Introducción
En los últimos diez años la cantidad de desastres naturales ha aumentado en intensidad y frecuencia, durante este periodo cobraron la vida de 3 450 255 personas a nivel mundial (Bello, 2017). Se conoce que el origen de un desastre puede deberse a la sobrepoblación urbana, la pobreza, desigualdad social y la venta de terrenos ilegales ubicados en zonas de riesgo (BID, 2015). También, un factor importante es el cambio climático, el cual puede ocasionar deterioro del ambiente y con ello provocar desastres naturales (Confalonieri, Menne, Akhtar, Ebi, Hauengue, Kovats, Revich y Woodward, 2007). Wilches-Chaux (1988) explica que un evento natural es el resultado de diversos fenómenos ambientales que provocan una modificación en la vida de los individuos. Por ejemplo: Un huracán puede significar que las familias vean amenazadas sus cosechas, viviendas, ingresos, terrenos, ganado e insumos (Sandoval y Soares, 2015). Por consiguiente, Toscana y Fernández (2017) definen los desastres naturales como sucesos imprevistos, que generan gran daño material o humano provocando que los recursos materiales y sociales no abastecen la necesidad de la comunidad. Es por ello, que mientras ocurre un evento natural se pueden identificar dos etapas, la primera es la del impacto que puede variar en su duración y equivale a los acontecimientos donde la población experimenta el pánico o el temor, la segunda es la de emergencia, que equivale a todas aquellas acciones que se realizan con la finalidad de aminorar el impacto del evento (Florez, 2016).
En este contexto, el Perú es catalogado como uno de los países más propensos a experimentar un desastre natural (INFORM, 2018). En los últimos años en el norte de este país se reportaron grandes inundaciones y desbordes de ríos, además, ocurrieron estragos en los poblados del sur y devastadores huaicos en la sierra central del país andino (Salmon, 2008). Estas manifestaciones tienen especial énfasis en Lima metropolitana, donde se presentan diversos desastres siendo los más comunes el flujo de detritos, llamados localmente “huaicos”, caída de rocas, derrumbes, inundaciones, hundimientos, erosión fluvial, marina y de laderas; siendo una de las zonas más afectadas el distrito de Lurigancho - Chosica, en el extremo este de la ciudad, con el 67% de la población situada en alto riesgo (Rivera, Phillips, Armijos y Aguilar, 2018).
Razeto (2013) señala que los desastres naturales no solo presentan un componente ambiental sino también social, es decir hay una relación entre lo que sucede en la naturaleza y la sociedad. Por ello, lo que ocurre a nivel de naturaleza va a provocar un impacto en la vida individual y colectiva de las personas modificando sus diversas actividades (NU. CEPAL, 2014). Luego de que ocurre un desastre la comunidad afectada queda en un estado de vulnerabilidad constante propenso a contraer diversas enfermedades físicas como producto de los cambios en el ambiente, el desplazamiento a nuevas zonas o por la suspensión de los servicios básicos (Florez, 2016). Según, Hijar, Bonilla, Munayco, Gutierrez y Ramos (2016) luego de que ocurre el evento se evidencian altos índices de enfermedades transmitidas por el agua, malnutrición, estrés térmico y sequías. De igual manera, Veenema, Thornton, Lavin, Bender, Seal y Corley (2017) reafirman que los denominados desastres hídricos tales como las inundaciones, los huracanes o los ciclones generan un gran impacto en las poblaciones provocando la aparición de enfermedades generadas por el contacto con el agua. Asimismo, aumentan la probabilidad de adquirir enfermedades respiratorias, sufrir de ataques cardíacos o accidentes cerebrovasculares (Campbell-Lendrum y Woodruff, 2006).
Al ocurrir estos eventos naturales también se genera una alteración en la salud mental de la población, siendo las respuestas más comunes el estrés postraumático agudo o crónico, trastornos de ansiedad o depresión (Fritze, Blashki, Burke y Wiseman, 2008; Page y Howard, 2010). Se estima que en promedio 150 millones de personas son afectadas por algún desastre, del cual el 33% desarrolla estrés postraumático y el 20% algún otro trastorno de salud mental (Aguirre, 2009). Su aparición generalmente está asociado a un desastre, el cual puede manifestarse en un 30 a 40% de las víctimas, de un 10% a 20% en rescatistas y de un 5 a 10 % en víctimas indirectas (Galea, Nandi y Vlahov, 2005). Esto puede suceder en diversos contextos como en Nepal donde se encontró que después de cuatro meses ocurrido el terremoto unos de cada tres adultos experimentaron síntomas de depresión e ira, además uno de cada cinco tomo alcohol de manera descontrolada y uno de cada diez tuvo pensamientos suicidas, también hubo niveles significativos de angustia psicológica pero probablemente bajos niveles de trastorno por estrés postraumático (Kane, Luitel, Jordans, Kohrt, Weissbecker y Tol, 2018). De igual manera, se obtuvo que el consumo de sustancias puede ser un factor de riesgo común en las poblaciones afectadas por inundaciones (Mebarak-Chams, Castro, Amarís, Sánchez y Mejía, 2018).
Hoffman, Hertel y Boes (2008) encontraron que cerca del 63% de evacuados por causa del huracán Katrina desarrollaron síntomas moderados o graves de estrés postraumático, del mismo modo las sequías en las regiones subtropicales generan ansiedad y depresión en sus habitantes por la falta de alimentos. Por consiguiente, la aparición de estos eventos incrementa la tasa de suicidio (Berry, Hogan, Owen, Rickwood y Fragar, 2011). Otro suceso, son las olas de calor que generan un mayor registro de ingresos hospitalarios con diagnóstico de salud mental como violencia, ansiedad y depresión debido al aislamiento social, según la investigación realizada en Adelaida, Australia (Nitschke, Tucker y Bi, 2007). Por otro lado, aquellas poblaciones que tuvieron que ser evacuadas de sus hogares presentaron altos índices de miedo, ansiedad y confusión, esta situación es considerada como el inicio de los problemas de salud mental (Espinoza, Espinoza y Fuentes, 2015).
Por otra parte, los niveles de resiliencia de los pobladores afectados se asocian a una reducción de la angustia psicológica (Greene, Paranjothy y Palmer, 2015). Por ende, la resiliencia es un factor que debe ser manejado y desarrollado de manera constante en las comunidades y no de manera situacional, ya que es una vía para gestionar el peligro y sus consecuencias (Paton, Millar & Johnston, 2001). Asenjo, Avalos, Suarez y Cerrato (2018) encontró que existe una prevalencia de estrés postraumático (TEPT) en el sector Río Seco del distrito el Porvenir en Trujillo ubicado en una región de la zona norte del Perú afectada por el fenómeno “El Niño” costero en el 2017. Se obtuvo que el 35% de las mujeres eran las más vulnerables, asimismo, el 83% de la población encuestada tendían a la evitación. Por lo tanto, es fundamental reconocer cuales son los factores de riesgo que pueden desencadenar en un problema de salud mental a futuro, asimismo, saber cómo es que se ha establecido en el contexto local las relaciones de las personas antes, durante y después del evento, para ello es necesario tener en cuenta a las relaciones comunitarias (Florez, 2016). Conocer si cuentan con la formación de equipos de emergencia comunitaria, si reconocen cuáles son las zonas de evacuación tanto dentro como fuera de cada vivienda, y si cuentan con un análisis gubernamental que garantice que los puntos de encuentro sean los indicados para la población (Alvarez, Aristizabál, Torres y Jurado, 2019).
Comunidad y Sentido de comunidad
En este contexto de desastres naturales, un elemento importante son las comunidades donde la gente desarrolla su vida diaria y que es afectada por este tipo de eventos (Montero, 2004). La comunidad debe ser entendida como un conjunto dinámico con una historia y cultura constituida, siendo un grupo de personas que participan y desarrollan diversas relaciones que no se limita al espacio geográfico e incluyen componentes psicosociales, intersubjetivos, la peculiaridad de su forma de vida y su historia (Musitu, Herrero, Cantera y Montenegro, 2004).
Chang (2010) explica que dentro de una comunidad existe un nivel de cohesión entre sus pobladores y que este puede verse alterado por la ocurrencia de un evento climático como lo son las inundaciones. Por lo que, en la etapa inicial después del evento el nivel de cohesión tiende a aumentar, ya que la población reconoce lo importante de la unión comunitaria. Sin embargo, cuando la magnitud del evento incrementa la población traslada su interés a la individualidad, lo cual genera una disminución de la cohesión.
Estas variaciones de las relaciones comunitarias en el tiempo nos hacen entender que existen dimensiones subjetivas que debemos tomar en cuenta como mencionan McMillan y Chavis (1986) con el sentido de comunidad, siendo la sensación de pertenencia que experimenta una persona en relación a su comunidad y la sensación de importancia de cada uno de sus miembros. Implica compartir creencias y responsabilidades, asumiendo las necesidades del grupo como propias. Es importante observar los componentes de este factor como la membresía, entendida como el sentido de pertenencia o el sentimiento de relación personal con los demás; la influencia catalogada como la capacidad de un individuo para influenciar el comportamiento de los demás; la integración y la satisfacción de necesidades, donde se reconoce los beneficios que la persona recibe al pertenecer a una comunidad y la conexión emocional compartida, implica el compromiso y creencias compartidas por todos los miembros y son adquiridas con el transcurrir del tiempo (McMillan y Chavis,1986).
En poblaciones afectadas por un terremoto se ha encontrado que el sentido de comunidad es considerado un factor que aminora la depresión y favorece el nivel de satisfacción con la vida (Huang, Tan & Liu, 2016). Este otorga a los pobladores un sentido de pertenencia que genera que se relacionen óptimamente con otros miembros afectados reduciendo el sentimiento de soledad y aumentando la satisfacción con la vida. Incluso la necesidad de integración y satisfacción entre sus miembros es un aspecto destacable en estas situaciones por los propios miembros de la comunidad como una alta influencia de grupo con relación a los valores compartidos y estatus social, además, de una alta conexión emocional entre sus miembros en poblaciones socialmente vulnerables (Cueto, Espinosa, Guillen y Seminario, 2016). Esta conexión subjetiva puede observarse tanto entre los miembros como con su territorio observándose una relación importante entre el sentido de comunidad y el apego al lugar, por lo tanto, aquellos pobladores, que experimentaron el impacto del evento natural y tuvieron que desplazarse a otro lugar para vivir generaron una alteración y disminución en su sentido de comunidad (Barroeta, Ramoneda, Rodriguez, Di masso y Vidal, 2015). Asimismo, generó un deterioro en los lazos creados y las organizaciones comunitarias establecidas (Isaza y Barrera, 2008). No obstante, aquellos ciudadanos que optaron por quedarse en sus viviendas después del desastre, presentaron un cambio en los niveles de sentido de comunidad y en el apego e identidad a su lugar de origen (Berroeta, Ramoneda y Opazo, 2016). En contextos donde junto a los desastres naturales encontramos sucesos de violencia estas relaciones y valoraciones entre los miembros de la comunidad incluso son más predominantes (Velásquez y Sañudo, 2017).
Bienestar psicológico en el contexto comunitario de desastres naturales
Las relaciones comunitarias establecidas pueden ser un factor protector importante para afrontar este contexto adverso. Las personas inmersas en un desastre natural ya sean niños, adolescentes o adultos tendrán un deterioro en su bienestar psicológico, ante esta situación es importante identificar los factores individuales, familiares, comunitarios para ponerlos en práctica con el objetivo de desarrollar su bienestar psicológico (PNUD, 2014).
Estas relaciones posibilitan una variedad de momentos que han sido vivenciados, durante el crecimiento personal, asimismo hace mención a los momentos positivos que percibe la persona a lo largo de su vida en un contexto específico (Ryff, 1989). En este sentido, la primera dimensión importante de esta categoría es la auto-aceptación caracterizada por su capacidad de generar eventos positivos para sentirse bien ante las adversidades. Las relaciones positivas con los demás generan resultados favorables para el individuo y las personas que lo rodean. Otro elemento importante es la autonomía quien genera sus propios medios que le sirvan para enfrentar diversos sucesos. El dominio ambiental para que la persona modifique el contexto a favor de contraer oportunidades. El compromiso que tiene la persona con la vida y la participación consigo mismo, las metas y su sentido de dirección llamada propósito de vida. Por último, la dimensión de crecimiento personal, la cual se caracteriza por el desarrollo continuo de la persona y el potencial de crecimiento que impera en la persona (Ryff, 1989).
Un componente importante mediador del bienestar psicológico y los sucesos de la vida es el papel de la flexibilidad cognitiva, se obtuvo que la flexibilidad cognitiva parece moderar la relación entre el dolor durante el terremoto, ya que aquellas víctimas con alta flexibilidad cognitiva durante el desastre tienen un mejor bienestar psicológico (Fu y Chow, 2017). Asimismo, se encontró que la edad es un factor protector para sobrellevar los desastres, ya que los adultos mayores tienen mayor capacidad social cognitiva (Wind y Komproe, 2012). Esta flexibilidad también puede ser traducida como resiliencia que también guarde relación directa con el bienestar en contexto de desastre teniendo efectos en la vida diaria de la persona (Greene, Paranjothy y Palmer, 2015). Incluso estos impactos se dan también en las personas socorristas, ya que presentan estrés al realizar su labor afectando su bienestar psicológico por la sobrecarga de trabajo, apoyo deficiente y liderazgo deficiente (Brooks, Dunn, Sage, Amlôt, Greenberg y Rubin, 2015).
Kaniasty (2012) revela que otro factor importante del bienestar psicológico en una situación de desastre es la intervención comunitaria, a mayor participación de la población, se genera un impacto positivo en las relaciones interpersonales y comunitarias. Por lo contrario, los indicadores de amargura social, desacuerdos interpersonales y comunitarios, evidencian niveles bajos de bienestar psicológico social, sugiriendo aumentar sus percepciones de apoyo y su confianza en pertenecer a un grupo social con valores. Wang, Gao, Zhang, Zhao, Shen y Shinfuku (2000) explican la exposición al terremoto de dos grupos diferentes. El grupo que presentó bajo riesgo, pero recibió menos atención, recibe una mala calidad de vida y bienestar psicológico. Pero, luego de algunos meses existen cambios significativos, pues el grupo que recibe más apoyo muestra una mejora general en el bienestar luego del desastre. Resulta que las variables luego del desastre importan a las variables psicosociales, como medio de apoyo. Observando todo ello, es necesario tener en cuenta las relaciones que tienen el contexto comunitario de las personas junto al bienestar psicológico personal en poblaciones de alto riesgo de desastre naturales.
Metodología
Participantes
Los participantes de este estudio estuvieron conformados por 55 personas de la comunidad (24 Hombres y 31 mujeres) habitantes del distrito de Lurigancho - Chosica en la zona este Lima Metropolitana. Las características geográficas de habitabilidad de esta zona hacen propicia la continua incidencia de desastres naturales, especialmente deslizamientos de lodo y piedra, a causa de las lluvias constantes en la zona árida del lugar. Esta comunidad se encuentra en una zona de vertiente entre las montañas áridas de la zona desértica central del Perú generando lluvias estacionales que desarrollan estos fenómenos al inicio de año durante el verano. Para la selección de participantes se aplicaron criterios de inclusión como: ser mayores de 18 años, habitar en la zona 1 del lugar y propietario del terreno. Los criterios de exclusión utilizados fueron: presentar problemas psicomotores o cognitivos, ser arrendatario y menores de edad.
Instrumentos
Para la evaluación se utilizaron 2 instrumentos de psicométricos. En primer lugar, se aplicó el Cuestionario de Bienestar Psicológico (Ryff, 1989; Díaz, Rodríguez, Blanco, Moreno, Gallardo, Valle y Van, 2006). La prueba evalúa la variable a través de seis dimensiones (relaciones positivas, dominio del entorno, propósito de vida, autoaceptación, crecimiento personal y autonomía). Este instrumento consta de 39 ítems siendo una escala tipo Likert con 6 alternativas de respuesta que van desde “totalmente desacuerdo” con puntaje de 1 a “totalmente de acuerdo” con puntaje de 6. Se analizaron las propiedades psicométricas de esta escala teniendo resultados que presentan alta consistencia interna (w= 0.878). En segundo lugar, se aplicó la Escala de Sentido de Comunidad (SCI2; Chavis, Lee & Acosta 2008) adaptada por Távara (2012), siendo validada en poblaciones en condiciones de vulnerabilidad social en Lima Metropolitana. Consta de 24 preguntas con opciones de respuesta desde “para nada” con un puntaje de 0 y “mucho” con puntaje 3. Al analizarse la consistencia interna se encontró un índice alto (w=0.916).
Procedimientos
El recojo de información de campo se realizó mediante visitas programadas a los domicilios de los participantes mediante la coordinación previa de los dirigentes de la comunidad. Para informar a la comunidad sobre la investigación se implementaron talleres informativos colectivos donde se dieron los detalles de los objetivos del estudio. En los criterios de inclusión se consideró al propietario o familiar del mismo dado que la zona tenía muchos residentes temporales, es por ello el tiempo de recojo se extendió más de lo previsto. Los participantes fueron informados sobre los procedimientos y aceptaron de manera voluntaria y anónima la aplicación de los instrumentos. Para ello, se contó con un consentimiento informado que en varios momentos tuvo que ser leído. Los datos que se obtuvieron fueron procesados en el software de análisis de datos SPSS 24. El análisis estadístico implementado se focalizó en los puntajes totales de las escalas para los análisis de las relaciones entre las variables elegidas.
Resultados
Se analizaron elementos sociodemográficos de los participantes, encontrando que el 52.7% únicamente terminó la educación básica y el 47.3% presenta un nivel de estudios universitario o técnico. De ellos, el 32.7% se encuentra entre los 18 y 29 años, el 23.6 % está entre los 30 y 39 años de edad, el 18.2 % presenta una edad entre 40 y 49 años, finalmente, un 25.5% de participantes tienen 50 años o más (Tabla 1).
Variables sociodemográficas | Categorías | N | % |
---|---|---|---|
Sexo | Hombre | 24 | 43.6 |
Mujer | 31 | 56.4 | |
Grupo etario | 18-29 | 18 | 32.7 |
30-39 | 13 | 23.6 | |
40-49 | 10 | 18.2 | |
50 a más | 14 | 25.5 | |
Grado académico | Secundaria | 29 | 52.7 |
Superior | 26 | 47.3 |
Fuente: Elaboración propia
Podemos observar en la tabla 2 que existen diferencias entre los grados académicos en ambas variables. En el caso de bienestar psicológico podemos encontrar que las personas que realizaron estudios superiores universitarios o técnicos tienen una mayor media que los que solo tuvieron una formación básica escolar (p<.05). Sucede lo contrario con la variable sentido de comunidad donde las personas con educación superior tienen menores puntajes promedios que las que solo recibieron educación secundaria (p<.05). Al comparar los grupos etarios con la variable sentido de comunidad podemos encontrar que existe diferencia estadísticamente significativa. Las personas más jóvenes tienen menor sentido de comunidad mientras que las personas de mayor edad presentan mayor sentido de comunidad. Si realizamos el mismo análisis con la edad podemos observar la misma relación directa y alta estadísticamente significativa con sentido de comunidad (r=.512, p<.01). Para el caso de bienestar psicológico la comparación arroja igualdad de medias entre los distintos grupos etarios (p>.05). En el caso de la variable sexo podemos observar que no existe diferencias significativas en el sentido de comunidad según el sexo de los participantes (p>.05), de igual forma para el bienestar psicológico.
Variable | Grupos | Media | DE | p |
---|---|---|---|---|
Sentido de comunidad | Hombres | 31.58 | 10.77 | .164 |
Mujeres | 27.42 | 10.899 | ||
Secundaria | 32.10 | 11.437 | .039* | |
Superior | 26.04 | 9.598 | ||
18-29 | 23.72 | 8.344 | .001** | |
30-39 | 25.85 | 9.590 | ||
40-49 | 31.40 | 6.381 | ||
50 a más | 37.93 | 12.450 | ||
Bienestar psicológico | Hombres | 175.58 | 23.581 | .928 |
Mujeres | 175 | 23.865 | ||
Secundaria | 169.38 | 23.550 | .049* | |
Superior | 181.81 | 22.122 | ||
18-29 | 178.33 | 22.935 | .895 | |
30-39 | 170.85 | 23.867 | ||
40-49 | 175.30 | 30.324 | ||
50 a más | 175.36 | 20.387 |
**p<.01, *p<.05
Fuente: Elaboración propia
Finalmente, en las puntuaciones de los participantes en el bienestar psicológico nos muestra que la media supera el punto medio de la escala utilizada (M=4.44, DS=.603) como podemos observar en la tabla 2. Sin embargo, la puntuación media para sentido de comunidad se comporta de manera diferente siendo menor al punto medio de la escala (M=1.21, DS=0,456). Así mismo, se reflejan en los datos una correlación muy baja y no significativa entre las variables de sentido de comunidad y bienestar psicológico (r= -.003, p=.985). Ante ello, se puede observar que no existe relación entre estas variables (Tabla 3).
Fuente: Elaboración propia
Discusión
Entender la relación entre el bienestar psicológico con el sentido de comunidad en el estudio nos hace comprender que existen diferentes variables mediadoras para el análisis de lo personal y lo social. Fácilmente podríamos concluir que mientras mayor bienestar psicológico, mayor sentido de comunidad o viceversa, sin embargo, debemos tener en cuenta también los elementos sociodemográficos en este contexto. Asimismo, es importante mencionar que existen diversos componentes intersubjetivos, la historia de la población y su característica forma de vida comunitaria que pueden influir en esta relación (Musitu, Herrero, Cantera y Montenegro, 2004). Además, se debe tomar en cuenta el componente ambiental, Razeto (2013) destaca la relación entre la naturaleza y la sociedad, es decir, todo lo que ocurre a nivel ambiental tendrá un efecto social en la población. Wilches-Chaux (1988) explica que al ocurrir un desastre natural la persona afectada siente la necesidad de autoprotección tanto individual como grupal, que se evidencia en una modifican en su vida personal. Los desastres tienen un impacto fundamental en las relaciones sociales, comunitarias y personales de las zonas donde tienen incidencia. Por ende, cuando ocurre un desastre se genera un impacto fundamental en las relaciones sociales, comunitarias y personales de las zonas donde tienen incidencia. Es el apoyo social un eje fundamental para sobrellevar estas situaciones, es necesario verificar que la protección psicosocial ante estos riesgos presenta aspectos complejos de responsabilidades, roles y acciones (Kaniasty, 2020).
Por esta razón, es importante tener en cuenta que el riesgo, la confianza en el gobierno local o regional y la capacidad de sobrellevar problemas financieros son determinantes para la preparación de desastres naturales. El bienestar y la preparación para desastres pueden reforzarse a través de una planificación basada en la comunidad que busca abordar las necesidades urgentes de las personas que residen en zonas vulnerables (DeYoung, Lewis, Seponski, Augustine y Phal, 2019).
Es así que el sentido de comunidad debe ser entendido como un entramado de relaciones más allá de lo individual- social, donde la familia, amigos y comunidad como tal son importantes. En tanto, se consideren los roles, acciones y relaciones con los otros, incluso medios de comunicación, estado y agencias no gubernamentales, hacen posible la capacidad de recuperación de la comunidad. (Van Kessel, Mc Dougal y Gibbs, 2015). En este sentido Huang, Tan y Liu (2016) manifiestan que el nivel de sentido de comunidad y el apoyo gubernamental existentes en una población son factores que tienden a reducir los sentimientos de soledad e incrementa la satisfacción con la vida, asimismo, explican que aquellas poblaciones que se encuentran en situación de vulnerabilidad por desastres, incrementan su bienestar psicológico debido a estos factores.
A su vez, encontramos que las diferencias en niveles educativos son cruciales para la sensación de bienestar y sentido de comunidad. Por un lado, vemos cómo las personas con menores estudios pueden tener menor bienestar, pero mayor sentido de comunidad siendo parte de un análisis de necesidades que se cubren desde lo comunitario. En el otro lado, podemos observar cómo las personas con mayor nivel académico se sienten con mayor bienestar, siendo ellas mismas las que no están integradas al entorno comunitario inmediato al tener un grado de sentido de comunidad menor. Por ende, como lo explica Florez (2016) al realizar un análisis es importante comprender cómo está organizada una comunidad y cómo están establecidas sus relaciones personales, es decir, identificar sus relaciones comunitarias. Asimismo, lo mencionado por Cueto, Espinosa, Guillén y Seminario (2016) el enlace entre bienestar psicológico y sentido de comunidad no es directo, sino que está mediado por otras variables como bienestar social o subjetivo. En ese sentido las relaciones entre la adherencia al contexto y el bienestar personal pasan por una compresión del entorno más cercano a variables contextuales como la edad, que pueden estar vinculadas el nivel académico alcanzado y al tiempo de permanencia en el lugar.
De otro lado, observando en nuestros resultados la relación positiva entre sentido de comunidad y la edad de los participantes. El grupo etario adulto y adulto mayor son los principales dirigentes de la zona es posible que esta sea una manifestación de lo que mencionaban Vallejo-Martín, Moreno-Jiménez y Ríos-Rodríguez (2017) sobre las acciones comunitarias donde la participación es generada por este sentido de comunidad. La participación es producto del sentido de comunidad de las personas por medio de acciones que devienen en cambios en la comunidad. Sin embargo, también el fatalismo juega un rol muy importante en estas circunstancias. Cabe aclarar que el sentido de comunidad en otras investigaciones si tiene relación con el bienestar sobre todo en menores de edad (Abreu, Viñas, Casas, Montserrat, González-Carrasco y Alcantara, 2016).
Es previsible tener en cuenta esta relación positiva entre la edad y el sentido de comunidad, ya que podría estar asociado al tiempo de permanencia en el lugar. Se ha identificado este como un factor importante en el análisis del sentido de comunidad debido a que aquellos pobladores que permanecen en su comunidad por mucho tiempo y pese a la ocurrencia de diversos acontecimientos, presentan cambios en su identidad y apego al lugar de origen (Berroeta, Ramoneda y Opazo, 2016). Sin embargo, debemos tomar en cuenta que no existe una misma relación en función al bienestar psicológico. En ese sentido, Espinosa, Freire y Ferrándiz (2016) mencionan que el bienestar subjetivo es mediado por la representación del entorno más directamente que la identificación como tal. Ello podría ser posible en la medida de cómo se ve la persona así misma dentro de un contexto en función a sus límites y posibilidades, desarraigándose de su lugar buscando nuevas oportunidades. Por lo tanto, Cernea (2001) explica que aquellas poblaciones movilizadas de su lugar de origen se vieron afectadas en sus sistemas familiares y debilitaron sus lazos de parentesco, por lo que, el tiempo en el que viven y permanecen en su localidad puede influir en su adherencia al entorno además de debilitar redes sociales informales, es decir la ayuda mutua. Sin embargo, en la actualidad la perspectiva territorial física viene siendo cuestionada prescindible a la hora de desarrollar el sentido de comunidad en contextos metropolitanos. Teniendo como eje fundamental los desplazamientos de las personas, las redes no necesariamente se ven afectadas por esta condición (Maya-Jariego y Holgado, 2015).
Por último, incluir en la discusión sobre el desarrollo sostenible urbano en la ciudad, pero sobre todo en zonas con vulnerabilidad por desastres naturales, la paorximación de los propios residentes o pobladores es esencial. Dado que una buena parte de la satisfacción con la ciudad tiene que ver con el bienestar autopercibido de necesidades y sentido de comunidad (Macke, Rubim Sarate, y de Atayde Moschen, 2019). Determinar el sentido de comunidad dentro de un contexto socio físicamente vulnerable no necesariamente está vinculado al bienestar, pero si podría mejorar una coordinación de los riesgos y el desarrollo local.
Conclusión
Podemos observar que los resultados sugieren una implicancia entre las variables socio demográfico de edad y nivel de estudios con el bienestar psicológico y sentido de comunidad. Sin embargo, estas relaciones se establecen de manera independiente sin relacionar las variables principales del estudio. Estas características más contextuales muestran como la relación entre la persona y la comunidad presentan mayor complejidad, sobre todo en contexto de vulnerabilidad por desastres naturales. La educación superior como factor para un mayor nivel de bienestar psicológico pero menor grado de sentido de comunidad y la edad estrechamente relacionada con esta última variable, nos muestran que las dinámicas socio contextuales tanto a nivel temporal y de expectativas personales son necesarias incluirlas como parte del entramado comunitario.
Es necesario seguir planteándose modelos explicativos que puedan dar luces sobre estas relaciones entre las variables de manera más compleja. Debemos tener claro que la complejidad del tejido social en condiciones de riesgo constate se desarrolla en diversas en perspectivas desde las personales hasta las sociales. El bienestar de una persona puede estar mediada por cuestiones de expectativas mientras que la compenetración con el entorno tendría que ver más cuestiones temporales e históricas.