La tuberculosis (TBC) es una enfermedad que continúa siendo prioridad para la salud pública, debido a que existen factores que le permiten perdurar como una epidemia, y que mantienen una morbimortalidad muy importante en el mundo. Estos factores se relacionan con las grandes desigualdades socioeconómicas que caracterizan a la mayor parte de los países de las Américas afectando principalmente a las poblaciones de menores recursos financieros, que tienen dificultades para el acceso a establecimientos de la salud1.
El Programa Nacional de Control de la Tuberculosis (PNCT), en alianza con los países de la región y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han profundizado las acciones de control para reducir la incidencia y las muertes por TBC, siendo uno de los pilares principales la vigilancia laboratorial, donde el Laboratorio Central de Salud Pública, institución de diagnóstico, referencia e investigación dependiente del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social, establece las normativas, reguladoras y de referencia nacional, y lidera la organización de la Red Nacional de Laboratorios de los centros centinelas enfocando a la calidad y al diagnóstico oportuno de la TBC2
Los casos notificados de TBC en Paraguay en el año 2019 fueron de 3083 con una incidencia 39,5. La incidencia de casos de TBC, por departamento se distribuyen de la siguiente manera: muy alta (mayor 85): Boquerón, Presidente Hayes; alta (50-84) Alto Paraguay, Amambay, Cordillera; moderada (25-49): Concepción, San Pedro, Canindeyú, Caaguazú, Alto Paraná, Paraguarí, Misiones, Itapuá y Central; baja (menor a 25): Guairá, Caazapá, Ñeembucú3.
En el año 2019 según el PNCT incluyendo las 18 regiones sanitarias suman un total de 388 casos en poblaciones indígenas representando el 13% del total notificado3) .
Desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la epidemia de TBC como emergencia de salud pública mundial, se han realizado múltiples acciones que ha llevado a logros, sin embargo con el objeto de poner fin a la epidemia en el año 2035, en el 2014, la OPS adoptó la Estrategia Fin de la TBC, para lo cual se debería priorizar a los pueblos indígenas con un sistema de prevención y control a nivel regional, nacional y subnacional que sea sostenible a largo plazo, considerando las necesidades y los puntos de vista de los grupos más vulnerables de las sociedades indígenas, teniendo en cuenta las brechas asociadas al género y la discriminación interétnica, sin olvidar a las personas con discapacidad, a los niños, niñas, adolescentes, y a los ancianos. Además, afrontar factores de riego de la TBC como la pobreza extrema, la desnutrición, el alcoholismo, la farmacodependencia, el hacinamiento y la calidad de la vivienda, la prevención del VIH, las infecciones de transmisión sexual, el consumo de tabaco, la diabetes y otros que pudieran estar asociados a prácticas culturales, usos o costumbres de ciertos pueblos indígenas. Aun así, esta enfermedad continúa siendo un grave problema de salud pública en todo el mundo4.
La pandemia de covid-19 ha afectado la detección y tratamiento de pacientes con TBC en Paraguay que lejos de ser una enfermedad erradicada, es motivo de preocupación sanitaria y sigue afectando a miles de personas, si bien se inician actividades de campo con apoyo del PNCT para la búsqueda activa, seguimiento de casos y control de contactos en comunidades indígenas y asentamientos, estas tareas no son continuas debido al aumento de los casos de covid-19 en el país, que favorece el temor a acudir a los hospitales para el diagnóstico, a sus controles e incluso se ve afectado el retiro de los medicamentos. En el marco de la pandemia, es probable que aumenten los fracasos terapéuticos con el consiguiente desenlace fatal, por lo que debe hacerse una revisión de las estrategias dirigidas a poblaciones vulnerables con un compromiso verdadero del sector político, sumado a una fuerte colaboración multisectorial e intercultural para lograr el fin de la TBC.(5