La economía del cuidado es un término relativamente nuevo y, por lo tanto, hay una multiplicidad de propuestas conceptuales que han evolucionado y se han enriquecido con el debate teórico y con la evidencia empírica que se ha generado gracias a las encuestas de uso del tiempo. Esquivel (2016) da cuenta de esta evolución señalando que inicialmente, el concepto de economía del cuidado tiene origen en el debate sobre el trabajo doméstico. Más tarde, el énfasis se trasladó a la relación entre el cuidado de niños y adultos mayores brindado en la esfera doméstica y las características y disponibilidad de servicios de cuidado, tanto estatal como privado, poniendo el foco en las personas dependientes.
A partir de la conjunción de los aportes de filosofía y la ética del cuidado, así como el apoyo de los instrumentos de medición del uso del tiempo también se incorporan las relaciones interpersonales y familiares entre personas que no son dependientes, ya que es claro que el bienestar de estas también requiere cuidados. Desde esta perspectiva más amplia, la economía del cuidado conforma un conjunto de bienes, servicios y acciones remunerados y no remunerados- que tienen como objetivo garantizar la reproducción social -material/biológica, ecológica, cultural, afectiva-de las personas. A continuación, se presentan tres aspectos a tratar para abordar con mayor especificidad el contenido de la economía del cuidado y dimensionar la relevancia de la misma en la economía y la sociedad: “Todos necesitamos cuidado y no solo las personas de- pendientes”, “El cuidado es trabajo remunerado y no remunerado” y “Los cuidados trascienden fronteras: las cadenas globales de cuidados”.
“Todos necesitamos cuidado y no solo las personas dependientes”: La vulnerabilidad es inherente al ser humano y es universal y continua a lo largo de la vida (Fineman, 2008; y Fineman y Grear, 2013). Las personas son seres interdependientes (Tronto, 1993) y enfrentan determinadas condiciones a veces de vulnerabilidad o indefensión, pero otras simplemente ligadas a la afectividad y al sentido de pertenencia. Por lo tanto, la necesidad de cuidados no se limita a las personas dependientes. La provisión de alimentos sanos y propios de la cultura gastronómica de la sociedad en la que viven las personas en la mesa familiar constituye una acción de cuidados que es requerida no solo por niños, niñas, personas mayores o con alguna discapacidad sino por cualquier integrante de la familia, incluyendo a otras personas que sean parte del entono afectivo.
Esta perspectiva busca superar la visión de “grupos vulnerables” como poblaciones específicas, como las personas con discapacidad, las madres solteras, los adolescentes excluidos del sistema educativo, la juventud en conflicto con la ley, las poblaciones en situación de pobreza extrema o afectados por desastres naturales, entre otros. Un tema distinto es el de las políticas de cuidado, en el que se delimitan las personas sujetas del derecho a recibir los beneficios que provee la política. El sentido de justicia radica en evitar que por razón de su vulnerabilidad en cualquiera de sus formas- las personas se ubiquen por debajo de las capacidades mínimas para una vida digna, no puedan hacer uso de las oportunidades o tengan obstáculos para el logro de resultados (Nussbaum, 2006). Por lo anterior es necesario distinguir entre el debate conceptual o teórico del cuidado y el alcance de una política pública, ya que hay acciones que pueden ser reemplazadas en el mercado o por el Estado, pero otras necesariamente deben ser compartidas al interior del hogar.
“El cuidado es trabajo remunerado y no remunerado”: Si bien la economía del cuidado tiene como una de sus preocupaciones más importantes visibilizar y cuantificar el trabajo no remunerado, en el que se encuentran el trabajo doméstico y el de cuidados, el trabajo remunerado también es considerado como relevante. Por un lado, el trabajo no remunerado está invisibilizado y en el mismo se ubica el origen de las desigualdades más importantes que afectan a las mujeres. El trabajo no remunerado no recibe el reconocimiento ni el apoyo necesario, lo que lleva a una sobrecarga de trabajo para las mujeres quienes asumen la mayor parte de estas responsabilidades. El mercado laboral penaliza a las mujeres con menores ingresos laborales y trabajos precarios por cuenta propia o de manera independiente, incluso en el caso de las mujeres que viven solas o decidieron no tener hijos. Los sistemas de seguridad social excluyen a casi la mitad de las mujeres en el mundo ya que en su mayoría solo tiene derecho a entrar a los sistemas contributivos los trabajadores remunerados y en particular, los que se encuentran en relación de dependencia. Por otro lado, el trabajo remunerado en el mercado relacionado con los cuidados como los servicios prestados a las personas mayores o la infancia, también han sido históricamente desvalorizados y feminizados, ya que se consideran extensiones de las labores al interior de los hogares. El trabajo doméstico se ubica entre los de mayor informalidad y menor remuneración, mientras que los cuidados en el sector de la salud o de la educación suelen estar entre los peor remunerados.
“Los cuidados trascienden fronteras: las cadenas globales de cuidados”: Migración y cuidados tienen un vínculo cercano. Muchos países, entre estos Paraguay, son expulsores de personas que buscan mejores oportunidades económicas fuera de sus países. La demanda de cuidados en países con estructuras demográficas más envejecidas ofrece esta oportunidad ya que requieren servicios de cuidado para personas mayores, pero también necesitan servicios para el cuidado de niñas y niños. Si bien se abren oportunidades, estas suelen implicar trabajos precarios y en ocasiones en condiciones de ilegalidad y ausencia de derechos laborales. En los países de origen no deja de haber problemas, ya que la emigración, genera un vacío afectivo, que, junto con los cambios en los roles y responsabilidades dentro del hogar, puede afectar el bienestar emocional de los niños, aumenta la sobrecarga de cuidado en quienes se quedan.
Los tres aspectos citados dan cuenta de la complejidad operacionalizar la economía del cuidado, medir su tamaño e impactos, y diseñar políticas públicas. La economía del cuidado tiene profundos efectos en las mujeres y en las desigualdades de género. Pero también afectan al desarrollo infantil temprano y a las oportunidades económicas y la calidad de vida de las personas mayores y con alguna discapacidad. Las políticas públicas involucradas son múltiples y no se limitan a los estados nacionales, ya que la migración y el envío de remesas tienen carácter trasnacional. Incluso la seguridad nacional, ya que, en muchos casos, los y las aportantes aportan o se jubilan habiendo vivido y aportado en diferentes países. Las políticas de cuidado deben ir de la mano de políticas laborales y productivas, de protección social, de educación y de salud, integrando las intervenciones y considerando el ciclo de vida y las características territoriales.
La economía del cuidado es fundamental para garantizar la sostenibilidad de la vida. Los trabajos remunerados y no remunerados son esenciales para la vida de las personas, pero también para la economía en general. Las desigualdades y los obstáculos que genera para la autonomía eco- nómica de las mujeres constituyen una pérdida para la producción, la productividad, el consumo, las recaudaciones tributarias y las contribuciones sociales de la seguridad social.