Cuestiones de campo y “espacialidad” de la cultura
Hay una concepción espacial de la cultura que ha sido muy exitosa, y lo sigue siendo, desde la sociología de la cultura: la idea de campo (intelectual, literario, de poder) que teorizó Pierre Bourdieu (2002; 1966 y 1996). Esta idea describe una cultura que se construye de modo relacional, como un campo de fuerzas en el cual los agentes (intelectuales, escritores, editores, académicos, etc.) dirimen sus posiciones y establecen legitimidades y marginados. Digo que es espacial porque es un sistema de posiciones y porque se desarrolla en determinado circuito; pero, por eso mismo, es una metáfora que, para América Latina, y para Paraguay en particular, nos enfrenta a una serie de problemáticas. Sin embargo, comienzo este escrito por este concepto complejo, porque su complejidad ayuda a determinar una particularidad del campo intelectual paraguayo, la diáspora.
Desde ya, cualquier transposición de un concepto o aparato teórico europeo al caso latinoamericano es problemática y varios autores (Sigal, 2002) han destacado las particularidades de la constitución del campo intelectual en América Latina respecto del modelo bourdesiano. Entre los reparos que se le han realizado a esta transposición, uno especialmente destaca los apriorismos no del todo asumidos en cuanto a la espacialidad que presupone ese modelo. Es la crítica que realizan Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano cuando destacan la limitación “nacional” (1983, p. 85) del concepto. Es decir, en tanto el modelo de Bourdieu es el campo cultural de la sociedad francesa de siglo XIX, éste:
aparece como una configuración nacional, pero no en el sentido exclusivamente jurídico, sino en un sentido menos fácil de captar institucionalmente […]: modelos y tradiciones, instituciones y autoridades, “guías” intelectuales y sistemas de consagración prestigiosos. En este grado de integración nacional relativamente alto, el campo intelectual funciona como sistema de referencia central para sus integrantes (escritores, críticos, artistas, etc.) y como centro de decisión cuando se trata de juzgar acerca de la originalidad, pertinencia o validez de cierta obra o tendencia. (Sarlo y Altamirano, 1983, p. 85-86)
Los autores observan esto como algo problemático en América Latina porque -en este caso- los centros de consagración suelen ser externos (Europa, fundamentalmente), de modo que el campo no siempre se valida a sí mismo.
Esta situación, que se da en mayor o menor medida en todos los países latinoamericanos, tiene en Paraguay otro quiebre de la espacialidad nacional. Porque la producción cultural e intelectual del Paraguay del siglo XX (e incluso mucha de la del siglo XXI) se realizó fronteras afuera, sobre todo en Argentina y -más precisamente- en Buenos Aires. Esa producción es del Paraguay o paraguaya por fuertes marcas de referencia e incluso de identificación; la más fuerte de esas marcas probablemente sea la lengua guaraní. Podría pensarse en la obra literaria de Augusto Roa Bastos, Gabriel Casaccia, Lincoln Silva; pero también en los ensayos de interpretación política de Oscar Creydt o Francisco Gaona e incluso en las revistas, panfletos y cartas de la colectividad paraguaya en el exilio. Es decir, hay una vasta producción discursiva que narró al Paraguay, trató de interpretarlo o de intervenir en él, pero que no formaba parte de su dinámica interna cotidiana ni tejió redes o relaciones de modo duradero o estable como para poder participar del desarrollo del campo intelectual.
Incluso el caso de Roa Bastos, el escritor más reconocido y que -en consecuencia- podría ser el más influyente en el campo intelectual, es un ejemplo cabal de eso. Gran parte de su obra fue escrita en el extranjero, pero participa activamente de las polémicas de la historiografía paraguaya (Bouvet, 2009); y si bien, a pesar de esa distancia, sus títulos o sus colaboraciones periodísticas podrían llegar a Paraguay y él mismo tuviera visitas periódicas, éstas se cortan en 1982. Entonces es expulsado de forma oficial por la dictadura de Alfredo Stroessner cuando iba a presentar el poemario de Jorge Canese, Paloma blanca, paloma negra, en lo que hubiera sido una típica estrategia de “apadrinamiento” generacional: el escritor consagrado que impulsa la obra del más joven. La represión de la dictadura cercena ese movimiento típico de la dinámica intelectual.
En este caso, se trató, por un lado, de un escritor consagrado que se había ido del país en el contexto de otra dictadura (la de Higinio Morínigo en 1947) y que fue expulsado nuevamente en 1982 por la de Stroessner; por otro lado, Canese era un escritor joven que empezaba a desarrollar su obra poética pero que ya había sufrido la represión como parte de la revisa Criterio en 1977, cuyos miembros fueron apresados, indagados y acusados de comunistas. Luego de esa expulsión, Roa volvió a Francia y dedicó gran parte de su producción ensayística a denunciar internacionalmente la dictadura y promover, desde el extranjero, las posibilidades del regreso a la democracia en Paraguay (algunos de sus artículos pueden verse en Rivarola, 2017). Desde esa función, en la que usa su nombre de autor para intervenir políticamente, va a ser el prologuista de una de las principales publicaciones de la transición a la democracia, Es mi informe (Boccia Paz et al., 2006).
Comento brevemente este caso porque muestra que, así como el autoritarismo cercena las libertades individuales más elementales, también limita las posibilidades de una esfera cultural autónoma, con sus propias reglas del arte. Esto se observa en cómo los escritores adoptan temáticas o tonos denuncialistas en sus obras, es decir, en cómo el contexto interviene en el texto, pero también en cómo la esfera de poder influye negativamente en la misma continuidad del campo. Ésta fue la principal razón por la cual la cultura paraguaya del siglo XX se desarrolló en una espacialidad fragmentada. Es decir, estamos ante un campo intelectual en cuanto hay agentes, posiciones y relaciones, pero éste adquiere sus propias características: una autonomía relativa aún más limitada y su desarrollo por fuera de lo nacional.
Cuestiones de archivo: la historicidad quebrada
Sobre esa particularidad geográfica, sucede otra, la “distorsión” temporal. Pues la reinserción en Paraguay de la producción intelectual del exilio se realiza, en muchísimos casos, después de la caída de la dictadura o en sus últimos años. Entonces proliferan editoriales y se recuperan textos que habían circulado poco, mal o en el exilio en las décadas anteriores; o también obras literarias que no habían accedido a la edición. En consecuencia, durante la transición, e incluso desde los últimos años de la dictadura, hay una ebullición discursiva. Surgen muchas editoriales (RP Ediciones, NAPA, El Lector, Arandurã, Alcándara, etc.); se publican los “ensayos de la transición” (Benisz, 2018, pp. 98-102) que nuclean un conjunto de textos heterogéneos pero con paradigmas innovadores (como El mito del arte y el mito del pueblo de Ticio Escobar o La sociedad a pesar del Estado de Arditi y Rodríguez); también -esto es lo que me interesa aquí- se editan obras completas o se rescatan obras descatalogadas o inéditas (por ejemplo, El valle y la loma de Ramiro Domínguez o el Ayvu Rapyta. Textos míticos de los Mbyá-Guaraní del Guairá, compilados por León Cadogan).
Por esto último, puede decirse que a la transgresión espacial a la que me referí anteriormente, se le suma esta “a-sincronicidad” o “no-sincronicidad” según la cual un conjunto de textos integra un campo, un público y un mercado que no corresponden al marco en que fueron producidos. Cómo leer esos textos sin contexto, o mejor: esos textos no-contemporáneos en el contexto de la democracia, pero que emergen justamente gracias a él, es la pregunta que motiva este artículo.
Para ello, la dimensión espacial del campo debe ser yuxtapuesta por la temporal. Por un lado, estamos ante un campo intelectual apuntalado al mismo tiempo que fragmentado por el exilio y la migración. Esto nos obliga a pensar para el Paraguay un campo intelectual y también una literatura regionalizados (Benisz, 2018), cuyo foco de irradiación puede ser externo (como fue durante mucho tiempo, Buenos Aires); mientras que las regiones fronterizas -especialmente importantes en Paraguay- plantean dinámicas trasnacionales. Por otro lado, la cronología también se altera con los rescates y recuperaciones de textos que conviven con las producciones propias de esos años. Pero esa irrupción del pasado en los años de la transición y -es más- la misma idea de rescate nos enfrenta a un texto que es validado en tanto documento, más allá de su mentada especificidad disciplinar (justamente lo que -en la teoría bourdesiana-le da autonomía al campo).
Esta no-contemporaneidad o múltiples temporalidades del caudal discursivo de la transición nos obliga, entonces, a pensar la esfera intelectual desde distintas dimensiones. Dominique Maingueneau (2004, p. 71), por ejemplo, retoma la espacialidad del campo, pero la vuelve tridimensional. Para él, cada texto literario (pero podemos pensarlo para cualquier tipo de texto) participa de un “espacio literario” que está compuesto por: a) los “aparatos” (editoriales, crítica, academia); b) el campo, justamente el locus en el que se relacionan los discursos, y c) el archivo, que vendría a ser el chronos, en tanto cada texto remite a una tradición y una biblioteca previas, y constituye, así, una memoria discursiva.
Que Maingueneau denomine a esta tripartición “espacio literario” nos habla de cómo todavía el anclaje está definido por la metáfora de la espacialidad. Además, esa tripartición responde -nuevamente- a la tradición letrada francesa, en cuanto las tres dimensiones se basan en los siguientes cuerpos teóricos: a) Althusser y su noción de aparato, que, sin embargo, Maingueneau retoma de modo más general y sin la impronta ideológica que tiene para Althusser; b) el campo intelectual de Bourdieu, y c) La arqueología del saber de Foucault, donde Foucault propone una metodología “arqueológica” de análisis de los discursos, que da cuenta de las relaciones, conexiones y rupturas entre ellos, a partir de las cuales se constituyen como sistemas de enunciados; a estos Foucault denomina archivo. Estos sistemas implican una importante cuota de historicidad (y la misma denominación de archivo permite suponerlo), puesto que son una construcción del juego continuo de relaciones entre enunciados. Esa historicidad también dificulta aprehender el archivo de la contemporaneidad, en el que estamos insertos, de modo que la metodología arqueológica exige cierto alejamiento, un corte temporal:
La descripción del archivo despliega sus posibilidades (y el dominio de sus posibilidades) a partir de los discursos que acaban de cesar precisamente de ser los nuestros; su umbral de existencia se halla instaurado por el corte que nos separa de lo que no podemos ya decir, y de lo que cae fuera de nuestra práctica discursiva; comienza con el exterior de nuestro propio lenguaje; su lugar es el margen de nuestras propias prácticas discursivas. […] Pero nos desune de nuestras continuidades: disipa esa identidad temporal en que nos gusta contemplarnos a nosotros mismos para conjurar las rupturas de la historia: rompe el hilo de las teleologías trascendentales. (1982, pp. 222-223)
De todos modos, más allá de estas precisiones conceptuales, me interesa destacar la noción de archivo, en primer lugar, por la dimensión temporal que implica y, en segundo lugar, porque está centrada no tanto en continuidades históricas, como en rupturas que sólo pueden ser repuestas con una metodología del rescate y la reconstrucción, por eso, es “arqueológica”. Desde esta perspectiva arqueológica, sin embargo, el documento deviene monumento (Foucault, 1982, pp. 233-234); es decir, ya no es considerado como una expresión de algo externo o documentación de un continuum histórico, sino testimonio de sí mismo en sus propias fracturas.
En concreto, la yuxtaposición de estas dimensiones (campo/ aparatos y archivo) nos permite destacar cómo parte del campo intelectual paraguayo de la post-dictadura se apoya sobre un archivo conformado a partir de instituciones y aparatos externos al país. Es más: mucho de ese archivo todavía permanece en el destierro (cartas, revistas y folletos, por ejemplo, que permanecen en bibliotecas privadas o familiares), lo cual lo vuelve discontinuo respecto de las tradiciones, las matrices discursivas o los vínculos intelectuales, con los que se relaciona.
Rescates
Entre las ediciones paradigmáticas de la democracia, en tanto rescate, es muy significativa la del Ayvu Rapyta, que anteriormente había circulado en su edición brasileña de 1959, y que es publicado por segunda vez, pero por primera vez en Paraguay, en 1992. No se trata, en este caso, de un escritor exiliado sino de un texto exiliado. Cadogan no se fue del país, pero sí padeció en cierto modo el exilio interior (ostracismo, censura, falta de difusión) como gran parte de los intelectuales que permanecieron en el Paraguay durante el stronismo; por eso, su compilación requirió del apoyo externo de Egon Schaden y de la Universidad de São Paulo para salir a la luz.
Entre ambas ediciones, hubo tres largas décadas sin mucha circulación del volumen, al punto que la reedición se hace cargo de ese paso del tiempo porque contiene, además del texto originalmente publicado, una serie de notas que Cadogan le había agregado en 1961 ante una posible reedición (Cadogan, 2015, p. 23). De modo que puede verse en el mismo cuerpo del volumen sus capas de historicidad.
Algo similar sucedió con otros rescates de ensayos, como el opúsculo de Oscar Creydt Formación histórica de la Nación Paraguaya y El valle y la loma de Domínguez. En ambos casos, las ediciones “de la democracia” amplían el texto original con otros ensayos que muestran la continuación de los autores en sus reflexiones, pero que ahora aparecen aplanadas en un mismo cuerpo textual.
La Formación histórica… se había publicado originalmente en 1963, pero con una circulación sumamente restringida a los circuitos de la militancia comunista o intelectuales afines y tenía una función de propaganda contra el stronismo (Castells, 2011; Nickson, 2011). A pesar de esa clandestinidad, “fue quizás el documento de lectura más obligado para estudiantes opositores al régimen de Stroessner” (Nickson, 2011, p. 83). De hecho, el prologuista de la primera edición de la democracia, Antonio Carmona, cuenta que su encuentro con la obra se dio en dos momentos. En un primer momento, como “un manuscrito sucio y gastado, copia de precario mimeógrafo clandestino, con un texto titulado Formación de la Nación Paraguaya, sin firma ni referencia de autor”. Así y todo, Carmona comenta que lo leyó “con el entusiasmo de encontrar las claves desde un punto de vista crítico, en el análisis de la conformación socioeconómica de los países en conflicto” por la Guerra contra la Triple Alianza y las claves de la figura de Francia (en Creydt, 2007, p. 6). En una segunda instancia, encuentra la edición de 1963 en una biblioteca personal y del exilio, la del psiquiatra argentino-paraguayo Guillermo Vidal que había regresado a Buenos Aires después de la Guerra civil del 47 (en Creydt, 2007, p. 7).
Vemos que Carmona destaca el valor histórico del libro por el peso de sus argumentos, independientemente de la figura de autor (que en un principio desconocía). Pero, en general, el prólogo de Carmona justifica la reedición por la clarividencia de Creydt, es sumamente elogioso hacia su figura, al punto que establece relaciones y paralelismos con Roa Bastos y explica el olvido en el que había caído la obra de Creydt por haber sido de avanzada para su época (en Creydt, 2007, p. 9). Carmona, finalmente, asienta el valor de su reivindicación al asumirse como neutral; en tanto extranjero, no era partícipe y desconocía las polémicas históricas, en tanto no era militante del Partido Comunista, no participó de las disputas en las que Creydt se vio envuelto y que lo hacen un personaje resistido para la tradición oficial del partido.
Más allá de las estrategias del prologuista, hay consenso en la modernidad del análisis de Creydt respecto de su época (Nickson, 2011; Castells, 2011; Lo Bianco, 2014). Esa modernidad se destaca, en lo doméstico, en ofrecer una lectura alternativa a las matrices discursivas dominantes en Paraguay: el nacionalismo -en esos años- acaparado por el stronismo. y el liberalismo-cretinista (Sarah, 2011; Benisz, 2018, pp. 49-65). Pero, además, el texto se sitúa en el debate disciplinar polemizando con los antropólogos norteamericanos Julian Steward y Elman y Helen Service (Creydt, 2007, p. 55 y ss.). El objetivo central de la Formación histórica… es el de justificar la existencia de la nación paraguaya como un objeto histórico y no, como referían los antropólogos norteamericanos, como un área de cultura plenamente aculturada y deficitaria de la cultura del colonizador (hispánica), a diferencia de los otros países latinoamericanos que sí constituirían sociedades complejas y más desarrolladas. Creydt va a justificar la postulación de la nación paraguaya delimitando su proceso histórico que mixturó elementos de la cultura colonial y de la guaraní, pero no en el modelo de mestizaje romantizado por el nacionalismo, sino siguiendo factores económicos y sociales que, en el paradigma marxista del autor, se desarrollan en la dinámica de la lucha de clases. Este proceso hace de la nación paraguaya un objeto de estudio autónomo y válido para el enfoque histórico y no un apéndice de la cultura colonizadora.
Este enfoque, según Castells (2011) y Nickson (2011), tiene una continuidad en la antropología social que se desarrolló posteriormente, como los trabajos de Susnik y Bartomeu Melià. Pero es una continuidad que no es siempre explicitada, sino que puede ser respuesta por la recurrencia a algunos enfoques, tópicos u objetos del discurso (por ejemplo, la idea de recolonización que también usa Melià, 1997, p. 66). Por otro lado, el peso epocal con el que carga la Formación…, no es sólo la polémica antropológica, sino su explicación etapista -en ocasiones determinista y poco dialéctica- para hilvanar el proceso histórico, la cual era propia de la doxa comunista de mediados de siglo XX. Éste es el principal reparo de la lectura contemporánea de la Formación… (Castells, 2011; Nickson, 2011; Lo Bianco, 2014) y principal rasgo de su no-sincronicidad; pero así y todo es significativo que Creydt haya construido un relato histórico de la nación paraguaya que mantiene siempre un margen diferencial de las tradiciones de pensamiento de las que abreva. En relación con el marxismo ortodoxo, por ejemplo, Creydt se enfrenta directamente con la tradición de corte liberal que imperaba en el Partido Comunista Argentino, cuando pondera como progresivos los gobiernos autárquicos paraguayos del siglo XIX y rechaza así la lógica civilización-barbarie que el comunismo argentino había expandido (siguiendo la estela del liberalismo sarmientino) para interpretar toda la región.
Además, como afirma Nickson (2011, p. 85), hay un rasgo que diferencia del libro de Creydt del resto de la producción crítica del periodo, y es su rasgo totalizador. Creydt intenta explicar todo el proceso por el que Paraguay se constituye como tal y esa ambición quedó demostrada en el proyecto cercenado de ampliar la Formación… a un volumen mucho más completo, respecto del cual el libro que llega a nuestras manos no era más que un folleto de adelanto. Como explica Castells:
El ensayo de Creydt no es más que un resumen de un trabajo mucho más grande que el autor realizó en base a la biblioteca paraguaya que encontró en Moscú (bastante completa, por cierto). La marginalidad en la que tuvo que realizar el trabajo (propia de las penosas condiciones que tuvieron que sobrellevar los comunistas debido a la persecución sufrida por el gobierno paraguayo, así como debido a las vicisitudes de la interna dentro del PCP en los años sesenta) llevó a que esta investigación se perdiera y sólo nos quedara de ella este breve ensayo en el que anunciaba sus hipótesis fundamentales y discutía aquellos aspectos que caracterizaba como relevantes de la historia paraguaya. (2011)
El periplo del texto muestra las tensiones del exilio; éste posibilita la escritura porque amplía el acceso a los materiales, pero limita objetivamente su divulgación y hasta su preservación, por la carestía de las condiciones materiales y la itinerancia.
El devenir de El valle y la loma de Ramiro Domínguez presenta algunas similitudes a lo que sucedió con la Formación… o la publicación del Ayvu Rapyta. Se trata de otro caso de “exilio interior”, ya que su autor se replegó en su Villarrica natal (Flecha, 2021, p. 127) y se trata, además, de un texto ya no de carácter totalizador como el de Creydt, sino que recorta su objeto en torno a dos comunidades campesinas con eje en la comunicación en la cultura rural. A partir de esas comunidades tipifica dos modos de construcción social, justamente el valle y la loma y los sujetos que de allí derivan: el hombre-valle y el hombre-loma. En el primer caso, se trata de sujetos más sedentarios, comunidades afincadas, relaciones fuertemente patriarcales y cultura y economía agrícola-ganaderas; en el segundo, sujetos nómades y comunidades dispersas, vinculadas a la producción extractivista. Como Creydt, Domínguez también retoma (aunque de forma menos polémica) las investigaciones de la antropología contemporánea y, puntualmente, algunos presupuestos de los Service. El tono de El valle… es menos polémico porque se trata de un trabajo académico, no de un opúsculo para la militancia. La antropología social de la época constituye, así, el estado del arte sobre el que se basan las reflexiones de Domínguez.
También se trata de un texto que salió originalmente en los años sesenta, pero que quedó discontinuado y se publicó recién nuevamente en 1995; también con el agregado de otro ensayo posterior (“Culturas de la selva”). De modo que, como en el caso de Creydt, la edición de la democracia funciona como una reposición y puesta al día, con distintas capas de escritura, de la obra del autor. Y, nuevamente, al igual que la obra de Creydt, se justifica su reedición a pesar del paso del tiempo por su carácter de avanzada al momento de su publicación. “Fue un libro-vanguardia”, escribe el prologuista Víctor-jacinto Flecha (en Domínguez, 1995, p. 9). Pero describe una realidad que ya no existía en los noventa, por eso de libro-vanguardia deviene libro-documento: “un documento precioso sobre las características culturales paraguayas anteriores a la construcción de la gigantesca hidroeléctrica de Itaipú” (en Domínguez, 1995, p. 11).
Es cierto también que hay momentos del ensayo en que sí relativiza el modus académico e interpela directamente la ideología de gobierno, que entonces estaba por convocar a una Asamblea Constituyente para la Constitución de 1967. Domínguez apela a esa institución:
Antes de ponerse de acuerdo los convencionales sobre la forma de organizar el gobierno y las estructuras permanentes de la nación, habrían de preguntarse sobre qué cosa o qué suma de bienes se quiere para la nación, dejando los enunciados solemnes para los poetas y demagogos, y prefiriendo un cuadro de valores positivos cuyo logro esté al alcance de los hombres, y no una trinidad platónica de valores ético-filosóficos, que confinan a la política del gobierno con una pedagogía social o una ascesis seudomística sin contenido real. (1995, p. 120)
Hay una interpelación a la construcción de arquetipos sociales, desarraigados de la realidad social, que caracterizó tanto a las matrices discursivas del nacionalismo como del liberalismo (Sarah, 2009, p. 145). Pero, más allá de ese misticismo nacionalista que Stroessner aprovechó (pero le pre-existió), una de las polémicas que establece el libro es con la ideología desarrollista que, durante los años de Itaipú, recubrió el discurso de la dictadura. Esto es para Domínguez, la razón del ostracismo del libro. Así lo escribe en su introducción de 1995:
He preferido no alternar en nada el texto de este trabajo primerizo, consciente de que el lector ha de tomar cuenta el notable incremento actual de ediciones nacionales, por entonces casi enteramente ausentes, o desperdigadas en copias mimeografiadas de casi nula difusión; el poco estímulo -cuando no franca hostilidad- del ámbito oficial a los estudios sociales que no adherían a la ideología desarrollista preconizada por el gobierno, y el confinamiento cultural, ahora menos estridente, que sufría el país en aquel largo y oscuro ciclo de encierro. (Domínguez, 1995, p. 13)
Es destacable la no intervención o reescritura del texto a pesar de que se reconoce su in-actualidad. Como en los casos anteriores, el paso del tiempo queda expuesto en las adendas, los agregados, pero la base original permanece inalterada. En tanto documento, el texto pierde su referencia original social, antropológica o política; la realidad externa de la que habla o a la que le habla ya no existe en el momento de su nueva publicación; de modo que el valor recae sobre el mismo texto y deviene, podría decirse, monumento.
En este sentido, leer El valle y la loma en la actualidad tiene otras implicancias; nos puede ayudar a leer, por ejemplo, literatura (Benisz, 2022, p. 18). Porque los sujetos sociales que tipifica el ensayo, el hombre-valle y el hombre-loma, aunque pierdan actualidad sociológica, sí se asocian a personajes característicos de la oratura popular. Tanto Emiliano R. Fernández como incluso la narrativa de Carlos Villagra Marsal, por ejemplo, sus heroicidades desarraigadas, el marco mito-poético de la peripecia y de la sociabilidad rural, pueden entenderse en el contexto cultural que describe El valle y la loma.
En concreto, la marginación de los textos y su rescate cuando ya son testimonio del pasado nos presentan un historial entre libro de avanzada, libro documento y, finalmente, como rescate “inútil” por lo diferido y extrapolado respecto de su tiempo. Aquí me centré en algunos casos puntuales para mostrar esa trayectoria, pero la construcción de este archivo puede ampliarse con otros ejemplos: la reciente edición de la obra completa de Lincoln Silva (Arandurã, 2021), la obra de Francisco Gaona o las ediciones facsimilares de revistas discontinuadas (Criterio, Alcor). Sin ánimo de generar una tipología de la lectura, sí puede decirse que son eslabones perdidos de una posible historia intelectual de los restos. En ese sentido, cada caso puede ser leído como libro-monumento que fue punto de fuga de vanguardia, pero quedó discontinuado y perdió su referencia; como aquí, las comunidades campesinas que estudia Domínguez o la vanguardia política a la que pretende influir Creydt.
Restos / rastros
Es significativa la dimensión crítica de estos ensayos en un contexto en el que gran parte de las ciencias sociales en Paraguay hacía “informes”, de índole descriptiva antes que reflexiva, para los institutos de investigación de países centrales, según postulan, en un artículo antológico de 1975, Bartomeu Melià y Tomás Palau. Lo significativo, además, que esa dimensión crítica, como pudo observarse aquí, se articuló desde lugares marginales, del exilo o el exilio interior. En términos de Maingueneau (2004), podría decirse que está compuesta por textos paratópicos, pues se enuncian desde el no-lugar del exilio o desde el margen - también un fuera de lugar- del exilio interior. En la literatura, la paratopía suele ser una construcción del sujeto, que se escribe a sí mismo en una no-pertenencia (Maingueneau, 2004, p. 72); pero, en estos ensayos, se trata de textos que, si bien intentan intervenir en la dinámica social, lo hacen marginados por la coyuntura histórica y, en concreto, por una política plenamente intervencionista de la dictadura sobre el campo intelectual.
Ese no-lugar y esa temporalidad discontinuada hacen que los textos deban ser leídos como restos que sobreviven en huellas dispersas en la cadena de enunciados: conceptos, términos, objetos discursivos funcionan como rastros desperdigados de una influencia no explicitada. De hecho, considero que el recuento de esas huellas escribe la matriz de una “tercera posición” o posición contra-hegemónica respecto de los discursos que dominaron (y aún dominan) la escena intelectual en Paraguay (Sarah, 2009 y 2011; Benisz, 2018, p. 87). Ese recuento no siempre es algo “dado”, es decir, no es un linaje o tradición intelectual que ensambló de modo evidente y explícito una línea de influencias, como sí pasó con las matrices dominantes. Por ejemplo, pensemos en cómo la educación escolar cristalizó, a principios de siglo XX, la versión liberal de la historia (Brezzo, 2001, p. 169) o cómo, durante el stronismo, se encumbró una casta intelectual nacionalista (Bareiro Saguier, 2007, pp. 195-219). Las matrices discursivas se instalan siempre mediante “instrumentos de memoria” (Arnoux, 2008, p. 47) que, en el caso del exilio y la disidencia, estaban materialmente obliterados. Esos instrumentos instauran, como diría Angenot (2023), “regímenes de lo memorable” que son, al mismo tiempo, regímenes de borramiento y olvido; es decir, la construcción de la memoria colectiva es también una administración del olvido que, en nuestro caso, encontró en la dictadura stronista un ejecutor constante y consciente.
La perdurabilidad del archivo del exilio y la disidencia, su devenir en memoria, entonces requiere del rescate/ rastreo de los restos, independientemente del mantenimiento de su “utilidad”, su función primera o su referencia. Estos rescates acaban en sí mismos y se autojustifican por volver público un discurso clandestino y ampliar así -consecuencia no menor en el campo de disputas que constituye el discurso social- los márgenes de lo decible.