Si te juzgas lo suficientemente pagado con la sonrisa de quien ya no padece. ¡Hazte Médico, hijo mío! (Esculapio,añoI)
La práctica médica es al mismo tiempo noble y sufrida, gratificante y descorazonadora, con cíclicas alternancias de luces y sombras. Ya lo dijo -entre muchas otras cosas- Esculapio, el Dios de la medicina, hace muchos siglos, cuando le proporcionó una serie de consejos a su hijo:
¿Quieres ser médico hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
Tu vida transcurrirá a la sombra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas
Ya no tendrás horas que dedicar a la familia, la amistad o el estudio...ya no te pertenecerás
Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados….
Cuando el enfermo sana es debido a su robustez, si muere, tú eres el que lo ha matado
Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si ansías conocer al hombre, en lo trágico de su destino, entonces ¡Hazte Médico, hijo mío!
La medicina tiene una particularidad: su objeto de estudio es el propio hombre, por lo que hablar de “humanización” de la misma parecería un contrasentido. Sin embargo, aunque resulte paradójico, el médico en su papel de “curador” no siempre asume ese rol de humano y en ocasiones aparece ante el enfermo y su entorno como un “semidiós” empotrado en el cenit de su ciencia, en la más elevada cumbre de su verticalista posición.
Es necesario que el buen médico tenga las siguientes condiciones básicas:
Sólida formación académica
Manejo de los principios de Bioética
Capacidad para sostener una afectuosa relación médico-paciente
Tener conciencia de la importancia del trabajo en equipo
Suficientes conocimientos de los aspectos legales de la profesión
Con mucha razón se afirma, que la primera “droga” que recibe un paciente, es la personalidad del médico, y que el primer “procedimiento” terapéutico es estrechar las manos del enfermo. Está comprobado que los mejores fármacos fracasan, si no se establece la corriente de empatía bilateral que inicia una granítica relación con el enfermo.
El sabio médico y filósofo español Pedro Laín Entralgó afirmó: “En la relación Médico-Paciente se funda la medicina entera.”
Se puede saber mucho, alcanzar una suprema técnica y una caudalosa erudición y no ser un verdadero médico. Es tan importante la calidad de las relaciones humanas que existen facultativos exitosos con escaso conocimiento médico, y en la contraparte, fracaso de médicos dechados de sabiduría académica. El galeno ideal necesariamente debe combinar ambas cualidades.
Lamentablemente el avance incontenible de la ciencia ha repercutido en la calidad humana de la asistencia, en una suerte de relación inversa: a mayor desarrollo tecnológico, menor calidad en el vínculo médico-paciente. La pregunta de oro que debemos hacernos ante cada acto médico es: ¿cómo nos sentiríamos -nosotros mismos- en la misma situación en que se halla el sufriente enfermo y su entorno? ¿Y si estuviésemos en la otra orilla? ¿Y si camináramos esa misma vereda? En la respuesta a estas interrogantes está la clave de la humanización del médico.
Si comparamos a la práctica médica con una película cinematográfica, el protagonista principal a lo largo de siglos fue el médico, seguido secundariamente por el paciente, el “objeto” mismo de su ciencia, y a los lejos, en un papel accesorio, casi de “extras”, los familiares y allegados del paciente.
La tendencia actual es convertir esa posición vertical-el médico arriba y todos los demás abajo- en una actitud horizontal: todos los protagonistas de la “película” en un mismo plano de importancia, e inclusive considerar a los familiares de los pacientes como un nuevo componente del equipo médico, a quien deberíamos asignar un protagonismo que tradicionalmente no tenía.
Hoy se considera a los familiares “instrumentos” más que esenciales, por la importancia del apoyo emocional y contención, significativamente beneficiosa para el enfermo.
Existe abundante bibliografía al respecto y felizmente en nuestro medio ya se iniciaron experiencias “humanas”, tales como el Hospital Amigo del Niño” en el Hospital Pediátrico de Acosta Ñu, o las aulas escolares hospitalarias para niños leucémicos en el Hospital Central de IPS, entre otras loables iniciativas humanizantes de la medicina.
Existe evidencia comprobada que estos protocolos facilitan una fluida relación del enfermo y familiares con el plantel médico, que en definitiva más que una concesión del médico, se transforma en un elemento facilitador de la buena evolución del paciente.
Un anónimo en el siglo XV aseveró que la función del médico se resume en:
El consuelo no debe faltar jamás
El genial William Shakespeare aseveró: “La mejor medicina del desdichado es la esperanza”.