El pasado 5 de mayo de 2023, la Organización Mundial de la Salud (OMS) acogió la recomendación del Comité de Emergencia, y declaró el fin de la emergencia de salud pública de importancia internacional por Covid-19. No obstante, se aclara tras esta noticia que la Covid-19 sigue siendo prioridad en cuanto a salud pública, instando a los países a no bajar la guardia, ya que ésta llegó para quedarse, insistiendo en continuar con las medidas de vigilancia sanitarias1.
El impacto a nivel económico causante de enormes pérdidas presupuestarias a nivel global, los perjuicios generados al comercio y al turismo, fuentes primarias para muchos países, empresas pequeñas medianas y grandes forzadas al cierre y tras ello, cantidad de familias desabastecidas sin empleo fueron algunas de las lesiones más conocidas, de resorte mundial.
El cierre de escuelas, el corte a las migraciones, la aparición más frecuente de trastornos de ansiedad, depresión mayor2, la rápida cadena de fakenews y un sinfín de efectos colaterales arraigados a la nueva modalidad de vivir en aislamiento, fueron incrementándose con el paso del tiempo3.
La declaración de emergencia de la OMS el 30 de enero de 2020, fue en un momento en el que solo se conocían que 213 personas habían muerto por el virus originado en China, con una amenaza potencial para el resto de los países. Sin embargo, hasta el 3 de mayo de este año fueron notificadas a la OMS 765.222.932 casos confirmados por Covid-19, incluidas 6.921.614 muertes, cifra que probablemente sea inferior a la real, ya que se estima el número de víctimas varias veces superior: al menos 20 millones4.
Sin embargo, hoy, tras esta noticia, con ecos aun sonantes, me pregunto, ¿Terminó?, ¿Qué aprendimos?, y con cierto temor surge en mí una nueva interrogante ¿y ahora que se viene?.
Como médico infectólogo, haber pasado esta pandemia viviendo día a día, y hora tras hora asistiendo a pacientes con cuadros respiratorios, personas desconocidas, a veces familiares, y en ocasiones pacientes colegas, generaba un torrente de emociones de diferente índole, desde impotencia, necesidad de conocimientos de aprender de todo y todos, miedo y desesperación ante lo desconocido, y a la vez un ímpetu y espíritu de lucha y pelea por una vez más, alcanzar nuestro objetivo único: el bienestar del paciente.
Conocer cara a cara al virus, viendo tanto dolor detrás de cada paciente en la incertidumbre de su recuperación, escuchar las largas listas de espera para ingreso a salas de cuidados intensivos, hizo denotar de forma magnánime el trato sencillo y humanitario al que estamos llamados en nuestra vocación, ya que, más allá de la expertiz que podríamos haber ofrecido, era consuelo y compañía en tan delicados momentos.
Buscar la información científica más actualizada era la puesta al día obligatoria. Aprender entre todos y transmitir a la par fueron claves para el mejor desarrollo y trabajo profesional. Y así, lentamente, fuimos atravesando el camino, y apareciendo estigmas de esperanza hasta llegar a lo que hoy día se anunció: el fin de la pandemia.
Apreciar este momento como una celebración de la ciencia, reconocer que lo que ha hecho que el virus cambie su carácter no fue solo la biología evolutiva, sino también el hecho de que se ha inducido a ser realmente menos virulento, mediante el logro de la vacunación.
Se lee entre líneas al virus Mayaro circulante por zona de fronteras. Aún seguimos aprendiendo con la actual epidemia de Chikungunya. Todas de gran interés para la salud poblacional, pero ninguna categóricamente sin el tenor de lo que fue la Covid-19.
Si bien esta pandemia ha generado divisiones políticas, y erosionado la confianza entre personas, gobiernos e instituciones, reluciendo desigualdades4, espero que quienes profesamos esta loable labor, no olvidemos estas lecciones de vida aprendidas. Que el trato humanitario a cada una de las personas atendidas sea nuestra brújula, y la búsqueda constante de la información científica nuestro soporte.