Introducción
Este trabajo evalúa al proceso de ocupación, apropiación y activación del espacio paraguayo. Se movilizan referencias históricas localizadas y referenciadas a espacios geográficos, así como a base cartográfica de los siglos XVIII, XIX y XX. A partir de estos elementos se elaboró una interpretación capaz de medir el avance territorial desde Asunción hacia las diferentes regiones.
En su rol de espacio regional secundario, la Provincia del Paraguay representó un espacio particularmente dilatado, diverso y complejo, y especialmente marginal dentro del juego económico, político y social donde predominaban las regiones portuarias, especialmente las ciudades del Rio de la Plata como Buenos Aires y Montevideo.
La independencia de Paraguay en 1811 significó no solo una liberación política sino también un mayor compromiso de gestionar su propio desarrollo y para ello movilizar los recursos que disponía, siendo estos fundamentalmente originados en las áreas rurales y con una alta participación de recursos naturales.
La construcción territorial lenta, exigió un largo, incompleto e incierto proceso para conocer, medir, delimitar y sobre todo ocupar, activar e integrar las diversas regiones periféricas. Fuera de Asunción y de la comarca asuncena, el espacio disponible era desproporcionado al stock poblacional. Las sucesivas recomposiciones fronterizas provocadas por las dos guerras internacionales (1864 y 1932), que delimitaron el territorio a poco más de 40 millones de hectáreas, mantuvieron e incluso reforzaron el desequilibrio demográfico y con ello la disponibilidad de población para incorporar extensas áreas fronterizas a la economía.
Si se agregan las guerras civiles y la emigración hacia países vecinos como resultados directos de las guerras civiles del siglo XX, fundamentalmente a Argentina, se observa que el factor demográfico no sería la principal palanca de presión que impulsaría a la incorporación de zonas periféricas.
Por su parte, las políticas públicas durante el periodo independiente, al menos hasta mitad del siglo XX, no pudieron modificar de forma sustancial y significativa la estructura territorial heredada desde la colonia, que puede ser resumida en un esquema sencillo que tiene a Asunción como espacio político, económico y social de relevancia, su área rural contigua que le proporciona lo que requiere para subsistir y comerciar, y una extensa periferia con muy baja densidad poblacional, que a su vez se explicaría por la extremadamente tardía e incompleta instalación de infraestructuras de comunicación. Así, las diversas regiones paraguayas permanecían mal integradas y poco conocidas para los hacedores de políticas.
El trabajo insiste fundamentalmente en tres aspectos principales. El primero es la baja carga demográfica, asociada un muy limitado espíritu pionero que fijó la mayor parte de la población en y cerca de Asunción. El segundo es que la Independencia del Paraguay no fue un factor determinante para modificar las antiguas estructuras territoriales. Las guerras internacionales, que sirvieron para establecer casi todos los limites internacionales, y las confrontaciones internas, sacaron de foco la ocupación del espacio.
Las políticas públicas que se enunciaron, especialmente durante el periodo Liberal (1904-1936) se orientaban a romper el cascaron de la comarca Asuncena e ir más allá de esta. Sin embargo, un largo rosario de tensiones políticas se tradujo en las peores condiciones de inestabilidad política y social. En ese contexto, era muy complicado pensar las regiones y sobre todo intervenir en ellas.
Por último, la muy tardía ocupación, activación, integración y utilización del espacio paraguayo, que se materializa recién en la segunda mitad del siglo XX y se completa recién en la segunda década del XXI, se realiza en un marco de crecimiento económico, integración interna, diversificación económica pero también con diversos desafíos sociales, económicos e institucionales. El trabajo muestra como la Independencia fue un evento mucho más político, social y económico antes que geográfico. Los modelos de ocupación y activación del espacio coloniales tuvieron que esperar casi dos siglos para modificarse. En términos metodológicos, el foco se sitúa en la progresión geográfica del poblamiento y de la utilización económica de los recursos naturales en las diferentes regiones.
De la Colonia a la Independencia
La periférica y casi olvidada Provincia del Paraguay vivió una particular marginalidad durante gran parte del periodo colonial, debido a su localización en el “confín norteño”1 del Rio de la Plata y a la inexistencia de metales preciosos.
Sin embargo, el fenómeno de mayor relevancia para comprender la pérdida de valor estratégico para la Corona española ha sido el cierre del camino sur-norte, por el río Paraguay para acceder al Perú. En efecto, cuando se confirma el acceso al oro y la plata, la vía de salida será el océano Pacifico hacia el norte (Vives Azancot, 1980).
La fachada andina del continente, rica en oro y plata pudo saciar las ansias de riqueza de los españoles, lo que influyó significativamente para que estos se asienten allí y se frenen las ansias de expansión (Moniz Bandeira, 2006)
Si bien Asunción había sido fundada y concebida como un espacio-etapa en la búsqueda de El Dorado, muy tempranamente se convirtió en lugar donde coincidieron estrategias sociales y económicas entre los grupos guaraníes y los españoles (Cardozo, 1965). Debido a la complejidad de la gestión de un territorio tan extenso, la corona española focalizó su gestión en la salida e importación de los metales preciosos, clausurando tácitamente, o al menos, sin igual intensidad que en la zona andina, la colonización y ocupación del espacio de la actual región Oriental de Paraguay (Vives Azancot, 1979).
A pesar de que el rol económico de Asunción era nulo dentro del esquema extractivo de la corona española, el hecho de situarse lejos del mar y cerca de la selva, hizo que ganara un peso político en tanto área fronteriza que exigía una defensa (Duran Estragó, 2010).
Luego de la llegada del primer contingente de españoles, no se volvió a fortalecer, mejorar ni diversificar la presencia de colonizadores. Por su parte, los grupos indígenas tampoco eran extremadamente numerosos para suscitar un mayor nivel de organización social y económica. El proceso de mestizaje cultural fue favorecido, y en cierta forma asegurado, por la disponibilidad de alimentos durante todos los periodos climáticos del año. Este puede ser considerado un detalle secundario, pero a nuestro entender la oferta de proteínas y carbohidratos, varios de ellos accesibles por la caza, la pesca y la recolección, no fueron una fuente de conflicto entre ambos grupos. Además, la introducción del ganado vacuno por parte de los españoles amplio todavía más la oferta de proteína animal.
Aquí, es posible que cierto nivel de conformismo haya surgido de parte de los españoles que, además, habían experimentado una frustración por haber obtenido la riqueza de las minas de oro y plata andina. La idea de “sociedad frustrada” analizada profundamente por Vives Azancot y de forma menos sistemática por otros historiadores y geógrafos, como Efraín Cardozo y Sylvain Souchaud, resulta un poderoso factor de quietud espacial que hizo de Asunción un refugio cómodo, mientras que las incursiones hacia el este, para defender las fronteras del avance portugués, eran incomodas, largas, peligrosas y sobre todo inútiles. No debe olvidarse que la selva del Alto Paraná es un ecosistema muy diferente al de la Selva Central donde se situaba Asunción y su Comarca. La selva del Alto Paraná, densa, alta y húmeda representó un factor limitante a la expansión territorial en sentido oeste-este. En cierta forma, los españoles se encontraron entre tres ecosistemas muy diferentes: por un lado, el Chaco (pantanoso en el sur, árido al norte, seco), en el medio Asunción y su Comarca (selva baja), y al este la Selva del Alto Paraná (selva alta y húmeda).
En este trabajo se toma la regionalización biogeográfica hecha por Cacciali en 2010. En esta se identifican 7 ecorregiones: 1) Chaco Seco. 2) Pantanal. 3) Chaco Húmedo. 4) Cerrado. 5) Bosque Atlántico del Alto Paraná. 6) Pastizales Mesopotámicos. 7) Paraguay Central (Cacciali, 2010). Tal como se puede apreciar en el mapa, específicamente en la actual región Oriental, existe una diferencia bio regional entre Asunción y su área circundante y el extremo este.
Mas allá del primer periodo de fundaciones “lejanas” como Santa Cruz, Villa Rica, Santiago de Jerez, varias de las cuales no pudieron sostenerse por la dificultad de mantenimiento poblacional, el ímpetu colonizador expansivo fue disminuyendo y las escasas fundaciones se realizaron en el área circundante a Asunción. La llegada posterior de los jesuitas y franciscanos, que tuvieron que abrirse paso y fundar misiones en áreas de bosques altos y densos, lo que exigía un mayor esfuerzo e inversión en equipamiento, puede ser considerado como una suerte de tercerización del espacio periférico que no podía ser controlado, ocupado ni integrado desde Asunción ni con sus colonos o criollos.
Así, dos siglos después de llegada de los conquistadores españoles, el área geográfica efectivamente ocupada, integrada y controlada era extremadamente limitada y circunscripta a la comarca Asuncena, de la cual se saldrá recién en la segunda mitad del siglo XX. Los viajes de Azara, que cubrieron casi la totalidad de poblados en la región Oriental entre 1784 y 1787, muestran la concentración del poblamiento en los alrededores de Asunción y escasa fuerza fundacional fuera de esta área (Vazquez, 2015).
La escasa movilidad fundacional se explica también por la insuficiencia de recursos materiales y humanos derivados de la precoz pérdida de importancia de esta región para la corona.
Al observar la localización de las fundaciones de distintos tipos: capilla de indios, pueblos y reducciones, se constata una limitada capacidad de ocupación del espacio, especialmente la progresión al menos hacia el oeste de Asunción, ya que las condiciones para ocupar y expandirse hacia el Chaco eran menos atractivas ni tan necesarias, además de más peligrosas por la belicosidad de los grupos guaicurúes y mbayas (Oddone y Vazquez, 2011).
Como lo señala Telesca (2010): ”A finales del siglo XVII, la Provincia del Paraguay quedó, entonces, reducida a la franja territorial que iba desde el Manduvirá, al norte, hasta el rio Tebicuary, al sur; es decir, solo doscientos kilómetros de distancia. Al norte del río Manduvirá se encontraban los pueblos indígenas no sometidos al control español y al sur del Tebicuary se extendía el territorio controlado por la Compañía de Jesús” p. 87.
La expulsión de los jesuitas supuso una expansión forzada y control de los territorios que antes explotaban los misioneros, pero el poblamiento continuo tampoco fue constante ni afirmado.
La gestión del espacio en el siglo XIX
La vida de la provincia del Paraguay no tuvo alteraciones geográficas de mayor relevancia durante el siglo XIX. La independencia política transfirió la preocupación que antes existía sobre España fue posteriormente puesta las ambiciones de Buenos Aires. Los sucesivos gobiernos, incluido el de Rodríguez de Francia, se esforzaron en construir la institucionalidad, mantener la independencia y, con las fuerzas y recursos excedentes, impulsar el crecimiento económico bajo condiciones productivas y comerciales particularmente complejas que le restaban competitividad a la producción agropecuaria paraguaya.
La cuestión demográfica se mantuvo relativamente estable, no en números absolutos, donde la población crecía naturalmente, sino en cuanto al tamaño y la presión que esta podría generar para demandar tierras que se traducirían en una expansión de la ocupación de nuevos espacios. Para este periodo y vista las condiciones ambientales y ecológicas de la comarca de Asunción, se estima que el acceso a alimentos no era muy caro ni difícil, sobre todo a la luz del mantenimiento de las diferentes practicas económicas: la caza, la pesca y la recolección que se combinaba con una agricultura básica no muy diversificada pero que satisfacía sin mayores sobresaltos la demanda interna.
Antes de la independencia, los informes de Azara revelan una problemática. Por un lado, una pobreza extendida y marcada pero probablemente escondida en una precariedad acostumbrada. Por otro lado, la escasa y baja producción agropecuaria, donde los cultivos agrícolas de consumo eran muy pocos numerosos, pero satisfactorio para alimentar a las familias urbanas y rurales. El cultivo del tabaco y la extracción de yerba mate, una en el área contigua a Asunción y la otra casi siempre fuera de la Comarca, mantuvieron población intermitente en el noroeste de Asunción, pero la extracción de yerba mate, por su lógica propia, nunca generó asentamientos duraderos que posteriormente pudieran dar lugar a pueblos o polos urbanos de alguna consideración.
Al igual que el periodo anterior, la gestión de las fronteras, mediante el sistema de presidios que hacían parte del servicio militar, casi nunca se acompañó de otras actividades que posibiliten el poblamiento sistemático del área fronteriza. De esta forma, paradójicamente se defendió una línea, más no un territorio, es decir una superficie y no solo el perímetro. Demás está confirmar que las dotaciones de soldados no eran proporcionales al espacio a defender ni sus equipamientos y armamentos aseguraban ningún éxito.
Durante todo el siglo XIX, persistieron las limitaciones, frenos y retrasos a una ocupación del espacio más extendida, equilibrada y homogénea (Vazquez, 2023). La crisis de “hombres”, entendida como una población escasa, incapaz de constituir una demanda sólida de tierras más allá de la comarca asuncena, siguió consolidando el patrón colonial de poblamiento.
De igual forma, no existió nunca alguna demanda de envergadura de productos agrícolas que hubiese impulsado la progresión de la frontera agrícola. La creación de las estancias de la patria durante el gobierno de Rodríguez de Francia puede ser considerada como una política de gestión territorial más dinámica y expansiva, pero el vigor poblacional asociado a la ganadería ha sido extremadamente bajo.
La guerra contra la Triple Alianza, en la segunda mitad del siglo XIX, analizada aquí por sus efectos territoriales internos, exacerbó todavía más la quietud territorial y la concentración del espacio activo sobre la comarca Asuncena. En cierta forma, el desarrollo de las diferentes operaciones bélicas significó una suerte de redescubrimiento de regiones escasamente pobladas y por lo tanto débilmente integradas, así como otras totalmente vacías. La “diagonal de sangre”2, que coincide bastante con la frontera ecológica entre la Selva Central y el Bosque Atlántico del Alto Paraná, al oeste de la actual Coronel Oviedo, reforzó y recordó el límite máximo de progresión del poblamiento tradicional paraguayo.
La instalación y funcionamiento del ferrocarril fue muy auspiciosa e inicio el proceso de “salida” de la comarca asuncena. Sin embargo, la guerra truncó y postergó su ampliación y llegada a Itapúa (Kleinpenning, 2011).
El periodo de postguerra, en 1870, se caracterizó por cuatro crisis particulares con claras implicancias en la configuración territorial. La primera es el factor demográfico. Si los paraguayos no eran numerosos antes de la guerra, después de ella lo fueron menos y sobre todo con una distribución por sexo y edades totalmente desarticulada, lo que se tradujo en menor demanda de tierras para cultivos, debido a la reducción del ya pequeño mercado interno.
La segunda la profunda crisis institucional y política donde la ocupación más equilibrada del espacio nacional no fue una prioridad. En efecto, precariedad demográfica, económica, así como la urgencia económica, relegaron e hicieron imposible alguna posible política de expansión territorial.
La tercera es la venta de tierras públicas como estrategia de capitalización para impulsar el crecimiento (Pastore, 1972). Los compradores, casi todos extranjeros, accedieron a tierras, bosques y yerbales mayoritariamente fuera de la comarca asuncena. Sin embargo, dado el espíritu especulativo de estas operaciones inmobiliarias, casi ninguna movilizó experiencias de ocupación duradera del territorio. Salvo el ciclo del quebracho en el Chaco paraguayo, que se integraba más al sistema argentino que al nacional, pero que logró un proceso profundo de territorialización, con la creación de poblados y la instalación de infraestructura, no existieron en la región Oriental ocupaciones y activaciones territoriales de relevancia.
Por último, la destrucción de las escasas infraestructuras dificultó aún mas el acceso a áreas periféricas. Además, cuando algunas empresas comenzaron a extraer ciertos recursos, como los forestales, lo hacían por vía fluvial, sobre el río Paraguay, sin mayores vínculos con Asunción.
En resumen, la independencia no supuso mayores cambios territoriales en sus primeros 50 años. La guerra contra la Triple Alianza profundizó aún más los ya graves desequilibrios espaciales: sobre concentración de población y actividades en una porción extremadamente pequeña (comarca asuncena) y vacío poblacional y económico en extensas áreas periféricas.
La gestión y significación del territorio en el siglo XX
Las primeras tres décadas de este siglo se caracterizaron por una inusitada inestabilidad política interna, con una guerra civil, la de 1922 y una nueva guerra internacional, contra Bolivia en 1932. Obviamente este contexto no era el más apropiado para que Paraguay logre modificar su tradicional estructura geográfica ni romper el desequilibrio heredado de los siglos anteriores.
La guerra contra Bolivia supuso, otra vez, la perdida de hombres y, si se agregan las emigraciones posteriores por conflictos internos, como la guerra civil de 1947, el resultado de esta ecuación demográfica fue necesariamente negativo.
En términos productivos, el boom de algunos cultivos de exportación, principalmente el algodón, que se combinaba todavía con el tabaco y la extracción de yerba mate, se realizaron a una escala restringida y casi nunca exigieron una expansión horizontal considerable que lleve al movimiento de la frontera agrícola.
El llamado y la tenue respuesta de inmigrantes posibilitó la ocupación de áreas periféricas y marginales, aprovechando el desconocimiento y, varias veces, las necesidades de los extranjeros. Sin embargo, varias experiencias colonizadoras no prosperaron terminaron convirtiéndose en poblados pequeños sin mayor expansión territorial ni vinculo comercial con la comarca asuncena. Aquí, las dificultades para las comunicaciones, que exigían casi siempre puentes para cruzar ríos de caudal y tamaño considerable, fueron factores limitantes indirectos de la ocupación y activación territorial.
Algunas experiencias, como las de europeos en Itapúa fue lo suficientemente sólida como para realizar avances e incorporar sofisticaciones que permitieron crear un polo agroindustrial que, si bien se expandió poco y lentamente, pudo convertirse en un nuevo centro de producción y exportación agrícola, un poco bajo el esquema jesuita del siglo XVIII: activos, productivos, organizados, exportadores, pero con escasos vínculos con Asunción.
La llegada de Stroessner al poder, a inicios de la segunda mitad del siglo XX, y su mantenimiento en el poder durante más de tres décadas, apalancado este por políticas regionales como el apoyo, creó las condiciones necesarias para la recomposición territorial, aunque en un marco autoritario y de restricciones de libertades.
La creación a inicios de la década de 1960 de la Secretaria Técnica de Planificación, introdujo la previsión y el largo plazo, de la mano de una cooperación internacional bajo el paradigma de la planificación centralizada. La Organización de Estados Americanos, CEPAL e IICA, entre otras, lograron formar cuadros en temas de planificación en las distintas oficinas públicas. En este contexto surgieron las principales políticas regionales que modificaron la estructura territorial colonial. El Plan Triangulo, que consistía en instalar infraestructura vial entre Asunción, Encarnación y la actual Ciudad del Este, para acompañar e impulsar la conformación de nuevas colonias rurales en el marco de una reforma agraria. El estatuto agrario elaborado en el mismo periodo tenía la clara orientación de activar el territorio por la vía de la expansión de la frontera agrícola, con cultivos de algodón y soja principalmente.
La denominada “Marcha al Este” y el “Eje Norte de Colonización” fueron programas de colonización que no lograron agotar la enorme disponibilidad de tierras ociosas. En efecto, incluso hasta la primera década del siglo XXI, el Estado paraguayo seguía repartiendo tierra fiscal, confirmando la ecuación histórica del territorio paraguayo: población limitada, territorio extenso, pero sin infraestructuras ni servicios que permitiesen una ocupación más equilibrada.
El marco geopolítico paraguayo, con una aproximación a Brasil y la entrada a su órbita económica, favoreció la ocupación del este de la región Oriental. La construcción del puente “de la Amistad”, el acceso a la red vial brasileña y al puerto de Paranagua representaron alicientes considerables para que varias zonas boscosas se reconviertan en superficie agrícola y ganadera, también bajo la premisa regional de la producción de alimentos.
La construcción de la represa de Itaipú reafirmó aún más le creciente relevancia del este de la región Oriental, logrando una reconfiguración territorial inédita pero no exenta de desigualdades.
La construcción de la ruta Trascacho, articulando intereses públicos, privados e internacionales, aceleró la integración de extensas y antes marginales regiones del Chaco. Recién a partir de finales de la década de 1960 los colonos agrícolas que conformaron cooperativas en Filadelfia, Loma Plata y Neuland, pudieron conectarse al sistema económico paraguayo (Ratzlaff, 1999).
La llegada de agricultores brasileños, aunque de origen europeo (alemán e italiano) logró acelerar el proceso de ocupación, activación e integración del territorio en los departamentos fronterizos a Brasil (Souchaud, 2007).
Para finales del siglo XX las dinámicas regionales de Paraguay habían mutado de una estructura dicotómica: comarca asuncena y el resto, a otra más diversa y compleja, pero que había hecho emerger nuevas problemáticas sociales, económicas e institucionales, esta vez en un marco democrático.
La Constitución Nacional promulgada en 1992 creo instauró la planificación y ejecución de planes, programas y proyectos a través de unidades espaciales menores, las gobernaciones, esta vez bajo el paradigma regional de la descentralización. Sin embargo, el nuevo pero débil musculo de las Gobernaciones, no fueron funcionales ni capaces de responder a las demandas, problemas ni oportunidades locales. Ante el fracaso nunca asumido de la descentralización, la Secretaria de Planificación intentaba, con cada vez menos poder y relevancia, impulsar una visión regional del desarrollo.
Ante el enredo y las incapacidades institucionales de orden central y regional, las fuerzas que impulsaron las mayores modificaciones en el territorio fueron los actores privados mediante inversiones a su vez favorecidas por condiciones globales de mayor demanda de commodities agropecuarios. Por su parte, el Estado participó acompañando con infraestructuras viales, sociales, así como el mantenimiento de condiciones macroeconómicas bastante estables.
Finalmente, a finales del siglo XX y en especialmente en la primera década del XXI, las áreas marginales y periféricas lograron integrarse no solo bajo el esquema de la producción agropecuaria ni por la expansión de la frontera agrícola, sino que por una creciente dinámica urbana de comercio y servicios, favorecida también por la revolución de las telecomunicaciones y el despliegue de la mayor infraestructura pública.
Conclusiones
A lo largo de varios periodos históricos han existido diversos elementos que han frenado, impedido y retrasado la ocupación del espacio paraguayo. Las razones son diferentes según sea el momento histórico. A los conquistadores españoles podemos atribuir cierta frustración y cancelación de la utopía de enriquecimiento, lo que “congeló”, juntamente con la diminución de apoyo de la Corona, las iniciativas exploratorias y fundacionales para asegurar la soberanía territorial y para iniciar alguna utilización y movilización de sus recursos.
Los criollos por su parte vivieron al margen de las políticas regionales y debieron contentarse con un rol extremadamente periférico en el marco de los intercambios económicos y especialmente en cuanto a poder político regional. La posición geográfica paraguaya era así una condena.
La independencia no tuvo mayores consecuencias en la ocupación del espacio, manteniendo la estructura desigual, sin romper el desinterés secular por ocupar e integrar las regiones distanciadas de Asunción. El bajo espíritu pionero podría explicarse por la constante disponibilidad, acceso a alimentos y a la satisfacción de las demás necesidades en el área circundante a Asunción, lo que redujo el interés y la necesidad a agregar nuevas tierras en producción y dominio efectivo.
Las dos guerras internacionales redujeron sensiblemente el stock poblacional, lo que se tradujo en una menor demanda y necesidad de agregar más área productiva. La frontera agrícola no se movió o lo hizo de forma puntual y lenta, solo en algunas áreas.
Muy tardíamente, recién en la segunda mitad del siglo XX se iniciará la progresión espacial para la integración territorial, pero de forma lenta, incompleta y desigual, logrando solo que algunas áreas se incorporen a la dinámica económica.
Los objetivos de ocupar, poblar e integrar se han logrado muy recientemente, pero han aparecido otras condicionantes que mueven la vara a nuevos desafíos. En efecto, ya no se trata solo de que alguna región se vincule con otras, sino que ella exprese su potencial de desarrollo socioeconómico en un renovado marco de desarrollo sostenible, donde los actores privados continuaran siendo los vectores de cambio y el Estado un proveedor de infraestructuras, que ha abandonado tácitamente su rol de planificador e impulsor del desarrollo regional.
A la luz de esta evaluación de la lenta y accidentada ocupación y activación del espacio, las tendencias futuras dan cuenta no solamente de una expansión horizontal de la ocupación, control y activación territorial, sino sobre todo de recambios, nuevas configuraciones regionales como resultado de la captura de oportunidades de valorización económica de los recursos naturales, aunque posiblemente vinculada todavía a las cadenas de valor agrícolas, ganaderas y forestales. Las agroindustrias, el comercio diversificado y los servicios asociados reequilibraran los territorios que ya no necesitaran ser integrados o activados, sino que precisaran gestión y administración para que logren capitalizar sus respectivas vocaciones de desarrollo.