INTRODUCCIÓN
Durante muchos años, se ha concebido a la obtención de rentabilidad como la finalidad principal de toda organización; sin importar las acciones desplegadas para poder lograrla. Debido a dicha postura maquiavélica, se ha generado un impacto negativo «sobre las fuentes hídricas, las tierras y el aire, producto, en gran medida, de la industrialización que ha hecho un consumo excesivo de los recursos naturales» (Ruiz, Jiménez y Patiño, 2017, p. 84). Según el planteamiento de Cury, Aguas, Martinez, Olivero y Chams (2017), la industrialización; además de agotar los recursos naturales existentes, produce ingentes cantidades de materiales residuales que muchas veces no son administrados adecuadamente y ocasionan elevados índices de contaminación. Por dicha razón, las organizaciones públicas y privadas se han visto en la necesidad de implementar medidas que contribuyan con el compromiso de proteger el ambiente para las futuras generaciones (Azevedo, 2015).
A lo largo de la historia, las organizaciones (grandes, pequeñas o medianas) se enfocaron exclusivamente en la búsqueda de la eficiencia productiva, sin manifestar interés alguno por las consecuencias de sus actos en el ambiente. Según Antúnez y Fuentes (2016), dicha situación se acentuó a partir de la Primera Revolución Industrial, debido a que los avances tecnológicos de aquel tiempo ocasionaron perjuicios en la agricultura tradicional. A partir del siglo XX, de acuerdo a los planteamientos de Antúnez (2015), Corredor (2018) y Hernández (2018), las organizaciones y la sociedad comenzaron a manifestar una gran preocupación por la degradación del ecosistema, ocasionada por el uso excesivo y desmesurado de las fuentes energéticas; además, involucra a tres variables del desarrollo sostenible; tales como economía, sociedad y ambiente. Por su parte, dicha preocupación permitió el surgimiento y auge de la auditoría ambiental, como un medio regulatorio del impacto de las actividades empresariales en la naturaleza (Antúnez y Ramírez, 2016).
Las organizaciones no han sido las únicas responsables de la degradación del ecosistema; la globalización y el desordenado crecimiento poblacional en muchas ciudades ha provocado la reducción del paisaje natural (Phungrassami y Usubharatana, 2015). La preocupación por el cuidado ambiental adquiere una mayor relevancia a partir de la década de 1970, ya que según Goel y Sharma (2017) y Bailey, Mishra y Tiamiyu (2018), durante dicha época surgieron los primeros movimientos y organizaciones proambientalistas para ayudar a enfrentar la contaminación provocada por las industrias. Dichos sucesos propiciaron en 1975 el surgimiento del marketing ecológico como disciplina (Salas, 2018a), con la finalidad de despertar el comportamiento de compra ecológicamente responsable en los consumidores (Kardos, Gabor y Cristache, 2019), evitando a toda costa que las empresas recurran a prácticas de greenwashing o falso marketing ecológico, que perjudican y desincentivan el comportamiento proambiental (Salas, 2018b).
Las nuevas exigencias de los consumidores respecto a las características ecológicas que deben tener los productos, han ocasionado que las organizaciones procuren el desarrollo de procesos productivos limpios. Sobre ello, Fajardo (2017) indica que la Producción Más Limpia (dentro de la cual se abordan las tecnologías limpias) es «la aplicación continua de una estrategia ambiental preventiva e integrada, en los procesos productivos, los productos y los servicios, para reducir los riesgos relevantes a los humanos y al medio ambiente» (p. 47). De la definición precedente, se puede afirmar que el énfasis de la producción más limpia es la erradicación de todos aquellos aspectos negativos que pueden impactar en los seres vivos y ecosistema, y no depende del tipo de organización, ya que todas sus operaciones, en mayor o menor medida, afectan al planeta. Por su parte, el Estado cumple un rol muy importante como ente regulador y promotor de la adopción de las tecnologías limpias en las organizaciones, puesto que dispone de instrumentos para cumplir dicha finalidad (Veugelers, 2016).
Para el presente artículo, se ha realizado una exhaustiva revisión bibliográfica sobre la relevancia que tiene la adopción (por parte de las organizaciones) de las tecnologías limpias y su implicancia en la creación de la ventaja competitiva; dado que toda empresa que manifieste una mayor preocupación por la problemática ambiental, construirá una poderosa imagen corporativa que le brindará una mejor posición frente a sus competidores. Este último punto se sustenta en la importancia que tiene el cuidado y protección ambiental para la mejora de la calidad de vida de todos los seres que habitan sobre la Tierra.
Tecnologías Limpias
Silva (2011) sostiene que «se viene promoviendo a nivel mundial el uso de tecnologías que involucran a la actividad empresarial enfocada en programas y proyectos relacionados con la conservación y protección ambiental» (p. 1); todo ello se efectúa con el propósito de reducir paulatinamente la contaminación hasta lograr erradicarla en un futuro no muy lejano (Hernández, Herrera y Jácome, 2017). Según Albán y Rosero (2016) y Grovermann, Wossen, Muller y Nichterlein (2019), las tecnologías limpias (también conocidas como producción orgánica, tecnologías verdes o tecnología ambiental) adquirieron una gran importancia a partir de la década de 1990, ya que muchas veces eran comparadas con los sistemas agrícolas tradicionales (Scharfy, Boccali y Stucki, 2017), los cuales procuraban el cuidado de la tierra y la obtención de productos altamente nutritivos y naturales, permitiendo también la obtención de beneficios económicos a sus propietarios (Astill, 2016).
Las tecnologías limpias son definidas por Villagaray y Bautista (2011) de la siguiente manera:
Tecnologías o procesos que usan menos materia prima y/o energía, generando menos residuos que las tecnologías o procesos ya existentes. En un sentido más amplio, incluye todas las herramientas y/o estrategias que pueden ayudar a la minimización de los desechos o a la prevención de la contaminación (p. 290).
Dicha definición es ampliada por Hottenrott, Rexhäuser y Veugelers (2016) y Du y Li (2019), quienes indican que el término «tecnologías limpias» hace referencia a todas las formas posibles de poder reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2); por medio de la generación de recursos renovables y disminución de despilfarros y contaminación (Wichaisri y Sopadang, 2018). Las tecnologías limpias forman parte de la denominada Producción Más Limpia, y a su vez, ésta se encuentra inmersa en la Ecoeficiencia, debido a que tiene como finalidad la implementación de medidas para reducir la contaminación desde el inicio de todo proceso productivo, contribuyendo a impulsar las políticas de desarrollo sostenible (Paredes, 2014; Masternak‐Janus y Rybaczewska‐Błażejowska, 2017).
De acuerdo al estudio de Niero, Hauschild, Hoffmeyer y Olsen (2017), la ecoeficiencia consiste en la siguiente relación inversa: a menor uso de recursos, mayor valor tendrá el producto final; siendo su principal finalidad la de generar cambios favorables en la vida de los individuos (Lahouel, 2016), por medio de productos y servicios ecoamigables y de calidad (Dai, Guo y Jiang, 2016). A modo de complemento, Mami (2015) indica que la ecoeficiencia es el resultado del cociente entre el valor económico y el daño ambiental ocasionado.
Para el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente de Uruguay (s.f.) y Magaña-Irons, González-Díaz, Nápoles-Meléndez y Ojeda-Armaignac (2019), las tecnologías limpias implican un mejor control y reducción de la contaminación, puesto que su funcionamiento se da a lo largo de toda la cadena productiva, y no al final, cuando la situación resulta irreversible; es decir, permite contrarrestar el daño a la biodiversidad y la sobreexplotación de los recursos naturales (Macedo, Pandiella, Lascurain y Sanz, 2017).
El planteamiento anterior es reforzado por Ortega et al. (2015), quienes sostienen que si se desea implementar la producción más limpia, se debe realizar una adecuada planificación, organización y estructuramiento de las instalaciones de toda organización. Por ejemplo, para Barros y García (2018), resulta necesario que las instituciones posean instalaciones y laboratorios ecoamigables; es decir, ambientes físicos en los cuales las personas sean expuestas a la menor cantidad de riesgos posibles, preservando el ecosistema y la salud humana. A pesar de la relevancia de las tecnologías limpias, la postura de los investigadores sobre ellas es muy diversa; para algunos es solo una fantasía que genera despilfarro de dinero, mientras que para otros, es una fuente de beneficios aplicable a cualquier tipo de organización (Perez, 2016). Por su parte, Ha (2016) y Hall, Matos y Bachor (2019) critican la adopción de las tecnologías limpias, puesto que señalan que la humanidad no debería estar esperanzada en que los avances tecnológicos serán la solución definitiva a la contaminación ambiental, cuando en muchas partes del mundo las personas no son conscientes de la gravedad del asunto.
De acuerdo al estudio de Lara y Moreno (2014), la adopción de las tecnologías limpias no solamente ha ocasionado cambios en los sistemas productivos, sino también en la conciencia de los ciudadanos, ya que de alguna manera ellos han motivado, ejerciendo su derecho a opinar dentro de un sistema democrátivo, a las organizaciones para que modifiquen sus procesos altamente contaminantes. Adaptando el estudio realizado por Andrade, P. Pinheiro, Saeed y E. Pinheiro (2019), puede afirmarse de que las empresas de los países en vías de desarrollo, al ser obligadas por los ciudadanos para que adopten las tecnologías limpias, han tenido que considerar como ejemplo a las empresas de las naciones desarrolladas (en algunos casos, han tenido que adquirir su tecnología desarrollada). Desafortunadamente, el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, encargado de regular el uso y comercialización de las licencias en los mercados enfocados en contrarrestar el calentamiento global, se ha constituido en un factor limitante para que los países en vías de desarrollo puedan implementar las tecnologías limpias que se utilizan en los países desarrollados (Doganova y Karnøe, 2015; Ni, 2015).
Según Sandoval (2014), la implementación de las tecnologías limpias implica la ejecución inmediata de las siguientes tres mejoras: procesos que generen la menor cantidad de sustancias nocivas para el ambiente, adquisición de instrumental y equipos que permitan reducir sustancias contaminantes y concientizar a todos los miembros de las organizaciones como responsables del cuidado ambiental. A pesar del gran esfuerzo que se requiere para la implementación de las tecnologías limpias, los beneficios para la humanidad son incalculables; por ejemplo, según Hishan et al. (2019) y Peter (2019), gracias a ellas, muchos hogares africanos en situación de extrema pobreza (es decir, que viven con menos de US$1.25 al día) han logrado optimizar su presupuesto familiar mensual (del cual un gran porcentaje está destinado a gastos de electricidad, agua potable y alimentación).
La selección de la plataforma adecuada para difundir información acerca de la relevancia de las tecnologías limpias hubiera sido un reto quizá hace unos 20 o 30 años atrás. En la actualidad, el uso de los medios sociales como una fuente de propagación de información ha permitido que la humanidad conozca de manera casi inmediata sobre situaciones que pueden afectarla; por ejemplo, Aimiuwu (2017) realizó una investigación en la cual pudo demostrar que los medios sociales son una fuente muy efectiva para lograr concientizar a las personas respecto al cuidado ambiental y uso de las tecnologías limpias como una solución a dicho problema; a pesar que no todos los medios sociales son recomendales para dicha finalidad (el autor sostiene que Facebook y YouTube son las plataformas idóneas mientras que Twitter, Instagram y blogs no son recomendables).
Implicancias para las Organizaciones Empresariales
La contaminación ambiental tiene un gran impacto para todas las organizaciones. Según el estudio de Porter y Van der Linde (1995), la contaminación generada por las empresas debe ser abordada como un indicio de ineficiencia, puesto que ello denota la poca planificación que ha tenido el proceso productivo, ocasionando el desperdicio de recursos; además, según los autores, este tipo de incidentes muchas veces no es considerado ni registrado en los sistemas contables empresariales y termina volviéndose un costo oculto; cuando debería analizarse como un costo ambiental (Hurtado, 2018). Lo anteriormente expuesto es complementado por Mishra y Sharma (2012) y Fernando, Wah y Shaharudin (2016), quienes sostienen que aquellas empresas que han manifestado preocupación por las causas ambientales han obtenido altos índices de crecimiento, rentabilidad, reducción de costos a largo plazo y mejora de su imagen corporativa (añade valor a los productos o servicios ofertados); ello debido a que han gestionado adecuadamente los recursos energéticos, hídricos y han tratado eficientemente los residuos (Yacob, Wong y Khor, 2019).
Choy (2018) señala lo siguiente:
Como parte de la problemática tenemos que la gran parte de las actividades que realizan los sectores económicos no toman en cuenta el concepto de responsabilidad social empresarial cuando desarrollan y ejecutan sus proyectos públicos o privados, por esta razón no cumplen con las normas reguladoras de cuidado y preservación ambiental. La mala gestión en el uso de recursos genera residuos sólidos que ocasiona desperdicio de materiales y por consiguiente un incremento en costos ambientales cuando no reciben un tratamiento adecuado (p. 92).
De acuerdo al planteamiento precedente, se puede inferir la relación directa existente entre la responsabilidad social empresarial (enfocándose en la cuestión ambiental) y los costos empresariales, provocada por el mal manejo de los desperdicios generados. A pesar del impacto que puede llegar a tener la contaminación en la rentabilidad empresarial, muchas organizaciones no implementan estrategias sustentables debido a dos motivos primordiales: beneficios a largo plazo con un alto costo y la creencia errónea de que dichas estrategias no aportan valor a la compañía (Pache, Pérez y Milanés, 2018). Además, la carencia de estrategias sustentables solo denota un desconocimiento total sobre la relevancia que tiene el desarrollo sostenible en la creación de nuevas tecnologías e innovaciones en el presente siglo XXI; y por lo tanto, resulta necesario destinar una parte del presupuesto de las organizaciones para la inversión en tecnologías limpias (Saunila, Rantala, Ukko y Havukainen, 2019). Aunado a ello, Demirel, Li, Rentocchini y Tamvada (2019) sugieren la formación de clústers empresariales con la finalidad de ahorrar costos para la implementación de las tecnologías limpias en el menor tiempo posible.
Las organizaciones del siglo XXI se desarrollan dentro del marco de la economía verde, la misma que según Droste et al. (2016) y Šneiderienė y Ruginė (2019), procura la creación de nuevas tecnologías para solucionar la problemática ambiental, cuidando la utilización eficiente de los recursos naturales; y para ello, el Estado, a través de las normas medioambientales, puede contribuir a regular las condiciones dinámicas que experimentan los mercados (Liu, 2015; Espínola-Arredondo, Munoz-Garcia y Liu, 2019). Además, según Ashraf, Comyns, Arain y Bhatti (2019), el Estado puede promover el uso de tecnologías limpias en las organizaciones otorgando, por ejemplo, incentivos tributarios o disminuyendo las tasas de interés para los financiamientos.
Según el estudio realizado por Bek, Spörrle, Hedjasie y Kerschreiter (2016), todas aquellas organizaciones que implementen estrategias ambientales (incluyendo el uso de las tecnologías limpias), desarrollarán una marca verde que las distinguirá de sus competidores, puesto que ésta ejerce influencia en el comportamiento del consumidor. Asimismo, de los planteamientos de Lin y Chen (2017) y Chuang y Huang (2018) se puede inferir que toda organización que adopte estrategias mediambientales; además de mejorar su responsabilidad social, logrará crear una ventaja competitiva sostenible e inimitable en el tiempo.
CONCLUSIONES
Luego de la extensa revisión bibliográfica se ha podido concluir que los consumidores, con el transcurso de los años, han manifestado una mayor preocupación por las causas ambientales, y ello a su vez, ha generado un impacto positivo en las organizaciones empresariales, ya que han debido reformular sus estrategias y técnicas productivas con el propósito de ocasionar el menor daño posible al ecosistema. Dichos consumidores, debido a la velocidad con que se difunde la información, tienen un mayor conocimiento sobre los productos que se ofertan y son más conscientes de que el planeta se está deteriorando; y que, por consiguiente, su cuidado y protección es tarea de todos.
La contaminación ambiental es un fenómeno que se comenzó a agravar desde la Primera Revolución Industrial, siendo la agricultura la primera actividad económica perjudicada por el desgaste de los recursos. A pesar de ello, no se puede responsabilizar completamente a las organizaciones, puesto que el desordenado crecimiento poblacional provocó la depredación de muchos espacios naturales y escasez de recursos. Ante dicha situación, los Estados comenzaron a actuar como un ente regulador para ayudar a preservar el ambiente, procurando que las organizaciones adopten las tecnologías limpias para la realización de sus actividades.
El auge de las tecnologías limpias (también denominadas como producción orgánica, tecnologías verdes o tecnología ambiental) inicia a partir de la década de 1990 y forma parte del enfoque conocido como Producción Más Limpia, y a su vez, todo ello se encuentra dentro de la Ecoeficiencia. La relevancia de las tecnologías limpias radica en que permite la realización de un control total del proceso productivo, con la finalidad de reducir la contaminación desde el inicio del ciclo, y por ende, generando un ínfimo daño al ecosistema.
Las organizaciones poco a poco se han ido percatando de la relevancia que tiene la reducción de desperdicios y su posterior contribución a la rentabilidad empresarial. Tal como se pudo apreciar en la literatura revisada, las organizaciones deben considerar a dichos costos ocultos y registrarlos como costos ambientales para poder ser más eficientes. Del mismo modo, todas las organizaciones empresariales deberían adoptar estrategias ambientales (incluyendo el uso de las tecnologías limpias) puesto que ello contribuye a la imagen corporativa; y además, constituye una ventaja competitiva difícil de imitar. Además, muchas organizaciones alrededor del mundo han logrado comprender que sus acciones no solo deben tener como fin principal la obtención de elevados márgenes de rentabilidad; por consiguiente, deben procurar el cuidado y protección ambiental puesto que dicha situación contribuye a la mejora de la calidad de vida de las personas, animales y demás seres vivos sobre el planeta.