Los cambios en el estilo de vida y el advenimiento de conocimientos y de tecnología para el cuidado de la salud incrementaron la longevidad de las personas y los riesgos a que ellas se exponen. En la presente década, la expectativa de vida general se ubica en la octava década y en nuestro país ya supera los 70 años1. Si bien estas cifras son alentadoras, conllevan el aumento de riesgo de padecer patologías vinculadas con el deterioro de la condición física de los individuos.
Por otra parte, el mayor acceso a medios de transporte particular, la práctica de deportes con alto riesgo de lesiones, el sedentarismo asociado a los nuevos modelos productivos y la alta frecuencia de obesidad, originan escenarios en los que las lesiones aumentan su frecuencia y su gravedad. Es destacable mencionar que estas circunstancias no son ajenas a nuestro medio.
Desde tiempo atrás, el conocimiento de las estructuras biológicas y su dinámica, sumados al interés por conservar una buena calidad de vida, impulsó la investigación orientada a comprender y, eventualmente, aprovechar los principios de la regeneración tisular. Si observamos el número de publicaciones científicas con carácter de revisión sobre el tema, vemos que de una en 1947 2 se alcanzó la respetable cifra de 668 revisiones en 2015, y en ese año se publicaron 3514 artículos vinculados al tema. Es particularmente revelador constatar que la base de datos PubMed recoge para 2015, 1000 registros vinculados a regeneración tisular y ósea, con notable destaque en las aplicaciones dirigidas a las correcciones dentales y cráneo-faciales.
El análisis de la regeneración tisular y, muy particularmente la ósea, se ve alimentado por el conocimiento de las características histológicas y de los mecanismos naturales de reparación3. A esto se fueron sumando los conocimientos de la química de la estructura mineral del hueso, el comportamiento biomecánico de sus componentes y, más recientemente, la identificación de las señales celulares que actúan en el proceso de formación y regeneración de las estructuras óseas, como las BMP (bone morphogenic proteins) y los OGP (ostegenic growth peptides), reconocidas estructural y funcionalmente en su capacidad de estimular la proliferación, diferenciación y producción enzimática y capacidad de mineralización de líneas celulares osteoblásticas4. La biología celular aporta el conocimiento para la obtención, implante y diferenciación de líneas celulares para su incorporación efectiva a ambientes donde su acción es requerida5,6.
Sin embargo, las células no son suficientes en este proceso y hay esfuerzos de investigación muy diversos en lo referente a lograr construir el andamiaje (scaffold) capaz de sostenerlas. La búsqueda de matrices metálicas de titanio, los materiales de origen biológico como los derivados de colágeno, la fibroína, los alginatos, el ácido hialurónico y los derivados de quitina (quitosanos)7-12, y los híbridos de matrices óseas libres de células con policaprolactona (DCB:PCL) capaces de sostener en el sitio apropiado las células13, aún las de diferente origen tisular, en su sitio, constituyen un área de fuerte desarrollo experimental.
No menos importante es lograr que todo el conocimiento se traduzca en capacidad real de producir masa de material apto para la reparación deseada. En tal sentido ya se exploraron los cultivos celulares sobre matrices diversas, tanto naturales como sintéticas, la impresión en 3 dimensiones de matrices de soporte para la proliferación de células osteogénicas e incluso la producción in vivo del biomaterial de reparación en los propios sujetos receptores14.
El avance logrado es sorprendente, sin embargo la gran mayoría de las evidencias procede de estudios in vitro, lo que valoriza aún más a los ensayos realizados en animales. Los ensayos clínicos, si bien limitados en la literatura, están mayoritariamente enfocados a la regeneración de material dentario o de huesos cráneo faciales y los factores que pueden favorecerlos15,16, lo que nos indica la necesidad de profundizar en los estudios con orientación translacional para que las soluciones con los mejores perfiles de eficacia alcancen aplicaciones clínicas a mediano plazo. Mientras tanto, la práctica médica tiene la alta responsabilidad de incidir en los grupos de mayor riesgo en la procura de la reducción de los factores prevenibles, como la obesidad, el sedentarismo y la conducción imprudente, que se asocian a patologías y lesiones cuyo tratamiento requeriría regeneración tisular.