todo tiene una estructura orgánica, y por consiguiente es la expresión de un sistema en que opera un proceso de objetivación y subjetivación” (Rojas, 2011, p. 47); incluye todo lo producido por el hombre: conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres; por lo demás, las representaciones sociales (RS): “Están ancladas en los saberes populares, mitos, tradiciones” (Banchs, 1999, p. 61), y corresponden a las tradiciones culturales de cada lugar. En consecuencia:
Las RS involucran la interacción de significados más o menos consensuales o divergentes, intrínsecamente sociales pues están determinadas no sólo por las interacciones de los miembros del grupo que las elabora, sino también porque se configuran en las interacciones con otros grupos (Rodríguez, 2013, p. 80).
La cultura en la provincia de El Oro, está en permanente construcción; su patrimonio, sus prácticas colectivas, símbolos, valores se establecen en el marco de las relaciones socioeconómicas sostenidas por la afluencia permanente de pobladores provenientes de diferentes regiones del país y del extranjero, que tributan a la forma de vida local, caracterizada principalmente por ser agro exportadora, minera y acuícola.
Después de la migración, las personas necesitan reformular sus proyectos de vida, para vincularse a los nuevos contextos, se busca una cierta armonía cultural, que les permita afincarse; en este proceso es importante la acción de los Gobiernos autónomos descentralizados (GADS) y otros organismos locales y zonales a fin de asegurar el cumplimiento de los derechos de la población migrante (Giraldo-Agudelo, et al., 2017).
La Identidad del poblador orense toma la localidad y su historia como referente: “En su pretensión de definirse como sujeto, el hombre solo descubre su comienzo sobre el fondo de una vida que se inicia antes de si” (Gudiño, 2009, p. 3); les gusta llamarse por su gentilicio: machaleño, santarroseño, zarumeño, etc.
También dotan de identidad local las prácticas laborales, a partir de ellas el grupo estructura un mapa mental, que le permite identificar características, clasificarlas, compararlas, realizar asociaciones por semejanzas y finalmente incluirse o excluirse; el cantón Santa Rosa es camaronero; los cantones Pasaje, el Guabo y Machala, bananeros; los cantones Portovelo y Zaruma, mineros. Aunque tienen características comunes, suelen diferenciarse en el proceso de comparación y asociación según el lugar de procedencia; así se representan como ahorrativos o gastadores, conservadores o liberales, valientes, dignos; los calificativos también se aplican a las localidades: Benemérita Santa Rosa; Centinela sin Relevo-Huaquillas; La Orquídea de los Andes- Piñas, Capital bananera del mundo- Machala.
La identidad tiene un anclaje social, se conforma desde la infancia: “Supone tres niveles de análisis: el reconocimiento de sí mismo, el reconocimiento hacia otros y el reconocimiento de otros hacia nosotros” (Marcus, 2011, p. 108). La identidad como autodefinición, reconocimiento de pertenencia a determinados grupos sociales contiene rasgos de identidad social, que implica procesos de comparación, categorización y distinción, a través de las cuales “se describen, simbolizan y categorizan los objetos del mundo social” (Rizo, 2006, p. 3).
La identidad es una categoría general que posibilita que tengamos un lugar de adscripción (histórico-temporal) frente a los demás a distinguirnos de los otros (sujetos, instituciones, grupos, familias, comunidades, movimientos sociales, naciones), y decir qué es lo que somos y lo que no somos (Cazales-Navarrete, 2015, p. 468).
La identidad está anclada a la cultura, a los esquemas de percepción y de acción. Las representaciones sociales portadoras de los saberes, creencias, significaciones compartidas por el colectivo. Por su parte, Seideman (2015), sostiene que crean el lazo entre el individuo y el colectivo, las: “Representaciones -de uno mismo, del grupo, representaciones sociales, representaciones de lo social, representaciones colectivas- son espacios participativos que involucran conocimientos y valores compartidos constitutivos de la identidad social” (p. 349) y que desempeñan además: “Un papel importante en el control social ejercido por la colectividad en cada uno de sus miembros” (Abric, 2001, p. 7).
La representación social es el contenido o significado consensuado, definido en términos comunes, constituyéndose en ideas o símbolos con las cuales los individuos describen, imaginan e interpretan la realidad. Las representaciones reproducen mentalmente los objetos percibidos y tienden puente entre la imagen sensitiva y el concepto. El lenguaje y el sistema de símbolos creados por los hombres, juegan un papel importante en la construcción mental de la realidad. De ahí que:
Los signos están organizados en lenguajes y la existencia de lenguajes comunes es lo que nos permite traducir nuestros pensamientos (conceptos) en palabras, sonidos o imágenes, y luego usarlos, operando ellos como un lenguaje, para expresar sentidos y comunicar pensamientos a otras personas (Hall, 1997, p.5).
Con el lenguaje se comunica las representaciones sociales determinadas por elementos externos, que provienen de ciertos grupos y que en la cotidianidad se imponen sutilmente, “constructos subjetivos” del discurso del poder, que atribuyen el significado real o ficticio de los objetos, desde donde se difunden, convirtiéndose en “sentido común, y luego en convicciones difíciles de ser removidas” (Silva, 2004, p. 45). “La aptitud para descifrar y manipular estructuras complejas, sean lógicas o estéticas, depende en parte de la complejidad de la lengua transmitida por la familia” (Bordieu & Passeron, 1996, p. 116).
Según Van Dijk (1999), los usuarios de los lenguajes, coparticipan de estos, tanto como individuos, como miembro de los grupos, por ello: “La interacción social en general, exige representaciones que son compartidas por un grupo o una cultura, como el conocimiento, las actitudes y las ideologías” (p. 26). Aunque se constata la interrelación social en las representaciones; sin embargo, se hace presente la individualidad, en la medida que cada sujeto participante tiene su nivel de interpretación y necesidades. No se puede aceptar que las representaciones se reducen a la influencia del lenguaje únicamente; existen otros factores contextuales e individuales que determinan o configuran las representaciones.
Los autores coinciden en especificarlas como una modalidad particular de conocimiento; de hecho: “Son entidades casi tangibles. Circulan, se cruzan y se cristalizan sin cesar en nuestro universo cotidiano a través de una palabra, un gesto, un encuentro” (Moscovici, 1979, p. 27), están; como sistema de valores, ideas y prácticas (Araya, 2002); se presentan de forma variada, más o menos complejas (Jodelet, 2011).
No hemos de creer que las representaciones son solamente unas pequeñas etiquetas mentales, una suma de conocimientos que nos sirven para descifrar nuestro medio ambiente, para identificar las cosas y las personas. Las utilizamos también para comunicar con otros y para orientar nuestras conductas (García, 2008, p. 6).
Las representaciones, al decir de Moscovici (1979) pueden ser: hegemónicas, en donde el modelo que explica la realidad, pretende ser dominante y tomarán características relacionadas con las particularidades contextuales del sector que las construye; en los mismos contextos hay representaciones polémicas como la de género, en la cual intervienen elementos representativos cuyos significados chocan, se contradicen; las representaciones emancipadas que se originan en subgrupos, estas tienen formas diferentes a las hegemónicas, podríamos estimarlas nuevas, ya que incorporan la realidad de forma innovadora.
Las representaciones sociales al designar al saber de sentido común: “En pocas palabras, el conocimiento espontáneo, ingenuo” (Jodelet, 1986, p. 473) en un contexto determinado, en este caso la Provincia de El Oro, permiten reconocer ciertos: valores, costumbres, creencias, mitos, ideologías que recoge la tradición y la práctica común del pueblo y que influye en manera decisiva en los comportamientos.
En la representación se elaboran modelos del objeto percibido, sin estar esté presente; “Toda representación es así una forma de visión global y unitaria de un objeto, pero también de un sujeto” (Abric, 2001, p. 5). En los procesos de representación de la identidad, como señala Jodelet (1986), lo primero que surge es la idea de casa, que se asocia al lugar de nacimiento, al pueblo donde vive, alrededor de ella se concentran las ideas positivas: familia, momentos de diversión, amigos, escuela, trabajo; también los aspectos negativos.
Las representaciones se generan por objetivación y anclaje. Se objetiva lo percibido, cuando se reproduce el objeto, y al mismo tiempo se lo descontextualiza, queda mentalmente solo el modelo concreto, que es incorporado a las estructuras o experiencias previas de los sujetos o grupos: normas, criterios, significados. El esquema representativo finalmente se integra al fondo común de la cultura. Así los pobladores, cuando hacen referencia a una práctica, anteponen la tradición, en la forma de los saberes consuetudinarios que se expresa metafóricamente hablando en expresiones como: mi padre me dijo que así se hace, mi abuelo lo hacía de la misma manera. Las tradiciones sociales, familiares se reproducen en las representaciones de los sujetos, se cumple la función de regular, normar.
Con el anclaje la representación se articula al colectivo, en ella el objeto, los sujetos o grupos adquieren nombre y significado y pasan formar parte del sistema de conocimientos. Articular las representaciones individuales a las colectivas, es posible por medio del lenguaje, los símbolos. De esta manera, las representaciones se transforman en conocimientos colectivos que ofrecen a los individuos un margen u orientación para accionar.
Los anclajes, desencadenan respuestas emocionales ante un estímulo, por ejemplo la melodía “Venga conozca El Oro”, es un anclaje auditivo para la población orense; en consecuencia, lo identifica con el conjunto; las imágenes de la Virgen de Chilla, El Cisne, El Carmen, de las Mercedes, son anclajes visuales, que estimulan la fe; los sabores del marisco, del verde, provocan impacto en el gusto; todo anclaje traspasa los sentidos y se articula al esquema de representaciones colectivas y se llevan a cabo debido al sistema de representaciones sociales integradas en la cultura y que se asimilan en forma consciente o inconsciente. A continuación, comidas de la parte baja y la parte alta, que estimulan el gusto de los orenses.
La representación se levanta sobre las percepciones colectivas que tienen dominadores comunes; por ello, antes de representarse individual y socialmente, debió aprehender ciertas características que los asemeja y los distingue, integrarlas en un todo sensitivo, abstraer lo repetitivo y elaborar una imagen sensorial que los representa. Para Moscovici (1979), son:
Procesos mediadores entre concepto y percepción, al lado de estas dos instancias psíquicas, una de orden puramente intelectual y la otra predominantemente sensorial, las representaciones constituyen una tercera instancia, de propiedades mixtas (pp. 37-38).
La representación se relaciona directamente con la percepción del medio externo, a este conocimiento sensitivo se le agregan significados sociales: se escucha lo que dicen, ven lo que hacen, aprenden a gustar; la madre enseña al niño lo sabroso, lo bueno, lo mejor; sin embargo, la lógica racional de los individuos, también influyen en la construcción cognitiva; en los humanos hasta las sensaciones llevan una información racional.
Por su parte, a criterio de Hewstone & Moscovici (1986) las representaciones sociales se estructuran: de elementos afectivos; de información recibida y del campo donde se organizan los contenidos representacionales; según la teoría de Abric como se citó en Salamanca-Avila, et al. (2012) se estructura de un sistema central o núcleo y el sistema periférico “compuesto por elementos ordenados jerárquicamente alrededor del núcleo” (p. 2).
En el contexto orense se generan autopercepciones. El amigo es solidario, festeja, encubre, ayuda, en este proceso se excluye al otro, como una forma de identificarse con el grupo y representarse socialmente. El adulo y la solidaridad son dos espacios designados para diferentes actores: se adula al jefe, se apoya al amigo; en este sentido la solidaridad tiene un núcleo que se articula a la hermandad y periféricamente se expande a los compañeros, amigos, vecinos.
Las narrativas que los grupos tienen o hacen de sí mismos, explican las posiciones de los agentes, y su grado de apropiación del capital cultural. Por lo tanto, una misma realidad es percibida de forma diferente; de ahí que las identidades personales y las sociales difieran, cambien, se redefinan, en función de los contextos.
Se constituyen, a su vez, como sistemas de códigos, valores, lógicas clasificatorias, principios interpretativos y orientadores de las prácticas, que definen la llamada conciencia colectiva, la cual se rige con fuerza normativa en tanto instituye los límites y las posibilidades de la forma en que las mujeres y los hombres actúan en el mundo (Araya, 2002). El conocimiento en sus distintas formas es histórico y social, cambia, se precisa, e interactúa en una relación concreta. La identidad como la representación son organizaciones cognitivas.
Según Abric (2001), las funciones de las representaciones sociales son cuatro:
Función de Orientación, en tanto establecen la dirección y significado de las normas que direccionan el accionar de los individuos en la cotidianidad. En este sentido justifican las decisiones y conductas que se dan en la interrelación con otros individuos. La representación de la masculinidad y la feminidad, guarda una carga simbólica representativa: “Que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya: es la división sexual del trabajo, distribución muy estricta de las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos” (Bourdieu, 2000, p. 55). En la provincia de El Oro, el 65% de las mujeres están declaradas como no activas; en su mayoría desempeñan labores domésticas; el trabajo fuera de hogar es para el hombre; las pocas mujeres que trabajan fuera de casa se dedican a trabajar en servicios y venta, ocupaciones elementales, un número no significativo (11%) a labores profesionales (INEC, 2010).
La representación de la feminidad y la masculinidad se construyen en correspondencia a las realidades sociales y rol en la economía; pese a las diferencias formales guardan afinidad de contenidos. En la parte alta y en la parte baja se considera a la mujer para la casa y la crianza de los hijos, persevera una cultura tradicional- patriarcal: “Podemos decir que la socialización secundaria es la adquisición del conocimiento específico de "roles", están estos directa o indirectamente arraigados en la división del trabajo” (Berger & Luckmann, 1986,p. 6).
Función de Conocimiento: La aprehensión de los saberes, capital cultural de la comunidad, necesario para comprender e interactuar con la realidad social. Las representaciones se ubican en la intersección de lo social y de lo individual
Estas formas de pensar y crear la realidad social están constituidas por elementos de carácter simbólico ya que no son sólo formas de adquirir y reproducir el conocimiento, sino que tienen la capacidad de dotar de sentido a la realidad social. Su finalidad es la de transformar lo desconocido en algo familiar, y lo invisible en perceptible (Velázquez, et al., 2013, p. 43).
Función Identitaria, permiten la cohesión de los grupos, a través de las representaciones que se asientan en imaginarios colectivos que comparten conocimientos consensuados, parcialmente homogéneos evidenciados en las acciones de los individuos, en los mitos, la religión, las creencias y demás productos culturales colectivos. En los pueblos de la costa sur las prácticas de fe se orientan por la veneración a la Virgen: del Carmen, de la Merced, del Cisne, etc. Los gustos del paladar por los platos típicos del sector, la socialización por las formas de diversión.
Función de justificadora, en este sentido permiten sustentar los comportamientos, prácticas cotidianas y conductas. La representación social resulta de los consensos que se desprenden de la imagen de los objetos evidenciados en opiniones, creencias necesarias para el desenvolvimiento de los sujetos en el colectivo y que justifica la práctica o la costumbre.
En las colectividades de la región sur del Ecuador, las lógicas comportamentales son trasmitidas primero por la madre, más tarde por los integrantes de la familia, hasta que los niños están en edad de tomar decisiones sencillas, la: “Sociedad se entiende en términos de un continuo proceso dialéctico compuesto de dos momentos: objetivación e internalización” (Berger y Luckmann, 1986, p. 2). Las objetivaciones son parten de las representaciones, como la religiosidad interiorizada del pueblo y que se expresa en la conducta de asistir a misa, cumplir de prioste, contribuir para la fiesta.
El objetivo en este trabajo es describir los elementos de la identidad y que forman parte de las representaciones sociales para establecer marcos referenciales que orientan las actitudes y comportamientos de los pobladores, y su proyección en los diferentes espacios de la cotidianidad: política, religiosa, social, cultural de la provincia de El Oro, ubicada en la costa sur del Ecuador.
Las representaciones sociales es un tema actual, debatido desde la sociología y la psicología. En Ecuador, no existe una producción particular sobre la temática, sin embargo, es importante destacar trabajos como el de Silva (2004), que nos orientan sobre las identidades en el contexto.
Los resultados de la investigación, son útiles para describir elementos culturales, parte de la identidad y debatir, al mismo tiempo, sobre las representaciones sociales que subyacen en el ideario social, como un elemento que permite reproducir hábitos y costumbres. Desde esta perspectiva se introducen elementos aglutinadores en la diversidad cultural que es característica de la provincia de El Oro. En ella conviven afros, indígenas venidos del centro y norte andino, mestizos, migrantes peruanos y otros grupos venidos por motivos de trabajo.
Es importante reconocer las relaciones existentes entre los diversos elementos culturales como las creencias personales o grupales y los estilos de vida y los valores de las personas con la finalidad de generar acciones, actitudes positivas en relación al entorno natural y social (Serna, et al., 2017).
METODOLOGÍA
Para el análisis se ha revisado la bibliografía de Moscovici (1979), Jodelet (1986) y las interpretaciones de autores contemporáneos, cuyos aportes permiten profundizar en la temática. Para el estudio empírico se han aplicado encuestas a una muestra de 201 pobladores, agrupados en la parte alta y la parte baja de la provincia estudiada.
Como unidad territorial, abarca 14 cantones; siete en la zona costera (parte baja), dedicados a las actividades agroexportadoras y acuícolas y las otras siete se ubican en la cordillera (parte alta), dedicados a la explotación del oro, la ganadería y la agricultura.
Para la revisión de la literatura especializada, hemos seguido la estrategia sugerida por Gómez-Luna, et al. (2014), que recomiendan realizar el análisis de la bibliografía y ubicar datos factuales y datos descriptivos. Se realizó el análisis de 25 artículos de revistas académicas. Los primeros permitieron constatar la fuente, año, y lugar de publicaciones y los segundos que corresponden a las variables, e indicadores, permitieron constatar la actualidad y la pertenencia de los artículos para la discusión del problema.
La investigación parte de la pregunta ¿Cuál es la representación social de la identidad que poseen los pobladores de la parte alta y parte baja de la provincia del El Oro?, tiene un enfoque racional deductivo. Para la investigación empírica se ha determinado una muestra no probabilística, que depende del criterio de procedencia de los encuestados 201 estudiantes y docentes de centros educativos de nivel medio que, corresponden sus orígenes a la parte alta y parte baja de la Provincia de El Oro.
Para las encuestas se tomaron en cuenta los indicadores que corresponden a identidad y filiación por lugar de origen, que constó de 35 preguntas. Las primeras 14 tienen relación con datos sociodemográficos y las 21 preguntas restantes corresponden a la percepción cultural, afectiva, las costumbres del lugar y finalmente la autodefinición por pertenencia de origen.
La fiabilidad del instrumento es = .69 y el margen de error que corresponde a la respuesta de pertenencia es = .27 en relación a la muestra. Los resultados fueron procesados en el Programa estadístico SPSS, versión 23 para realizar análisis descriptivos.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
Se realizó un análisis de fiabilidad entre el origen del padre, de la madre y el lugar de nacimiento del entrevistado, cuyo resultado fue = .74. Las respuestas en torno a la pregunta ¿Cómo se considera por su lugar de nacimiento?, nos evidencia la percepción de territorialidad que tienen los orenses: se es primero de la localidad y después de la provincia (Tabla 1). Por ejemplo, el zarumeño (57,1%) y el machaleño (40,5%) representan a los polos económicos y culturales de la provincia: parte alta y parte baja; en las respuestas, la identidad de ser “orense” no es significativa. En los pobladores de El Oro, la localidad es vivida, sentida y subjetivada y tiene una dimensión simbólica que se asocia a significados concretos, “Todo individuo tiene una representación simbólica de su territorio, más allá de los elementos que lo constituyen, pero los resume en pocos y vigorosos rasgos, suficientes para orientar sus decisiones” (Herner, 2010, p. 156).
No. | Respuestas | Parte Baja | Parte Alta | ||
---|---|---|---|---|---|
F | Porcentaje | F | Porcentaje | ||
1 | Zarumeño | 2 | 1.5 | 40 | 57.1 |
2 | Piñasense | 4 | 3.1 | 5 | 7.1 |
3 | Portovelense | 0 | 0.0 | 12 | 17.1 |
4 | Marcabelense | 1 | 0.8 | 0 | 0.0 |
5 | Arenillense | 5 | 3.8 | 1 | 1.4 |
6 | Machaleño | 53 | 40.5 | 0 | 0.0 |
7 | Huaquillense | 5 | 3.8 | 0 | 0.0 |
8 | Santarroseño | 7 | 5.3 | 0 | 0.0 |
9 | Pasajeño | 20 | 15.3 | 0 | 0.0 |
10 | Orense | 17 | 13 | 10 | 14.3 |
11 | Otro | 17 | 13 | 2 | 2.9 |
Total | 131 | 100 | 70 | 100 |
Los pobladores de la parte alta principalmente de Zaruma, Portovelo y Piñas, reproducen representaciones con las cualidades que se atribuyen, por ejemplo, se autocalifican como: ahorrativos, puntuales, disciplinados, trabajadores, honrados. Es el perfil que exigen los dueños de las compañías mineras a los administradores y trabajadores de las minas, por lo tanto, son parte de la ideología del poder, que “ocupa por ello, un espacio importante en el espectro total de la cultura, configurando el sistema simbólico” (Murillo, 2000, p. 139). La representación social se amalgama con los valores instituídos y subjetivados en la concuiencia popular.
La identidad y las representaciones sociales se reproducen aun fuera de las localidades; en otras ciudades del Ecuador y del extranjero se forman asociaciones, clubes que se encargan de convocar a las celebraciones tradicionales, de la parte alta, así leemos una convocatoria de la Asociación de Piñasienses en Quito, en la que se promocionan actividades para celebrar el día de la Familia.
Habrá concursos de juegos tradicionales y Gynkanas donde participaran miembros de toda la familia. (Palo encebado, molloco loco, baile del trompo, batiendo, el rompope, los mamones, etc. etc.).
También habrá una deliciosa comida típica de Piñas (arvejas, morcilla con yuca, carne asada, tamales, etc. (Portal Ciudad Orquídea” 30/08/2007).
Es importante resaltar que los pobladores de la parte alta se enorgullecen de su cultura y tradiciones, frecuentemente establecen comparaciones y diferencias con los de la parte baja, ellos reproducen sentimientos de superioridad que se profundizan en los procesos de control político y económico de la provincia. Por lo demás, “para los psicólogos sociales, los individuos de un grupo no solo comparten el mismo escenario cultural y negocian entre ellos lo que entienden del mundo, sino que, además, comparten los mismos significados producidos” (Herner, 2010, p. 160).
Los pobladores que viven en la costa, se consideran con una cultura menos arraigada, que los de la parte alta; es importante esto, puesto que es justamente en las ciudades y campos de la parte baja a donde llegan, atraídos por el mito del desarrollo, emprendedores, trabajadores de distintas regiones del país y que se articulan a la producción agroexportadora y pesquera y que han dejado su lugar natal, son los venidos, los migrantes forzados a adaptarse a las nuevas circunstancias.
Por lo tanto, no existe una realidad objetiva definida de antemano; toda realidad es representada, es decir, apropiada por el grupo, reconstruida en su sistema cognitivo, integrada a su sistema de valores, dependiendo de su historia y del contexto ideológico que lo envuelve (Herner, 2010, p. 156).
CONCLUSIONES
La cultura en la provincia de El Oro, está en permanente construcción; su patrimonio, sus prácticas colectivas, símbolos, valores se establecen en el marco de las relaciones socioeconómicas sostenidas por la afluencia permanente de pobladores provenientes de diferentes regiones del país y del extranjero, que tributan a la forma de vida local, caracterizada principalmente por ser agro exportadora, minera y acuícola.
Las representaciones sociales sobre pertenencia territorial y que se articulan en la identidad de los orenses, expresan la apropiación del mundo simbólico y los significados objetivados en la tradición y que se reproducen en la cotidianidad. Con el lenguaje se comunican las representaciones sociales propias o trasmitidas por otros grupos y que se convierten en parte del sentido colectivo, ellas no están exentas de valores instituidos, que son aquellos que el poder refuerza.
El núcleo representativo de la identidad social es el terruño, referente del hogar, la familia, los amigos, los vecinos. Los pobladores suelen poner énfasis en su localidad para señalar su procedencia, así dicen soy zarumeño, santarroseño, huaquillense. El decir soy orense no es más significativo que el gentilicio de su localidad; ellos establecen una diferencia entre ser de la parte alta o de la parte baja. Tales diferencias expresan rivalidades por el control económico y político de la provincia.
Las representaciones sociales de los orenses, reflejan una buena carga emocional, que se manifiesta en las actitudes y comportamientos de los pobladores, que se exhibe en los comportamientos de los integrantes de las agrupaciones que se forman en los diferentes cantones de la provincia y en otras provincias; así comúnmente se encuentran las asociaciones de zarumeños, piñasienses, pasajeños, huaquillenses, etc.
Las representaciones sociales están cargadas de significación, ser del lugar expresa solidaridad, apoyo y consideración con los vecinos. Sus narrativas enuncian estima de su identidad, así invitan a comer la mejor comida del mundo, a participar de las mejores fiestas de la provincia, a conocer la capital bananera del mundo.
El estudio de las representaciones sociales, permite aprender el mundo simbólico, de valores y creencias que han construido los pobladores y su papel en las relaciones cotidianas y comportamientos humanos. El concepto es útil para interpretar diferentes contextos, conservando las peculiaridades de cada lugar, cuyo debate puede ampliarse desde los espacios de Academo, Revista de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades.