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Academo (Asunción)

versión On-line ISSN 2414-8938

Acad. (Asunción) vol.6 no.2 Asuncion dic. 2019

https://doi.org/10.30545/academo.2019.jul-dic.7 

Análisis

La investigación cultural desde el Estado. Reflexiones en seis mudanzas

Cultural Research from State. Reflections in six moves

Cristian Jiménez Molina1 

1 Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Quito, Ecuador.


RESUMEN

Desde la mirada crítica de diversos proyectos académico-intelectuales como los estudios culturales, los estudios subalternos, el proyecto modernidad/colonialidad, el pensamiento poscolonial o el giro decolonial, entre otros, la tendencia común marca la profunda crítica al paradigma convencional de la ciencia moderna occidental, cuestionado por su carácter hegemónico, excluyente y eurocéntrico. Dicha crítica, si bien no plantea la negación absoluta de los aportes y desarrollos alcanzados, confluye en la necesidad de revisar y puntualizar el carácter contingente de los cánones epistemológicos, metodológicos y disciplinarios en vigencia, apostando por la diversificación de los postulados, la porosidad de los abordajes y la ampliación de las lógicas/lenguajes/herramientas que orientan el ejercicio investigativo y la práctica académica e intelectual. Apoyados en algunos de estos aportes, el presente ensayo busca una aproximación primitiva al intento por describir/descubrir otras posibilidades para la investigación cultural desde el Estado. La ruta adoptada plantea una serie de seis mudanzas que exploran las potencialidades de conmoción y transformación del ejercicio investigativo, concebido como actividad eminentemente centrada en los otros. Las consideraciones planteadas parten de la descripción de la situación particular de investigación y abarcan algunas de las posibles coordenadas, lógicas de poder y zonas de tensión que resultarían inherentes al posicionamiento de la investigación cultural en la institucionalidad estatal. Amplificada por los aportes de diversos autores, nuestra propuesta se enmarca en la tendencia que interpela la renovación integral de la práctica investigativa, como ejercicio intelectual representativo de las formas de reproducción del conocimiento y como posicionamiento ético-político que contribuye a la construcción de nuevos mundos no marcados por la exclusión y las borraduras que promoviera la lógica moderna/colonial del paradigma convencional de ciencia.

Palabras clave: Autonomía del conocimiento; situación de la investigación; indisciplina; no-metodología; afectividad; hegemonía; conversación; traducción; escrituras

ABSTRACT

From the critical view of various academic-intellectual projects such as cultural studies, subaltern studies, the modernity/coloniality project, postcolonial thought or the decolonial turn, among others, the common tendency marks the deep criticism of the conventional paradigm of modern science Western, questioned by its hegemonic, excluding and Eurocentric character. This criticism, although it does not raise the absolute negation of the contributions and developments achieved, comes to the need to revise and punctualize the contingent character of the epistemological, methodological and disciplinary canons in force, betting on the diversification of the postulates, the porosity of the approaches and the extension of the logics/languages​​/tools that guide the investigative exercise and the academic and intellectual practice. Supported by some of these contributions, this essay seeks a primitive approach to the attempt to describe/discover other possibilities for cultural research from the State. The adopted route proposes a series of six changes that explore the potential of shock and transformation of the investigative exercise, conceived as activity eminently focused on the others. The considerations are based on the description of the particular research situation and cover some of the possible coordinates, power logics and areas of tension that would be inherent in the positioning of cultural research in the state institutionality. Amplified by the contributions of various authors, our proposal is framed in the tendency that calls for the integral renewal of research practice, as an intellectual exercise representative of the forms of reproduction of knowledge and as an ethical-political position that contributes to the construction of new worlds not marked by exclusion and erasures that promoted the modern/colonial logic of the conventional paradigm of science.

Keywords: Knowledge autonomy; reseearch situation; indiscipline: no methodology; affectivity; hegemony; conversation; translation; writings

“Los campos olímpicos de lo que equivocadamente se caratula “teoría pura” se suponen eternamente aislados de las exigencias y tragedias históricas de los miserables de la tierra. ¿Siempre debemos polarizar para polemizar?”

(Homi Bhabha, 2002).

INTRODUCCIÓN

Construirse es reconstruirnos desde una necesaria (aunque incómoda) destrucción. Premisa general que ronda los diferentes campos sobre los que actuamos y cuyas aristas generales pretendemos abordar en el siguiente escrito. En efecto, re-construirse a partir de la destrucción de viejos prejuicios y nociones agotadas, afrontando las limitaciones y violencias sedimentadas en nuestras formas de relacionarnos con los otros y/o conocerlos, relativizando la posición desde la cual hablamos y/o legitimamos nuestros discursos o prácticas intelectuales que, en el fondo, determinan el domicilio o situación de nuestra comprensión del mundo.

Sobrevivirnos desde la diletancia

El ensayo de respuesta a la pregunta sobre las dinámicas que determinan el domicilio actual de nuestra investigación, debe partir de la contemplación de la multiplicidad de campos, intereses intelectuales y aspectos vivenciales que nos han marcado, cuyos ejes de desarrollo siempre desbordan lo que define como el campo de acción académico. En esta línea, el inicio de nuestro recorrido se fundamenta desde el cuestionamiento a la supuesta autonomía del conocimiento que ha animado el desarrollo del paradigma convencional de la ciencia, que en palabras de Alejandro Haber, se traduce en colonialidad del conocimiento y de la cultura:

La autonomía del conocimiento, acoplada a la idea de justicia como lugar de atribución de valores, es precisamente aquello que sostiene la colonialidad del conocimiento y de la cultura. Una vez que conocemos el mundo que está allí, sabiéndonos a nosotros como conocedores, y que nos atribuimos el lugar atribuyente de valores de justicia, estamos listos ya para tornar a nuestro conocimiento en una tecnología de intervención y a nosotros mismos en agentes de colonización. Al fin y al cabo, los colonizadores siempre viven en el lugar de la justicia. (Haber, 2011, p. 25).

Ubicado este crucial y definitivo cuestionamiento, proponemos a la diletancia como primer intento de mudanza que podría distinguir a la nueva práctica epistemológica, que a más de intelectual es indiscutiblemente ética y política. Desde su acepción primigenia, el gozo poderoso que caracteriza al ejercicio de la diletancia nos permitiría explorar la amplitud de campos simbólicos que involucran el hacer y pensar de la cultura, desde una estrategia que, al tiempo de des-centrar el protagonismo exagerado de las experticias disciplinarias sobre los conocimientos y las prácticas, ubicaría nuestras inquietudes extra-académicas en un lugar protagónico de la experiencia vital. La resistencia al ímpetu especialista que nos obliga a cartografiar y profundizar el conocimiento de un determinado sector, campo, lenguaje o expresión, está pensado en pos de favorecer el recorrido deambulatorio por los distintos territorios/afectividades en los cuales se constituyen y proyectan las subjetividades que nos conmueven e interpelan. La defensa de la nomadez adquiere mayor coherencia cuando nos vemos abocados a imaginar puntos de aproximación y diálogo a la amplitud de voces, subjetividades y posicionamientos con los cuales se vincula nuestro trabajo, muchas de las cuales no provienen del campo restringido de la academia, sino de prácticas diversas cercanas a sensibilidades identificadas como ‘colectivas’ y/o ‘marginales’, las cuales encuentran un lugar propio en proyectos como la “Epistemología del sur” del portugués Boaventura De Sousa Santos (2009) o un “Paradigma otro” del argentino Walter Mignolo (2002).

Desde las posibilidades que ofrecen las sensibilidades incluidas en dichos proyectos -los cuales han caracterizado un giro sustancial de la reflexión político-cultural desde América Latina-, una línea fructífera de acción podría ser el indisciplinamiento de los campos de referencia que construyen nuestro enfoque profesional, promoviendo una suerte de ‘contagio’ y ‘mutación’ con la multiplicidad de prácticas simbólicas que han sido borradas o simplemente excluidas del denominado campo académico del conocimiento. En tanto que epistemologías legítimas, si bien dichas prácticas intelectuales y culturales encuentran puntos de cercanía con las humanidades y las ciencias sociales, sus dinámicas y formas de reproducción suelen permanecer ajenas a los bloques o departamentos disciplinares que se trazan desde el enfoque convencional y nos ofrecen nuevas formas de abordar los complejos hechos culturales. Recordemos que el trazado del campo académico ha obedecido a unas prácticas epistemológicas y políticas concretas, y ha pretendido confundir el llamado afán desinteresado por la verdad con un ejercicio hegemónico que legitima ciertos conocimientos al tiempo que deslegitima otros.

Explorando esta ruta, los contagios y mutaciones podrían desembocar en lo que De Sousa Santos plantea como

(...) el retrato de una familia intelectual numerosa e inestable, pero también creativa y fascinante, en el momento de su despedida, con algún dolor, de los lugares conceptuales, teóricos y epistemológicos, ancestrales e íntimos, pero no más convincentes o seguros, una despedida, en busca de una vida mejor, hacia un camino lleno de otros paisajes donde el optimismo sea más fundado y la racionalidad más plural y donde, finalmente, el conocimiento vuelva a ser una aventura encantada. (De Sousa Santos, 2009, p. 39-40).

Entonces, las posibilidades de esta empresa se potencializan más si asumimos la proclama que nos hace De Sousa Santos cuando manifiesta el desafío de reconceptualizar y devolver(nos) el conocimiento como aquella hermosa aventura encantada y ambiciosa que debe (re)incorporar la inconmensurable capacidad imaginativa, poética y utópica del ser humano, la cual ha sido desterrada por el paradigma convencional de la ciencia. Desde esta nueva posición, el tono que podría adquirir nuestra intervención debería nutrirse de los acercamientos potenciales que guarda la emergencia del nuevo paradigma científico planteado por De Sousa Santos con el particular momento que vive nuestro país. Sin duda, uno de los síntomas que expresan el desarrollo de este nuevo momento es la creación del Ministerio de Cultura del Ecuador en el año de 2007. Articulada a la aprobación ciudadana de una nueva Constitución de la República (2008), esta Cartera de Estado se presenta como la institución rectora del Sistema Nacional de Cultura, cuya finalidad es garantizar el pleno ejercicio de los derechos culturales, fortalecer la identidad nacional, proteger y promover la diversidad de expresiones culturales, incentivar la libre creación artística y la producción, difusión, distribución y disfrute de bienes y servicios culturales, además de salvaguardar la memoria social y el patrimonio cultural. (Constitución de la República del Ecuador, 2008)

Así, posicionados en un momento histórico que no solo es nacional sino regional, el desafío por configurar un ejercicio epistemológico distinto, sea éste antimperialista, subalterno, poscolonial, decolonial o contra hegemónico, estaría llamado a celebrar el hermoso encuentro entre el lado especulativo y reflexivo del pensamiento con la creatividad e inclinación poética del ser humano. Avanzar en este camino podría significar, por ejemplo, la exploración de las conexiones posibles entre el ‘saber vivir’ que nos plantea De Sousa Santos con la propuesta del ‘Buen Vivir’ (Sumak Kawsay) delineado en la Constitución de la República vigente, como referentes directos de lo que podría ser un nuevo paradigma de conocimiento. Desde este planteamiento, se trata de imaginar una sociedad en la cual el ser humano no profundice la tendencia a instrumentalizar el conocimiento hacia la explotación o aniquilamiento de sus semejantes y de la naturaleza.

Otro de los campos significativos de exploración abiertos por la Constitución de la República vigente es el que se relaciona con la declaración de los ‘derechos de la naturaleza’. Entre otras, una de las propuestas que buscarían expresar esta nueva forma de interpretar viejos conceptos como bienestar, progreso o desarrollo, es la iniciativa mundialmente conocida como Yasuní ITT. Como propósito fundamental, esta propuesta plantea renunciar a la explotación de inmensas reservas de petróleo en pos de la conservación de una reserva natural de relevancia planetaria. Para mayor información de esta propuesta, se puede consultar el sitio web: www.yasuni-itt.gob.ec

Sin ocultar el entusiasmo personal que implica participar del actual proceso político que enfrenta nuestro país, coincidimos con la posibilidad de configuración de una práctica investigativa que pueda reconocerse en la heterogeneidad simbólica y cultural que nos caracteriza, desde el nuevo ethos de un ejercicio profesional que posiciona la transgresión metodológica invocada por De Sousa Santos y que renueva el compromiso ético-político de una racionalidad más plural, amplia y democrática. Bajo esta interpretación, ‘saber vivir’ y ‘Buen Vivir’, constituirían nociones gemelas que afrontan el desafío de replantear un compromiso colectivo cuyas aspiraciones apunten a la transformación integral de nuestras prioridades, prácticas usuales, compromisos y actitudes existenciales con lo que nos rodea y somos en sentido amplio.

En nuestro caso particular, luego de ensayar una formación doblemente referenciada por estudios disciplinarios e intereses in-disciplinados o dispersos, la posibilidad de involucrarnos en procesos de investigación cultural impulsados desde el Estado representa el momento actual que condiciona (sin someter) gran parte de nuestro ejercicio intelectual. Por supuesto, las renuncias, implicaciones y compromisos que subyacen a este posicionamiento, son inherentes a la elección adoptada y obedecen a la contingencia particular de nuestra carrera profesional, por lo que no pueden ser obviados desde ningún punto de vista.

Sin centrarnos en eventualidades subjetivas que podrían limitar el enfoque propuesto, es entonces necesario identificar y reconocer las situacionalidades y exigencias que inciden en las prácticas investigativas que venimos desarrollando, la cuales están atravesadas por formas de legitimación, discursos hegemónicos y ejercicios de poder que las desbordan. Como se diría en el lenguaje común, no es cuestión de ‘soplar y hacer botellas’, por lo que hay que sortear la trampa fácilmente asumida que imagina al desarrollo de la práctica investigativa en una suerte de mundo paralelo ajeno a las truculencias del mundo mundano. Desde esta perspectiva, el ejercicio profesional-intelectual-político de quien opta por el campo de la investigación, ya sea desde el Estado o desde cualquier otra forma de institucionalidad, debería estar articulado en referencia a las formas de legitimación y justificación de su práctica en el contexto social, es decir, a las opciones y decisiones concretas que le permiten sobrevivir como cualquier otro individuo en un mundo cada vez más salvaje. A este develamiento de las coordenadas del discurso intelectual se refiere Alejandro Haber cuando plantea:

Ganamos un sueldo como investigadores (o una beca como doctorandos), y la supervivencia es un factor nada desdeñable en el mundo de los que vivimos de nuestro pensamiento; es decir, que la comida que nos entra por la boca, la casa en la que vivimos, la ropa que vestimos, y el colegio al que enviamos a nuestros hijos, no son meras casualidades para quienes encontramos en el pensamiento, el habla y la escritura la manera de justificar nuestro lugar en la lucha por la supervivencia. (Haber, 2011, p. 13).

Indudablemente, como el mismo Haber sugiere, el sentido de la coartada que apunta a la legitimación del investigador y la investigación, trasciende el simple interés de supervivencia y también se vincula con el afán de figuración social que también incide en la toma de decisiones. Siendo claro que en nuestra sociedad el anhelo de superación se ha reducido paulatinamente a la premisa competitiva de mejorar nuestra posición laboral y remunerativa, para el tema particular que nos ocupa, la figura del investigador que actúa desde el Estado debe estar referenciada constantemente por la necesidad de asumirla y reconocerla como una posición enfocada al servicio público, pero re-conceptualizado desde el fracaso de la burocracia institucional todavía vigente en ciertos niveles. En otras palabras, si bien es importante identificar las coartadas que legitiman la elección de un individuo sobre las alternativas para desarrollar su trabajo y triunfar en su lucha por la supervivencia, para el caso del investigador que se posiciona en el Estado debe también contemplarse una reflexión profunda sobre los compromisos y responsabilidades inherentes a la elección de actuar desde el marco de lo público.

Entre otras, las consideraciones y reflexiones delineadas, permitirán visualizar, por un lado, las determinaciones discursivas de poder y representación a las cuales el/la investigador/a escoge someterse o sublevarse, y, por otro, el campo desde el cual se actúa e interviene, así como las estrategias posibles para concretar el insalvable relacionamiento con otras subjetividades. En estas coordenadas, el lugar asumido deberá enfrentar y superar los reparos generalizados que anteponen los actores culturales, cuya vinculación con el Estado ha sido tristemente marcada por la inoperancia e indolencia de una burocracia enraizada en las instituciones oficiales. Por supuesto, hay que decir que tras el discurso de la citada indiferencia, también se ocultan las posturas de determinados actores que defienden posiciones de privilegio e intereses particulares no articulados con los intereses mayoritarios del conjunto social.

Descentrar hegemonías excluyentes

Para distinguir de mejor manera los contornos del nuevo paradigma investigativo cuyos rasgos buscamos explorar, nos preguntamos ¿qué tipo de posibilidades podrían desarrollarse desde el proyecto de ‘buen vivir’ al cual nos adherimos? y ¿qué aportes puntuales se podrían ensayar desde la posición particular del Estado?

Para respondernos, apelamos a la segunda mudanza de este recorrido, la cual sustentándose en los aportes de Donna Haraway (1995), postula un descentramiento del yo hegemónico occidental y la posibilidad de imaginar una mirada que nos permita reconocer las contradicciones, intersecciones y núcleos de significado que rodean a nuestros cuerpos, en tanto que sujetos éticos, políticos y epistemológicos. Como nos propone la autora estadounidense, las conexiones y conversaciones que se podrían establecer con las prácticas simbólicas o las sensibilidades colectivas mencionadas en la mudanza anterior, podrían potenciar un ejercicio intelectual indisciplinador, plural y utópico que nos permitirá avanzar en la construcción de versiones del mundo menos organizadas en torno a ejes de dominación o hegemonías excluyentes. La recurrencia de dicho ejercicio, así como la amplitud de voces de las cuales se alimenta y con las cuales dialogan nuestras convicciones y conocimientos, podrá alguna vez traducirse en un nuevo proyecto de ciencia y objetividad que se constituya ya no desde la exclusión y las borraduras epistemológicas, sino a partir de la mutua y reflexiva interacción entre cuerpos parciales y contradictorios, que se reconocen como tales en la interacción pero que se vinculan mutua y solidariamente en la construcción de un sujeto colectivo.

Siendo la propuesta configurar una red de conocimientos parciales, localizables y críticos, el reto que nos convoca debería apuntar al descentramiento de la voz hegemónica del Estado, en tanto constructo moderno y occidental por excelencia. Para ello, resulta crucial nuestra capacidad de promover y sostener conexiones solidarias y conversaciones compartidas con los múltiples actores que provienen de distintos campos, disciplinas y posicionamientos intelectuales o políticos, o los dos a la vez.

Sin postular la desaparición o desvinculación del Estado con respecto al complejo y crucial escenario cultural que nos convoca, creemos que también se trata de no sobrevalorar la importancia de dicha participación ni tampoco la reproducción de las prácticas hegemónicas que podrían darse desde una institucionalidad cerrada y cercada en sus propias inoperancias o limitaciones. Antes bien, la participación del Estado en la negociación cultural deberá estar llamada a superar las mediocres concepciones e intervenciones acostumbradas en momentos históricos anteriores, cuyas lógicas reduccionistas y estereotipadas no dejan todavía de reproducirse en algunos espacios.

Entonces, como venimos sugiriendo, las posiciones que adoptan el conjunto de los actores culturales con respecto a la participación, responsabilidades o atribuciones del Estado en el tema cultural resultan disímiles por inherencia, por lo que el descentramiento del yo hegemónico occidental y de las prácticas excluyentes que convoca se plantea como un momento crucial que podría ayudar a resolver viejas tensiones y a solventar el proceso de construcción de otros paradigmas de conocimiento. Por ende, es necesario estimular y favorecer cuantas versiones del mundo sean posibles, lo que en términos de Haraway significa ejercer ‘la ciencia como enjambre’, opción que se articula con las dos nuevas mudanzas programadas para nuestro recorrido: la conversación y la traducción.

Conversar es traducirnos política y culturalmente

Por una parte, desde las posibilidades de un conocimiento crítico, la conversación renueva la relación de investigación y la escenifica en el marco de una doble hermenéutica (Giddens, 1987), que busca neutralizar la violencia trazada por el método convencional (Figari, 2012, Módulo 7) y que nos recuerda que el quehacer de la investigación social y cultural implica una doble vía por la cual explicamos y comprendemos lo que los actores sociales explican y comprenden. De ahí que, antes de avanzar, toda intervención deberá cuestionarse en colectivo sobre lo que se entiende y se ejerce como conversación, lo que implica especificar los marcos y condiciones sus agentes, quienes desde la nueva perspectiva abierta por esta mudanza estarían llamados a desechar la dicotomía sujeto-objeto y a actuar bajo relaciones sujeto-sujeto.

Cumpliendo estas premisas, la conversación podrá potencializarse como una forma auténticamente indisciplinada de comunicarnos, una suerte de ‘relacionalidad ampliada’ que incluye el aporte de actores excluidos y marginados desde la perspectiva tradicional y que desvirtúa los supuestos asumidos acríticamente que confunden investigación con indagación o interrogación. Si somos capaces de ampliar los cuerpos y las dimensiones de sus contactos, podríamos asumirnos como sujetos hablantes que no esconden su condición de campos de batalla y espacios de conflicto, pero que al mismo tiempo manifiestan su deseo de establecer conexiones y conmoverse a través de la conversación. En algunos casos, dichos posicionamientos se asumen como ejercicios de una ‘mala praxis’ que busca desbordar los reducidos contextos de la academia y vincular al conocimiento con las dimensiones del que fuera expulsado.

Nos propusimos recuperar el pensamiento de las situaciones (investigación), de la esterilización que supone la falta de involucramiento político (academia); y al mismo tiempo recrear el compromiso existencial (militante) en torno a procesos de reflexión siempre inmanentes. Romántico es el bello nombre que vino a dar cuenta, desde la perspectiva de la academia, de la mala praxis en que hemos incurrido. (Colectivo Situaciones, 2009, p. IV).

Desde nuestro posicionamiento, considerando las tensiones que atraviesan el campo cultural y los distintos actores que intervienen en su desarrollo, las premisas descritas no siempre se cumplirán a cabalidad, por lo que también es necesario combatir la falacia de la ‘conversación desinteresada’. Hemos visto como en la escena del debate contemporáneo, muchas de las imbricaciones entre cultura, política y poder son analizadas desde distintos ámbitos y enfoques, lo cual ha exigido la comprensión mutua de que las condiciones de conversación están urdidas de diferencia (Haber, 2011) y que la percepción de nuestra realidad política está culturalmente enmarcada (Buden, 2006). A esto se suman los aportes de la tendencia explorada (aunque no agotada) por los Estudios Culturales, a partir de los cuales resulta cada vez más evidente que la participación en el contexto actual debe partir de la consideración de la cultura-como poder o del poder-como-cultura. Explora este mismo camino, aunque con un enfoque crítico de la institucionalización y despolitización de los Estudios Culturales, la línea de pensamiento sustentada por Daniel Mato y el grupo de “Estudios en otras prácticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder”. Para mayor amplitud sobre estos puntos, véase Mato (2002).

En esta línea de reflexión, Boris Buden nos plantea:

Lo cultural se ha convertido propiamente en ese escenario, la mismísima condición de posibilidad de la sociedad y de nuestra percepción de lo que es hoy la realidad política. Ésta es la razón por la que la democracia, es decir, la búsqueda de la libertad, la igualdad, la justicia social, el bienestar, etc., se nos muestra hoy como culturalmente determinada. (Buden, 2006, p. 2).

Por otro lado, no es menos cierto que el posicionamiento o las características que transmite la institucionalidad del Estado a cualquier proyecto de investigación cultural, podría dificultar en cierta medida el desarrollo de una conversación auténticamente conmovedora y transformadora, pues desde dichos sectores de la gestión cultural se ha tornado costumbre manejar la falacia que atribuye un acento extraño de pureza y marginalidad ontológicas a los procesos culturales autodenominados ‘independientes’. En este sentido, si bien persisten hoy igual que antes los peligros de la anulación, oficialización y partidización de ciertas dinámicas culturales, sin embargo, en muchas ocasiones la importancia de neutralizar estos riesgos se desvirtúa por completo con prácticas lastimosamente difundidas desde las cuales se privilegian aspectos como el chantaje, el ocultamiento de intereses y privilegios personales o la auto-victimización y auto-marginalización estratégica de ciertos actores culturales. Al mismo tiempo, de manera no menos paradójica, los detractores que señalan este extraño contagio institucional, posicionan un discurso que reclama el apoyo más decidido y desinteresado del Estado, al cual, dicho sea de paso, constantemente critican y desprestigian. Así, parecería que desde cierto sector de la gestión cultural se posiciona una suerte de pragmatismo interesado, el cual regula sus apreciaciones discursivas en una escala que va desde la demanda de financiamiento estatal para sus iniciativas -muchas de las cuales han sido cooptadas por la lógica privada y con afán de lucro-, hasta la condena a la ‘intervención oficialista’ cuando de democratizar la inversión, vigilar el correcto uso de los fondos públicos y des-hegemonizar ciertas prácticas se trata.

En definitiva, a efectos de estimular la mudanza a la cual nos referimos, resulta necesario puntualizar que la vinculación de los procesos culturales provenientes de la sociedad con la trama del Estado, no tiene por qué implicar su deslegitimación o el desvanecimiento del carácter agitador, inquietante y subversivo que algunos conservan. Antes bien, una comprensión cabal de la dimensión política de los procesos culturales y un ejercicio frontal del diálogo situado con las lógicas del poder puede potenciar dichos procesos y generar dinámicas auténticamente transformadoras. Por lo que hemos podido percibir, la pugna en cuestión abarca una serie de elementos discursivos y estrategias de presión que precisamente amenazan la posibilidad de una conversación transformadora y reveladora. Por un lado, la imposibilidad del diálogo descrito puede explicarse por la persistente negativa a incluir al Estado (central y regional) como un actor más en la conversación y vincularlo como sujeto colectivo con protagonismo legítimo y voz propia que podría (y debería) posicionar la naturaleza de sus intervenciones y lógicas de gestión. A este respecto, por ejemplo, Alejandro Grimson (2010) plantea que la convergencia perversa operada entre las políticas neoliberales y las ONG’S pretenden extender la lógica perversa que postula la des-responsabilización del Estado con respecto a sus deberes sociales y culturales.

Por otro lado, la resistencia descrita también debe contextualizarse en el necesario mea culpa expresado por la administración pública, pues el tipo de participación que han estilado sus instituciones opera como uno de los factores que reproducen prácticas descontextualizadas y excluyentes, las cuales se traducen en formas de interlocución que imposibilitan un acercamiento sincero y abierto hacia las iniciativas ciudadanas. En tal medida, el desarrollo renovado de un ejercicio dialógico debería profundizarse también desde la urgente transformación de la gestión pública en el contexto del proceso, por lo que una de las estrategias posibles será aquella que promueva la transformación radical del tono y posicionamiento que adopta el Estado en el concierto cultural, neutralizando aquellas prácticas que profundizan los riesgos del viejo paternalismo y el falaz argumento del carácter apolítico de los procesos culturales.

Salvada esta larga aunque necesaria digresión, nuestra propuesta plantea una mudanza que engloba varias mudanzas, es decir, corrientes de empatía, acercamiento/alejamiento que movilizan las posiciones, situaciones e intersubjetividades en cuestión con miras a generar conversiones auténticas (Figari, 2012, Módulo 7). A este nivel, se ubicaría la negociación como una forma de saber si al ‘otro’ le interesa participar y conmoverse en la conversación, lo que implicaría abortar todo acercamiento en el cual el único que avance y se conmueva sea el investigador, provenga de donde provenga. Si bien las herramientas de la negociación fortalecen las posibilidades de ser-con-otro en toda su potencia, la conversación propuesta necesariamente debe ser complementada con una afectividad fértil, es decir, aquella que contemple la conmoción como un momento crucial.

Antes de desarrollar con mayor amplitud la noción de afectividad, diremos algo sobre la traducción como cuarta mudanza planteada en nuestra reflexión. Partiendo del razonamiento de Haber (2011), coincidimos en que toda expresión simbólica entraña una ‘diferencia primigenia’ que determina el posicionamiento de una zona no resuelta en el corazón de la comunicación, en cuyos dominios se acumula una especie de residuo que puede ser interpretado desde las herramientas de la traducción. Apoyada en el aporte de Jean Baudrillard, Nelly Richard (2010) expresa que la dupla valor-signo/valor-símbolo nos permite posicionar lo cultural en un régimen de la ambivalencia, en cuyos territorios se va sedimentando un exceso de representación o residuo que no es susceptible de planificación y restitución.

Ahora bien, considerando que estas herramientas son múltiples y se enmarcan en una diversidad de posibilidades epistemológicas, la traducción que postulamos es aquella que se asume como negociación cultural y políticamente enmarcada. Sin empobrecer la versatilidad del concepto desde una lectura binaria, la traducción que planteamos debe concretarse como un espacio para la transgresión, la subversión y la herejía, en términos cercanos a los propuestos por Bhabha y rescatados por Buden:

La hibridación es también el espacio en el que todas las divisiones y antagonismos binarios que caracterizan a los conceptos políticos de la modernidad, incluyendo la vieja oposición entre teoría y política, dejan de funcionar. En lugar del viejo concepto dialéctico de negación, Bhabha habla de negociación y traducción como la única manera posible de transformar el mundo y provocar algo políticamente nuevo. Así, desde su punto de vista, la extensión de una política emancipatoria en el campo cultural sólo es posible siguiendo la lógica de la traducción cultural. (Buden, 2006, p. 4).

Sobre este marco, históricamente vulnerable a los reduccionismos de una gestión economicista y metodológicamente acorralada por el paradigma canónico de la ciencia, la intervención del Estado en materia de investigación cultural debería abrirse hacia nuevas experiencias de acercamiento y traducción que no ahonden las relaciones asimétricas de conocimiento que se han impuesto desde la lógica neoliberal. No agotar la potencia de estas cualidades (transgresión, subversión, herejía y blasfemia), significará plantear una estrategia de negociación/traducción que actúe como vehículo de la conversación, la cual, al tiempo que nos indique si al ‘otro’ le interesa conmoverse o ser-con-nosotros en toda potencia (afectividad), neutralice los circuitos que repliegan la comunicación a los particulares intereses del investigador o las trabas del monólogo burocrático.

Conscientes que los ‘oídos sordos’ o ‘espacios vacíos de conversación’ abundan en el paradigma neoliberal profundamente imbricado en la estructura estatal, entendemos que la neutralización de los riesgos citados debería implicar el cuestionamiento de las pretensiones de accesibilidad inmediata y/o traducción simultánea de los procesos que superan el reducido marco institucional. Una de las condiciones para concretar este propósito parte de la aceptación que las iniciativas culturales surgen y se desarrollan en un campo que desborda cualquier tipo de pretensiones regulatorias o normativas, por lo que una auténtica traducción debe favorecer el acercamiento y mutuo aprendizaje de la amplia gama de dinámicas o modos de gestión que hallaremos en el camino. En tal medida, la traducción como mudanza precisa un acercamiento política y culturalmente posicionado, el cual, sin esconder los modos de gestión que diferencian a las subjetividades involucradas, está llamado a aprovechar las alternativas del reconocimiento como una táctica para dejarse habitar por la conversación.

Alejandro Haber (2011), plantea tres formas de entender el reconocimiento, como una de las estrategias para subjetivarnos desde otros lugares que no sean los que tradicionalmente nos brinda la institucionalidad. En primer lugar, reconocemos un territorio con el cual no estamos familiarizados y al mismo tiempo descubrimos cuan poco conocemos acerca del mismo. En segundo lugar, el reconocimiento plantea un volver a conocer aquello a lo que nos dirigimos, postulando un replanteamiento integral entre las palabras y las cosas. Por último, reconocer es entendido como el aceptar que las cosas no son como las creíamos y ser capaces de actuar sobre ello.

En otros términos, se trata de no ahondar en la práctica del pensamiento abismal delineado por Boaventura De Sousa Santos (2009), aquel que establece una división radical entre ‘este lado’ y el ‘otro lado’ de la línea y determina la tensión entre la regulación/emancipación aplicable al espacio hegemónico estatal y la apropiación/violencia correspondiente del terreno de la ‘no oficialidad’. En la misma línea, Walter Mignolo (2002) nos habla de la dupla modernidad/colonialidad como los dos momentos de un mismo fenómeno que sustenta la definición epistémica, subjetiva y ontológica practicada por la modernidad, la cual también opera sobre el silenciamiento y negación de todo lo que desborda el campo institucional acuñado por la oficialidad.

Bajo estos preceptos, la traducción cultural ejercida como transgresión (Bhabha) podrá ser interpretada como una forma de resistencia epistemológica o pensamiento post-abismal (Do Santos). En definitiva, se trata de potencializar al máximo las conexiones o escenarios que contemplen la conversación y traducción como mudanzas complementarias, posibilidad que se torna viable desde el establecimiento de relaciones afectivas.

Mudarnos o centrar afectividades duraderas

Arribamos a la quinta mudanza de nuestra ruta, la cual contempla la posibilidad de sustentar los procesos de investigación y el propio ejercicio intelectual a través de afectividades duraderas y consistentes. Como en cualquier otro ámbito de la vida, dichas afectividades se consolidarán con el tiempo y dependerán en gran medida de las estrategias de comunicación que empleemos para vincularnos con las subjetividades con las cuales nos encontremos. Así, en sintonía con una relación cuerpo-cuerpo (sujeto-sujeto), una afectividad será fértil cuando cumpla el doble propósito de brindar sentido a la conversación y contextualizarla mediante la construcción de una perspectiva ‘alocéntrica’, es decir, amorosamente centrada en los otros (Fox-Keller, 1991). Para nuestro caso concreto, estas afectividades podrían potencializarse si posicionamos nuestras intervenciones en el escenario de una política que defiende y re-define el papel del Estado como actor fundamental para la consecución del ‘Buen Vivir’ que, en definitiva, constituye una preciosa forma de centrarnos amorosamente en los ‘otros’ (sujetos) y en lo ‘otro’ (naturaleza).

Ahora bien, más allá de posicionarnos o señalar ‘el sitio del cual hablamos’, esta mudanza trastoca por completo la noción institucionalizada de investigación, tristemente racionalizada desde el paradigma que se fundamenta en la separación abismal de la pareja sujeto-objeto. Asumiendo las implicaciones que abarca, la inclusión de las afectividades en los proyectos de investigación nos devuelve al territorio del que fuéramos expulsados desde la premisa de la ‘no intervención’ o la ‘no vinculación’. Sin duda, la contemplación del campo afectivo abre un panorama inmenso de posibilidades de transformación y replantea tanto las exigencias de nuestra labor intelectual como las relaciones que hemos venido sosteniendo con los ‘otros’, vistos ahora como sujetos y hablantes. En términos de Alejandro Haber (2011), esta consigna implica el emprendimiento de una cartografía antagónica que resulta útil para reconocer el domicilio de nuestra investigación, pero también para mudarlo y brindarle alternativas al encapsulamiento del ejercicio academicista. En una línea cercana, Boaventura De Sousa Santos plantea la existencia de una cartografía dual, que engloba una: dimensión legal (derecho) y una dimensión epistemológica (ciencia).

(…) cartografía legal y una cartografía epistemológica. El otro lado de la línea abismal es el reino del más allá de la legalidad y la ilegalidad (sin ley), de más allá de la verdad y la falsedad (creencias, idolatría y magia incomprensible). Juntas, estas formas de negación radical resultan en una ausencia radical, la ausencia de humanidad, la subhumanidad moderna. (De Sousa Santos, 2009:167).

En otras palabras, no bastaría con manifestar de qué lado de los antagonismos o zonas de tensión queremos estar, sino sería necesario asumirnos con los otros en solidaridad y aprendizaje para investigar las maneras en que esos antagonismos nos constituyen a nosotros mismos en tanto que investigadores (Haber, 2011) o para sondear las líneas abismales como violencias que nos habitan y proyectamos en nuestras conversaciones/relaciones (De Sousa Santos, 2009).

En estas coordenadas calza muy bien la noción de ‘investigador extraviado’ planteada por el Colectivo Situaciones (2009), la cual reflexiona sobre la necesidad de avanzar hacia un imaginario distinto del investigador, redefinido como una figura iconoclasta, militante y contestataria que renuncia al falso ‘compromiso con la verdad’ impuesto por la noción canónica de ciencia y reafirmado por el academicismo conservador de ciertas instituciones. En tal virtud, el desafío de asumirnos como profesionales y servidores públicos que estamos obligados a luchar contra la resistencia que impone el aparato burocrático, nos exigiría también la rearticulación de nuestras prioridades y el reposicionamiento de nuestros compromisos epistemológicos, éticos y políticos en el horizonte del ‘Buen Vivir’, contextualizado como proyecto político amorosamente centrado en los otros.

Sin embargo, siguiendo a Alejandro Grimson (2009), no deberíamos olvidar que dicha rearticulación o reposicionamiento epistemológico-ético-político se realiza en un campo plagado de tensiones y zonas de encuentro/disputa, por lo que es necesario también reflexionar sobre los riesgos y tergiversaciones que provocaría el confundir nuestros deseos y afectividades con la realidad o la idealización de las prácticas y subjetividades con las cuales se relaciona/transforma nuestro ejercicio investigativo. Así nos advierte que:

Es necesario tener una política de las agendas de investigación y una política de la teoría en contra de las tendencias a analizar actores que les gustan a los investigadores y que desarrollan discursos y prácticas con las cuales el investigador se identifica. (Grimson, 2009, p. 7).

Sobre este gran marco, se articulan los planteamientos de una epistemología del sur, el pensamiento post-abismal, y la transgresión epistémica o resistencia epistemológica de la cual nos habla Boaventura De Sousa Santos (2009), así como el paradigma ‘otro’ construido desde los bordes y ocultamientos del propio espacio hegemónico y colonial referido por Walter Mignolo(2002). En conjunto, el trabajo de estos dos autores exploran aquellas ‘grietas no resarcidas por la modernidad occidental’ (Grimson, 2010), apostando por una renovación epistemológica que es al mismo tiempo ética y política. Entonces, si la conversación es la construcción de subjetividades ampliadas (Haber), el ‘pensamiento post-abismal’ (De Sousa Santos) o ‘epistemología del sur’ (Mignolo) son formas de interconocimiento o ecología de saberes que resaltan la dimensión colectiva de la ciencia.

Dicho esto, las reflexiones de estos autores plantean orientaciones valiosas sobre lo que deberíamos hacer no sólo con la ciencia y sus discursos, sino con la actitud ético-política que proclama la custodia y construcción de mundos más justos, incluyentes y diversos. En esta tendencia, encaja muy bien el llamado de Carlos Figari a practicar una ‘investigación militante’, que parta de la remarcación del carácter colectivo de la ciencia y que incluya posibilidades de transformación colectiva enfocadas a la construcción de otros mundos desde solidaridades ampliadas.

Sin duda, la exploración de la dimensión colectiva de la ciencia y la investigación, deberá complementarse con lo ya expuesto al respecto del favorecimiento de cuantas versiones del mundo sean posibles o el ejercicio de la ‘ciencia como enjambre’ que destacáramos de la propuesta de Donna Haraway. Desde estos preceptos, la renovación ética inherente a los postulados referidos deberá resaltar la importancia de la ‘co-presencia’, inclusión y simultaneidad espacio-temporal de diversas prácticas epistemológicas y metodológicas. Si una manada tendrá que invadir a la ciencia, ello deberá significar ante todo la posibilidad de remplazar la hegemonía excluyente de la modernidad/colonialidad por la hegemonía de la diversalidad, que en términos de Walter Mignolo (2002) implica posicionar a la diversidad como proyecto universal. Sólo así, habitando el campo de las relaciones en las que nos reconocemos como partícipes activos, podríamos favorecer un auténtico acercamiento a la diferencia que es, en definitiva, un desplazamiento del domicilio de la investigación desde la lógica disciplinar hacia la diferencia (Haber, 2011, p. 28).

Por lo tanto, el aporte fundamental de la tendencia que explora la arista colectiva de la ciencia, no se limita a promover el ensayo de nuevas o mejoradas narraciones desde la lógica del conocimiento experto o disciplinar, sino en el rescate del proyecto ético-político que demanda la creación de otros mundos a través del ejercicio de nuevas prácticas intelectuales militantes. Como podemos deducir, los campos colectivos y afectivos se cruzan en el sentido de que la diversidad inagotable de la experiencia (De Sousa Santos, 2009) no puede atenerse al filtro del sujeto unívoco moderno, sino debería estar mediada a través de los acercamientos/alejamientos que establecemos con las subjetividades y actores sociales que emergen con mayor fuerza en nuestras sociedades.

Al mismo tiempo, la advertencia de no extraviarnos demasiado y fundamentalmente no confundir nuestro deseos con la realidad (Grimson, 2009), debe considerar que las múltiples comprensiones que entran en juego requieren articularse en el marco de una conversación/traducción que incluye acercamientos/alejamientos afectivos. Sobre esta base, lo colectivo podrá legitimarse como lugar de encuentro y afectividad, identificando saberes e ignorancias auto-reflexivas e interdependientes, entre sujetos y prácticas epistemológicas diversas que se reconocen como limitados pero relacionantes a través del diálogo.

Escrituras son suturas

Partiendo de la certeza de que toda intervención constituye en sí misma una acción políticamente enmarcada y orientada a generar una transformación en el campo de lo real, arribamos a los territorios de la última mudanza que planteamos para este trabajo, a saber, la reinscripción de las estrategias y soportes que usamos para comunicarnos, o lo que es lo mismo, el ejercicio de la escritura como parte de la conversación y su orientación hacia nuevos domicilios. Como nos dice Alejandro Haber:

Escribir la conversación interviene en ella nombrando lo innombrado y poniendo en ese flujo lo que ya es conocimiento en otro, pero tal vez no lo era para nosotros, es decir, acusamos en la escritura la medida del reconocimiento (1+2+3). La escritura tiene el sentido poético de crearnos nuevos lugares en mundos que nos son nuevos porque nos eran otros. Fijamos en la escritura, nuevos domicilios. (Haber, 2011, p. 27).

Naturalmente, considerando que la gran mayoría de estrategias y experiencias impulsadas desde el Estado en momentos anteriores no han sido las más idóneas, estamos convencidos que es necesario diversificar el abanico de escrituras a través de los cuales se registran y circulan los conocimientos, así como promover la inclusión de metodologías o estrategias ‘marginales’ o ‘no convencionales’ desterradas de los programas tradicionales de investigación cultural. Como horizonte de referencia, la alternativa de una ‘vitalidad imaginativa’ planteada por el Colectivo Situaciones (2009) podría permitirnos multiplicar las probabilidades de resistencia y escape a los riesgos de una investigación secuestrada por las normas incuestionables del método y su excesivo afán predictivo. Se trata, en suma, de interpelarnos y generar programas abiertos de investigación que cuestionen nuestro propio posicionamiento y nos desafíen a transformarnos en el camino, es decir, dejándonos conmover por aquellos aspectos que no predice ni previene el enfoque disciplinar. Como apunta Alejandro Haber (2011), una investigación que resulta perfectamente predecible en sus lineamientos y resultados, no vale la pena ser pensada mucho menos ejecutada.

Evidentemente, tampoco no se trata de neutralizar cualquier iniciativa de investigación que se pueda generar desde el Estado y sus instituciones. Antes bien, considerando precisamente los silencios y omisiones cometidas por experiencias anteriores, es necesario avanzar en un proceso en el cual dichas iniciativas no escondan las ‘suturas hegemónicas’ que entrelazan sus discursos, es decir, que no se omitan o escondan las relaciones de poder, legitimación y prestigio de los lenguajes y narraciones que entran en juego. Por lo tanto, si desde la perspectiva que actuamos nos resulta imposible escapar a la obra como escritura o texto, al menos deberíamos apuntar una versión ampliada que incluya aquellos recursos, soportes o estilos literarios que no necesariamente encajan en las formas tradicionales de la narrativa académica, institucional o burocrática.

Entonces, mientras la conversación produciría una mudanza de nuestro domicilio de investigación, la escritura permitiría acercarnos de manera más efectiva a la conversación, humanizando los actores con los cuales hablamos y diversificando los registros o contenidos que vamos co-construyendo (Grimson, 2009). Se trataría de asumir el complicado desafío de lidiar con relaciones antagónicas históricamente sedimentadas, puesto que la renovación de las prácticas investigativas necesariamente atraviesa el campo de los registros y medios que usamos para difundirlos. En estos términos, superar la doble falacia del paternalismo y la gastada independencia de los procesos culturales, implica también replantear las escrituras a las que apelamos para nombrarnos y nombrar al mundo que nos conmueve o afecta. Como ya hemos manifestado, el llamado a la construcción de solidaridades duraderas y efectivas con los diferentes actores sociales, debería anular el riesgo de perpetuar aquellas relaciones asimétricas de conocimiento y legitimación de los discursos, al tiempo de avanzar hacia una investigación indisciplinada o conversación situada que nos permita revelarnos a nosotros habitando el mundo y objetivando, según nos plantea Alejandro Haber:

La investigación indisciplinada es una conversación situada que peina la disciplina a contrapelo, pues en lugar de reducir el vestigio a un dato, a una unidad de información que representa una verdad ausente, pone su atención en la evestigialidad de las relaciones, es decir, en la inmediatez de la huella y su negativo, en la invisibilidad de aquello que ha sido seccionado por la colonialidad. (Haber, 2011, p. 29).

Entonces, si nuestro ejercicio intelectual se entrama con el abanico de posibilidades que engloba la dimensión simbólica del ser humano, mal podemos permanecer encasillados en el aislamiento de una narrativa simplificadora que por siglos ha confundido identidad con folclore, patrimonio con pasado y cultura con bellas artes. La alternativa propuesta apela la ‘contaminación’ y diversificación de nuestras escrituras y formas de registro, ampliando las entradas y conectores con los diversos lenguajes simbólicos para que nuestras estrategias (académicas, no-académicas o anti-académicas) puedan ser re-articuladas y transformadas a partir de los planteamientos indisciplinarios y no-metodológicos inherentes a las mudanzas planteadas.

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Recibido: 04 de Noviembre de 2018; Aprobado: 08 de Febrero de 2019

Correspondencia: zagreolimpia@gmail.com

Conflictos de Interés: Ninguna que declarar.

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