INTRODUCCIÓN
El contexto para educar y el ejercicio de la ciudadanía
El supuesto general que impulsa e impregna el presente papel de trabajo es que una ciudadanía en términos restringidos solo a aspectos legales-constitucionales, pero sin acceso intergeneracional a la educación y a la cultura, o sea, de manera histórica estructural, impide en gran medida su desarrollo cognoscitivo condicionando el ejercicio de la ciudadanía en el sentido amplio, articulando participación y empoderamiento cívico.
Sin poder extendernos y profundizar al respecto por el espacio disponible, vayan algunos señalamientos. Para tener en mente, al menos, los indicadores de analfabetismo absoluto-funcional-digital, junto con la hegemonía del pensamiento concreto, la baja participación y calidad de la misma según diversos estudios nacionales y de organismos internacionales. Provocando discordancia entre la formación a la que se tiene acceso y el ejercicio de la ciudadanía, como un derecho que hay que garantizar y proteger desde una perspectiva del derecho de un Estado garantista.
Tienen que generarse, hacerse posibles, una serie de capacidades como leer, escribir, comprensión lectora, etc., que conduzcan a la competencia del ejercicio de la ciudadanía en su sentido amplio producto de determinados procesos de enseñanza y aprendizaje. En síntesis, una pedagogía liberadora, en términos de un concepto de ciudadanía integral. No puedo hacer con sentido ciudadano si no sé qué hacer, no entiendo qué sucede, o qué puedo hacer dentro del contexto en que se sitúa mi experiencia, más allá de la mía particular. Constituyendo el backgroundde la práctica, de pasar de sujeto a actor.
Ante esta perspectiva, más allá de la posible confusión y hasta solapamiento entre las variables intervinientes como el analfabetismo funcional, el digital en el dataísmo, y la hegemonía del pensamiento concreto, lo que importa, es primero mostrar algunas de esas características del contexto que inviabilizan alcanzar (metas y objetivos) y por tanto saber-hacer (aplicar) determinadas capacidades y competencias necesarias para la práctica del ejercicio del empoderamiento cívico de la ciudadanía. Así, para Carlos Martini (2020, 18):“7 de cada 10 paraguayos es analfabeto funcional, no entiende lo que lee. Y no sería extraño que un sector importante de universitarios termine una carrera universitaria sin leer un libro completo. Solo un capítulo por aquí. Uno por allá. Y se nota en el poco vocabulario que empleamos…”
Paraguay muestra con sus indicadores que es imposible aún contar con una ciudadanía empoderada. A no más que una opinión pública difusa, fragmentada, expuesta a formadores de opinión desde los grandes medios que responden a corporaciones, y aun así, mínima, a través de herramientas como Twitter. Lejos todavía de hacer ciudadanía. Simplemente porque no puede serlo, pues no cuenta con el desarrollo de capacidades para ello y, por tanto, de ejercerla. O bien tiene serias limitaciones como tal, y por tanto también lo que puede demandar, defender y proponer.
Al respecto puede leerse en el Plan Nacional de Educación 2024 (MEC, 2011, p. 55), que: “el estudio internacional sobre educación cívica y ciudadanía (ICCS) 2009 realizado bajo la coordinación de la Asociación Internacional del Logro Educativo (IEA -su sigla en inglés) revela la escasa preparación cívica y ciudadana de los/as estudiantes de nuestro país.” Lo mismo se dice en el documento Agenda Educativa 2013-2018 del MEC (s. f., p.16). Por otro lado, en este mismo documento (p. 15) bajo el subtítulo: “El rendimiento académico en la educación paraguaya”, puede leerse que:
Lo preocupante de estas cifras es que un segmento muy pequeño de los estudiantes garantiza aprendizajes de lecto-escritura y uso de números competencias fundamentales para el desempeño de las personas en la sociedad globalizada, durante su tránsito por el sistema escolar.
Esto, se puede cotejar asimismo con estadísticas nacionales como las del documento del SNEPE (2019) que describe los resultados del rendimiento académico de los estudiantes en las pruebas SNEPE al 2015. Considerando a los estudiantes que culminaban cada uno de los tres ciclos que conforman la oferta de Educación Escolar Básica y el tercer curso de la Educación Media:La distribución de los estudiantes en función a sus niveles de desempeño prueba que la situación es relativamente crítica a nivel país, ya que… solo un estudiante de cada 10 alcanzó el nivel IV, considerado como satisfactorio, con puntaje por encima de 650.Lo que coincide además con los datos del Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2030 (Gobierno Nacional, 2014). Así, respecto a la educación se describe el Índice de Oportunidades Humanas (IOH)3 como uno de los principales índices sociales de referencia internacional para la medición de los avances del país en el campo del desarrollo social. Resultando para la variable educación en un Bajo Nivel Educativo IOH del 74% (2014, p. 30). Si se selecciona otro de dichos índices, tomando la variable Desempeño Escolar4 se coloca en el ranking con un 74% de 6° grado con desempeño menor al nivel III (de IV), ubicándose así penúltimo en Sudamérica, solo Guyana presenta un índice más bajo. Lo cual se repite si se toma el Índice de Desarrollo Humano (IDH), con el lugar 111° de 187 países. Asimismo, continúa el Plan (p. 31):
La eficiencia del sistema también se ve comprometida. De 100 que ingresan a la educación escolar básica, solo egresan 50. En el nivel medio (15 a 17 años) el 70% de los que se matriculan llegan al egreso, pero del total que ingresa al 1er grado solamente 35 de cada 100 llegan a egresar del 3er curso de la educación media (12 años de escolaridad).
Datos sobre causas de muerte en Paraguay: la naturalización como ocultamiento
En Paraguay, los datos del último reporte del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social al 24 de mayo del 2020 respecto al impacto sanitario del COVID-19 en el país, los indicadores muestran 862 personas confirmadas con coronavirus, 544 activos, 307 recuperados; y, 11 personas fallecidas. Por su parte, el índice de fallecimientos por cada 100.000 habitantes es de 0,146.
Esta descripción de los efectos de la pandemia, si comparada con otras causales de mortalidad en el país hasta antes de la llegada del COVID-19, hacen que estas últimas sean mucho más significativas que aquellas. Por Enfermedades del Sistema Circulatorio (6000); Cáncer (4900); Del Sistema Respiratorio (3000); Diabetes (2300); Cerebro Vasculares (2500); SIDA (142) dando un subtotal de 18.842 personas fallecidas en el año 2019, más 1200 por Accidentes Viales. (ABC Color, 2019). ¡Por COVID-19, 11! Al mismo tiempo, las muertes que se pueden prevenir anualmente al margen de las causadas por el virus: “El año 2019 nos mostró una vez más una triste e invariable realidad. En Paraguay, hombres y mujeres mueren por causas que se podían haber evitado con simples controles médicos, estudios, vacunas y buenos hábitos de prevención.” (ABC Color, 2019)
Y esto ocurre, sin embargo, sin implicar la puesta en marcha de toda esta parafernalia tanto de la biopolítica como mediática. La desproporción es notable respecto al abordaje de la salud de la población en una situación asumida como normalidad naturalizándola cuando prevenibles -tanto por la población como por los profesionales de la salud. Con un gasto y movilización de recursos casi incomparable ante la emergencia de la pandemia. En el decir de la columnista: “Paraguay, un país donde la gente no muere porque es inevitable, sino porque no se hizo lo suficiente para salvarla.” (ABC Color, 2019)
Es pertinente preguntar (se) entonces, si: ¿El miedo y el clima de pánico que se ha generado, y su contraparte en medidas de control, vigilancia y aislamiento social son proporcionales al riesgo estadístico de mortalidad? Para el ex Premio Nobel de Química Michael Levitt (2020) cuyo equipo analizó y dio seguimiento a los datos de 78 países con más de 50 casos de coronavirus reportados: “El número simbólico de muertes antes de que las cosas se detengan es de alrededor de un mes de muertes naturales, que es algo así como una entre mil”. Llegando a la conclusión preliminar de que la evolución de la pandemia sigue una tendencia independientemente de las medidas variadas que se hayan aplicado. Mientras para Han (2020b), dice en su 8ª definición que:
El pánico ante el virus es exagerado. La edad promedio de quienes mueren en Alemania por Covid-19 es 80 u 81 años y la esperanza media de vida es de 80,5 años. Lo que muestra nuestra reacción de pánico ante el virus es que algo anda mal en nuestra sociedad.
Algunas de las medidas restrictivas aplicadas en Paraguay han redundado en un benigno escenario, pero no todas. Los datos casi hablan por sí mismos, en un país con unos 7.122.661 habitantes, las medidas que afectan los derechos y libertades fundamentales, así como la manera en que se han ejecutado, van probadamente mucho más allá de una estrategia sanitaria; siempre es útil analizar los efectos diferenciales según las condiciones de vida de la población a la que se aplican, al margen de su impacto en el campo de los derechos, garantías y libertades. En términos de aislamiento, separación e inmovilización ciudadana, baja participación reivindicativa, empoderamiento cívico, protección de derechos. Siguiendo a Levitt (2020): “No hay duda de que se puede detener una epidemia con la cuarentena, pero es un arma muy desafilada y muy medieval. Podría haberse detenido con la misma eficacia con otras medidas sensatas”.
Agamben (2005), las considera medidas “frenéticas, irracionales y absolutamente injustificadas”. Una cosa es el dominio de un saber-poder, y otra muy distinta, su uso y efectos, más allá del mismo. Frente al avance en ámbitos y con medidas más allá de la legitimidad sanitaria, las libertades y derechos parecen delegarse y relegarse peligrosamente a un segundo plano de la propia vida. (Hajj, 2020) En un escenario nuevo, que permite bajo la máscara de la legitimidad particular sanitaria la aplicación sistemática discrecional de saberes y poderes a través de dispositivos (medios de comunicación, jurídicos, sanitarios, policiales, militares, educacionales, barriales, familiares, etc.) que conforman conductas normalizándolas.
Así, puede leerse, no sin preocupación: “El encierro era para acondicionar el sistema de salud con los miles de millones de dólares prestados. 3 meses de encierro... El trato fue que nosotros sacrificábamos todos nuestros derechos, sacrificamos nuestras empresas y ustedes preparaban el sistema de salud…” (Corvalán, 2020).
Sacrificio de derechos que nunca debió ocurrir, por lo que comienzan a circular en las redes sociales, en la mayoría de los casos como expresiones individuales, de sospechas criticas; pero, mostrando proporcionalmente que a medida que pasa el tiempo, y que las medidas restrictivas a la ciudadanía se mantienen haciéndola responsable desde el gobierno sobre la pérdida de derechos y garantías así como de los efectos posibles de la pandemia, se van explicitando conceptos tales como: libertad condicional; encierro; sacrificio de nuestros elementales derechos y garantías constitucionales, nuestras libertades y legítimos privilegios; la opción de individuos que se sienten muy protegidos renunciando y concediendo la propia libertad a un tercero; anestesiando las mentes a través de los medios masivos; consentir, permitir; permitir controlar nuestras relaciones y sentimientos; y como en los mejores regímenes será solo de nosotros los ciudadanos; nos quitan la libertad y dicen que nos lo hemos buscado: el derecho a la escuela solo con un brazalete para acostumbrarlos a la libertad condicional; dispositivos esclavistas y campos de concentración virtuales; planes de despoblación; solo un genocidio puede salvar el mundo; adoctrinamiento de los médicos; multinacionales de alta tecnología; control de nuestros datos sanitarios; identificación electrónica; plataforma de identidad digital; el objetivo central: el dominio absoluto de los seres humanos, el control total; violando la soberanía y el libre albedrío; deportaciones, reconocimiento facial, intimidaciones, resistencia, reprimirnos; privacidad y los derechos civiles. Si perciben muchas coincidencias, no es por casualidad.
La idea que atraviesa todo este ensayo es hacer explícita esta naturalización consecuente con los procesos ejecutados de normalización, que incluyen el control, la vigilancia, hasta esta hacerse conducta inconsciente que sujeta al sujeto ahora sujetado. El sujeto se vigila a sí mismo, y entre sí (delación-pyrague), con una sensación de libertad individual atomizado y desvinculado que no es más que la participación en el panóptico del enjambre (Foucault, 1980; 1987b; Han, 2014; 2014a).
Tampoco hay simetría en su aplicación al conjunto de la población, lo que muestra una vez más, la funcionalidad de la biopolítica sin independencia de su condición social. El costo económico-laboral, educativo, capacidad de ahorro, de consumo, de las exigencias sanitarias del confinamiento como uso de mascarillas, geles, guantes, etc., y hasta de la propia movilidad son selectivamente desiguales. Así, para Han (2020b), en su 1ª definición respecto al COVID-19 expresa que:El coronavirus está mostrando que la vulnerabilidad o mortalidad humanas no son democráticas, sino que dependen del estatus social. La muerte no es democrática. La Covid-19 no ha cambiado nada al respecto. La muerte nunca ha sido democrática. La pandemia, en particular, pone de relieve los problemas sociales, los fallos y las diferencias de cada sociedad. Con la Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que recogen la basura. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el campo.
Biopolítica: del panóptico disciplinar al digital
El problema es compartir que “La epidemia es la tapadera perfecta para un golpe a las libertades” (Harari, 2020a); o que “Nada de esto es nuevo: todo precede a la crisis del coronavirus. De hecho, la crisis sanitaria mundial parece enmascarar con su fealdad un panorama ya de por sí muy desagradable” (Hajj, 2020). Incursionando en el desarrollo del biopoder, tan claramente desanudado por Foucault (1987b), y dando continuidad a sus contribuciones, mostrar que, si bien el escenario de la pandemia es sui generis, no significa más que una extensión y profundización acelerada en el ejercicio de control a través de la bio y anátomo política.
Discrepándose, por tanto, con Harari en ese sentido, al no inaugurarse una nueva época histórica, sino más bien una mutación de las tecnologías del poder en su desarrollo contemporáneo, entre las cuales se encuentran la vigilancia masiva-personal biomédica (brazalete) y la geo-localización de datos en los móviles. Planteo que suele confundirse con el del enjambre digital propuesto por Han (2014). Dejando atrás la época biopolítica y entrando a la psicopolítica digital donde el poder interviene en los procesos psicológicos inconscientes.
Así, las palabras de Harari (2020a) apuntan más bien al biocontrol en esa “transición dramática de vigilancia de 'sobre la piel' a 'bajo la piel'.” Que podría llegar en un futuro demasiado próximo, en otra transición del rastreo interno global y al mismo tiempo individual, a la implantación ‘voluntaria’ de chips subcutáneos; bajo la legitimidad del saber-poder biológico-médico, acumulando las medidas antiterroristas ‘pos september eleven’. Las implicancias respecto al impacto en las formas, cómo, dónde y con quienes nos relacionamos, y en las libertades y garantías fundamentales, constituye una contradicción pragmática: en un momento dado, la epidemia acaba, pero el gobierno dice que es posible, que venga una segunda oleada, o que el brazalete también es muy útil durante la temporada de gripe. Que mejor hay que seguir llevándolo. Ese es el peligro. (Harari, 2020a)
Mientras para Han (2014, p. 84-85) empresas privadas como Facebook, Google y sirviéndose del Big data operan como servicios secretos que vigilan nuestros intereses para extraer beneficio de nuestros comportamientos en internet y las redes sociales. El psicopoder, práctica disciplinar que no es nueva, para Han es más eficiente que el biopoder por cuanto vigila, controla y mueve a la población desde dentro. Problematizando de qué modo la revolución digital, internet y las redes sociales ha transformado la esencia misma de la sociedad, formado una nueva masa de individuos aislados, que carece de un nosotros capaz de una acción común, o de manifestarse en una voz. Lo cual impide la formación de un contrapoder que cuestione el orden establecido, adquiriendo éste rasgos totalitarios. Cojeamos tras el medio digital, que, por debajo de la decisión consciente, cambia definitivamente nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento, nuestra convivencia. Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez. Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crisis actual(Han, 2014, p. 6).
El recurso de Harari de la transición de la biopolítica de 'sobre la piel' a 'bajo la piel' legitimada a través de las disciplinas morales-sanitarias o biomédicas (geolocalización, brazalete electrónico, seguimiento por Apps en dispositivos móviles); y el de Han a la psicopolítica digital como procesos psicológicos inconscientes pretenden alejarse de la misma concepción para inaugurar una biopolítica diferente; otro paradigma, cuando en realidad, introducen hora bien el control a través de juguetes tecnológicos nuevos, recursos siempre en desarrollo. Sea vinculando la psicopolítica con la neotécnica, donde la tecnología se muestra no neutral y la tecnopolítica a manera de panóptico digital que narcotiza y conduce al enjambre (Han); o, la transición dramática anteriormente descrita según la perspectiva de Harari.
Foucault, Han y Harari, entre otros pensadores de finales del siglo XX e inicios del XXI, coinciden en asumir una posición crítica frente a los efectos de la sociedad capitalista moderna o tardo moderna en su fase neoliberal. De resistencia con grados variables de optimismo o escepticismo, acerca del avance del panoptismo basado en la biopolítica y en el panoptismo digital (dataísmo) como programación inconsciente y dominio del dato (Big data) que aturde bajo el acceso al psicopoder.
Sistema de dominación que, en lugar de emplear el poder opresor, utiliza un smartpower, que consigue que los hombres se sometan (sujetación) por sí mismos al sistema de dominación. El sujeto sometido no es consciente de su sometimiento. La eficacia del psicopoder radica en que el individuo se cree libre, cuando en realidad es el sistema el que está explotando su libertad.
La gran diferencia entre internet y la sociedad disciplinaria es que en esta última la represión se experimentaba. Hoy, en cambio, sin que seamos conscientes somos dirigidos y controlados. Las personas de 1.984 sufren, son torturadas; hoy hacemos clic y ponemos like. (Han, 2018)
Posibilitando conducir conductas, previéndolas, a través de la hipercomunicación al detectar patrones de comportamiento del inconsciente colectivo en un control y vigilancia totales, control ilimitado que puede desembocar en una auténtica crisis de la libertad (Han, 2014a).
En su complementación, la denuncia de la instrumentalización del propio sujeto-actor, para el poder hacer, del rendimiento, donde nos autoexplotamos, disciplinamos a nosotros mismos, como enemigos de nosotros mismos, el otro como riesgo, para hacer más eficaz el control y el rendimiento. Dejamos de ser sujetos para nosotros mismos, con nuestra propia colaboración. Su libertad es una condena a la autoexplotación.
La sociedad disciplinar y el biopoder
Considerando el concepto de sociedad disciplinar o panóptica (Foucault, 1969; 1974; 1980), esta encuentra un campo para su flujo a través de los diversos cauces por las que desbordó la pandemia. Explosión de nuevas prácticas más que expansión exponencial, por ello lo de nueva normalidad desde el inicio, acostumbrando el oído y las conductas; y los dispositivos están para ello, acompañarlas, enunciándolas, y gobernándolas; acciones de control sobre acciones en dispersión, como consecuencias y a su vez como causas en el ejercicio de las mismas. Así, según (Saleh, 2020): “La Covid-19 no es la causa de la crisis, sino el elemento que la ha puesto de manifiesto.”
Produciendo ad hoc nuevas ‘garantías’ legales que den soporte de legitimidad a las acciones de gobierno, entendido este, como conducir conductas de la población en general y de los individuos en particular, hasta en el más mínimo detalle. Ahora, encauzadas por decreto, normalizadas, vigiladas, exigidas. Entre miedos y restricciones, controles represivos, abusos, y ajustes de la legitimidad a la carta, las libertades y derechos parecen delegarse peligrosamente, y relegarse a un segundo plano de la propia vida.
Para el caso específico del coronavirus, que implica a la salud pública, la medicina, etc., parafraseando a Foucault (1987a), la demografía es la disciplina junto con aquellas ciencias que dentro de un dominio abordarán las cuestiones acerca del biopoder y la anatomopolítica (Caballero, 2014).
Constituyendo la natalidad, mortalidad y las migraciones los objetos específicos de la biopolítica en su análisis e intervención (Foucault, M., 1987a). Procesos todos, que hacen estratégicamente a la dinámica poblacional. Foucault ya enunciaba teóricamente la sexualidad (1987a; 1987b; 1987c), la locura (1987d), y la vigilancia y el castigo (1980), destacándolos como ejes particularmente ‘densos’ que permitían su instrumentalidad para el desarrollo del ejercicio del poder (1974; 1988a; 1988b; 1990; 1993).
Tecnologías, dispositivos, prácticas que se modulan para la reticulación del Espacio/Tiempo (cuarentena, ganar tiempo, etc.), Premios/Castigos (multas, código penal, prisión, toque de queda, restricciones, estado de emergencia, etc.), y Mediciones/Examen (distancias, circulación, salvo conductos, movimientos, restricciones, uso de guantes, gel, mascarillas, etc.). Estrategias centrales a la hora de vigilar y de castigar, donde la verdad y sus formas jurídicas (Foucault, 1986) se instituyen, pero también se adaptan, mutan, escribiéndose donde antes había un vacío.
El terror inducido va más allá del virus, pero asociado al mismo, también con el trabajo 24 horas al día sin tregua ni otro tema por parte de los ‘Mass Media’, el control, la represión, entre cuarentena en cuarteles, toques de queda, estado de excepción, multas, el accionar de la Fiscalía, imputaciones y la prisión; simultáneamente en la nueva vida cotidiana auto-encerramiento, mantener distancias, movilidad limitada, cómo usar guantes y mascarillas ‘correctamente’, mirar si alguien nos sigue o nos ausculta. Hasta volver a enseñarnos repetitivamente hasta cómo lavarnos las manos y desinfectar todo, a pesar de que ello sea una tarea imposible (Parker-Pope, 2020). Linces, militares, policías, armas, con excesos, para enfrentar un virus, yendo mucho más allá.
Conducir conductas en fuga en tiempos de pandemia con cuestiones reales-objetivas sanitarias y otras con el pensamiento del miedo normal y el exacerbado, que encuentran el sentido común bajo cualquiera de sus modalidades, su refugio y aceptación de legitimidad. (Parker-Pope, 2020; Levitt, 2020; Caballero, 2012). Dónde termina la ciencia, dónde comienzan y bajo qué formas las prácticas disciplinatorias, el ejercicio del saberpoder sanitario, moral difusa y con el ciudadano a disposición.
En cada medida y reglamentación: ¿Cuáles son sus bases, su legitimidad, sus límites, sus avasallamientos del individuo y de la sociedad, yendo más allá de lo estrictamente sanitario, extralimitándose, induciendo caminos? Se trata de ponderar críticamente la relación crítica entre el gobierno y su intento permanente e inexorable de conducir conductas, sus límites y márgenes, de los derechos, garantías, libertades de los ciudadanos. Para Harari (2020):El monitoreo central y los castigos duros no son los únicos métodos para lograr que la gente cumpla con lineamientos en su beneficio… Una población bien informada y auto-motivada, usualmente es más poderosa y efectiva que un pueblo ignorante vigilado por la policía.
Siendo el intento de implementar un régimen de vigilancia digital que al mismo tiempo normaliza (Harari, 2020; Han, 2020; 2020a; ABC Color Nacionales, 2020) dentro de un estado de alarma por tiempo indefinido o cíclico, de acuerdo a decretos de ley, y el consiguiente avance autoritario, una actualización del programa disciplinar en desarrollo desanudado por Foucault (1980).
Produciendo nuevas formas de control, hasta la aceptación trágica del auto encierro y la vigilancia hacia dentro -en el vecindario, edificios, familias-, dando un paso más hacia una pérdida de libertad cualitativa significativa, entregando espacios fundamentales de la misma. El control se extiende y profundiza, lo que es más grave, ‘delegando’ en su introyección, la capacidad monopólica punitiva de las instituciones represivas y jurídicas del estado, a los sujetos de su acción, la propia ciudadanía. Qué mejor que se controle a sí misma, y entre ellos/as, a su interior. La coerción del control se siente y percibe menos al lograr el consenso de su auto imposición.
Desbordados y aturdidos, con una biopolítica más eficiente y eficaz, que se extiende, profundiza y renueva, desde estrategias de vigilancia, control y castigo interiorizadas desde afuera (sociales) hacia dentro (psicológicas y bajo la piel). Que incluyen la modalidad tecnológica de la internalización psicopolítica digital a modo de sociedad del enjambre y del cansancio (Han,2014a), sociedad del ruido y el vacío, y hasta las literalmente 'bajo la piel' (biológicas-digitales; Harari, 2020; 2020a).
La separación y aislamiento social de los sujetos-actores expresa niveles nunca antes alcanzados de alienación bajo el disfraz de la comunidad virtual de la conectividad y la instantaneidad. En vez de la calle y plazas, la convocatoria de las abejas se da a través de y en las redes, ateniendo reuniones, encuentros, foros, etc., virtuales y midiendo su impacto, según los algoritmos que sintetizan el flujo de red y los me gusta.
En un recordatorio permanente de muerte, instaurando el miedo y la paranoia, implantando la normalización de lo que es la nueva vida, y la vida misma pos pandemia naturalizada deshistorizándola. Los espacios públicos de relacionamiento y encuentro, libertades y derechos, pasan bajo la amenaza intermitente-cíclica viral-amenaza u enemigo externo, al ejercicio a distancia, conectados en la modalidad on line, y en su atomización, a la fragmentación-segmentación social en el discurso y en la práctica despolitizándolas. De esta manera, la biopolítica desarticula, en la constitución del nuevo orden social, la posibilidad de contestación, resistencia o transformación, a no ser que sea sistémica, y fluya.
CONCLUSIONES
La ciudadanía como imagen y semejanza del país
Lo expuesto anteriormente intentó articular ciertas variables de algunas dimensiones entre las posibles para explicar la aparente renuncia a la libertad, de diversas maneras, expresada en la pérdida, retroceso y/o redefinición del campo de los derechos y garantías fundamentales aprovechando el contexto de una pandemia como legitimidad para el desarrollo de la biopolítica. Ciertas causas han sido, y vuelven a ser asimismo efectos de saber-poder, como los niveles y calidad de participación cívica y empoderamiento ciudadano; así como la reproducción modernizada de la cultura autoritaria. La naturalización de las muertes por enfermedades prevenibles, y con ello, su normalización, impiden al ciudadano en sentido restricto problematizar tal estado de cosas; lo cual, por su vez, incide en poder superar como actores sociales las causas de lo que se toma por dado. Operando igual frente a la resignación de sus derechos, aceptando ciertos saberes desde los infectólogos y virólogos, que sin embargo, se utilizan más allá de lo vinculante con la salud pública de manera estrictamente científica. Desde el gobierno, desplegando la biopolítica, a través de los más diversos e insospechados dispositivos, de manera integral, micro-macro, más o menos duraderas, desde el ejecutivo, los medios, el barrio, las propias familias, las escuelas, los aparatos represivos y de seguridad, el marco jurídico, el círculo de empresarios, etc. Nada se consigue sino se demanda y conquista (derechos, seguridad social, alimentaria), o se le pone freno (su avasallamiento e inexistencia).
En Paraguay no existe ciudadanía en el sentido amplio integral aquí vinculante, incipiente y en desarrollo, es un fiel reflejo en el espejo respecto a la realidad del país. La imagen, si critica, puede cambiar el espejo, y con ello, su reflejo.
Como algunas conclusiones puntuales a considerarlas de manera articuladas hemos visto que: la calidad de la educación es baja y de acceso histórico desigual a la ciudadanía en general; situación similar respecto al acceso a la cultura, bajo o restringido; el peso significativo de la herencia de la cultura autoritaria como base de la legitimidad de la biopolítica desplegada en el ámbito nacional; la débil y baja calidad de la participación social y empoderamiento cívico; que la ciudadanía en términos generales de acuerdo a leyes solo existe como abstracción; que el sistema nacional de salud se ha mostrado como otros, obsoleto, precario y permeable a la corrupción; que los indicadores de mortalidad en el país contradicen la política sanitaria 2020, y a controlar en el 2021, respecto a la desproporcionalidad entre la habitual (causas de mortalidad) y la ocurrida por el coronavirus, tanto en términos de medidas, como de manejos de recursos; la desproporcionalidad de acuerdo a los indicadores del problema en Paraguay y la asimetría de las medidas de confinamiento, movilidad y todo tipo de restricciones para los distintos sujetos de control y vigilancia; la desprotección social y de derechos de la ciudadanía, y su aceptación renuncia pasiva a los mismos; el avance estratégico de la nueva normalidad -naturalizándola con base en el virus- a través de una serie de dispositivos diversos (jurídicos, sanitarios, represivos, educativos, vecindario, familiares); e instrumentalización del control y la vigilancia de la sumisión para producir, ganar poco, consumir lo básico, ser un buen ciudadano, pagar los impuestos, denunciar al vecino o al que juega piqui vóley, ir a votar, y sentirse orgullosos en el proceso, invocando nacionalidad y exaltando la raza guaraní.
Desde la perspectiva más macro teórica de la teoría: a) Destacar la impersonalidad de los dispositivos y las prácticas como mecanismos de saber-poder que no responden a cualquier tipo de voluntad individual, diseminándose y extendiendo sus normas del buen encauzamiento al conjunto del sistema; b) La tríada en espiral, domesticación de los cuerpos, utilidad económica y docilización política continua ajustándose a los juegos de poder en la sociedad contemporánea, postergando una vez más a la ciudadanía, y distraídamente poniéndola unos contra otros, como causa distractora nacional; y, c) Como resultado se tiene que la biopolítica aprovecha la oportunidad del virus con su aceptación de legitimidad desde el discurso del saber-poder sanitario, posibilitando que se infiltre reforzando un régimen de vigilancia más eficiente y eficaz.
Por último, a modo de cierre, mientras los efectos se mueven en el tiempo, iremos viendo la tensión entre el síndrome de la cabaña y la recuperación de la vida sin distanciamiento social y con seguridad. Dejo tres preguntas y un panorama acerca del presente y del futuro a donde parece nos estamos encaminando.
¿Las relaciones de producción se han modificado en el tiempo pos pandemium, la distribución del producto bruto interno ha cambiado sustancialmente en términos de apropiación privada, la cultura de la concentración y el consumo se ha visto alterada, en términos de desigualdad y exclusión? ¿El detalle y minuciosidad de las relaciones sociales y sus pautas, simultáneamente dentro de un campo global, no se ha extendido y profundizado exponencialmente? ¿Qué nos ha dejado de bueno o mejor esta experiencia histórica en el conjunto de los procesos y estructuras sociales contemporáneas? En la sociedad panóptica de modelo, el ejercicio de la biopolítica, al menos, ha sido todo un éxito en sus efectos desmovilizadores y la aceptación de la restricción de derechos, garantías, arrinconando a la ciudadanía. Esta, se ha replegado. Creando la condición de su posibilidad de implosión, energía necesaria para cualquier ejercicio de proyecto futuro alternativo.
En una crítica de la crítica de Zizek, que se centra más en el acontecimiento, como singular, para el caso de la pandemia, y su apuesta a que su efecto produzca otro virus ideológico que permita la construcción de una nueva sociedad alternativa basada en la solidaridad global y cooperación, a modo de golpe mortal al capitalismo echando metáfora con el film Kill Bill (Quentin Tarantino), con una dosis de visión romántica, utopista y basada en el deseo más que en un análisis concreto. Ante ello, me quedo con la visión más estructural, compleja, confusa, gris y bizarra de un tiempo pos, que se hace imagen en el film Parasite del sociólogo BongJoon-Ho. Que así mismo creo comparten otros cientistas sociales, menos deterministas, políticamente incorrectos, y que, algo central, no tienen ni la intención (posición antiautoritaria), ni la menor idea de proponer un discurso mesiánico respecto a qué hay que hacer, cómo, para qué y por quién.